domingo, 5 de noviembre de 2017

 En Venezuela muere el chavismo y ahora vive el madurismo

Pedro Benítez

AL NAVIO

El peor error en política es subestimar al adversario y eso se ha hecho con Nicolás Maduro. Ha sacado de la disputa por el poder a todos sus rivales, abiertos y ocultos, a los de la oposición y a los que están dentro del régimen, que no eran pocos, maniobrando hasta llegar a un punto en el cual ya no es el albacea del régimen chavista, sino su propietario. Ahora el proyecto está a la disposición de sus ambiciones personales.
El chavismo (así como el peronismo, el franquismo y casi todos los ismos) fue concebido con el propósito fundamental de perpetuar a un solo hombre en el ejercicio exclusivo y absoluto del supremo poder político en Venezuela. Todo lo demás era subalterno a ese objetivo central. Ahora ese movimiento está al servicio de los designios personales de Nicolás Maduro.
Durante su largo mandato el expresidente Hugo Chávez logró, mediante maniobras seudodemocráticas, controlar el petro-Estado venezolano, dotarse de un amplio movimiento popular (con fuertes incentivos clientelares), comprometer a los componentes militares en su proyecto de poder y tejer una amplia red de apoyos internacionales. Esto fue lo que en 2013 heredó Nicolás Maduro como sucesor en el cargo de presidente, junto con una bomba atómica por explotar en términos económicos.
Según Max Weber, el líder carismático es aquel al que sus seguidores le atribuyen ciertas condiciones superiores a las de otros dirigentes. Esa era la característica que sus partidarios veían en Chávez y que no ven en Maduro, porque simplemente no la tiene. Él es Presidente no por su trayectoria de lucha política, credenciales revolucionarias, carisma, empatía con las masas, capacidad oratoria o por haber organizado un movimiento o reunido una coalición que lo llevara de la calle al Palacio de Miraflores. Él está allí porque Chávez (¿o los Castro?) así lo decidió y a continuación todo el peso del petro-Estado venezolano se movió con ese objetivo.
No obstante, Maduro se las ha arreglado para mantener a la élite cívico-militar chavista cohesionada detrás de él. La excepción ha sido la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, que no logró arrastrar una disidencia importante que amenazara la estabilidad de Maduro.
Este se ha deshecho en el camino de hombres poderosos dentro del régimen a los que consideró incómodos, como su primer ministro de la Defensa (y último de Chávez), el almirante Diego Molero, y del exministro del Interior, general Miguel Rodríguez Torres (también de confianza del expresidente), clave en la represión de las protestas estudiantiles de 2014.
A otros los ha reducido a la irrelevancia, como es el caso de Rafael Ramírez, el otrora todopoderoso ministro de Energía y Petróleo y presidente de la estatal Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA). Hoy Ramírez, marginado fuera del círculo del poder, es el embajador de Venezuela ante Naciones Unidas (ONU). Pero desde 2003 y hasta el fallecimiento del expresidente Chávez, fue el funcionario que más poder tuvo en la historia del país en la vital área petrolera. Más que Juan Pablo Pérez Alfonzo, el mítico ministro fundador de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Nadie en Venezuela ejerció nunca los dos cargos simultáneamente.
Al inicio de la Presidencia de Maduro, Rafael Ramírez y Diosdado Cabello lo flanqueaban permanentemente en todas las declaraciones públicas de importancia. Ramírez, además de las responsabilidades antes mencionadas, asumió la Vicepresidencia económica del Ejecutivo y Cabello era presidente de la Asamblea Nacional (AN), por entonces de mayoría oficialista.
Funcionaban como un triunvirato. Pero Maduro los apartó a los dos. Ramírez era una sombra demasiado grande para el Presidente.
Ni pentarquía, ni triunvirato, ni tutorías. Nada de poder a la sombra ni consejeros ocultos. Maduro manda él. El hiperpresidencialismo que heredó le ha sido de muchísima ayuda.

Maduro sobrevivió a la bomba atómica de la economía

Por otra parte y contra todos los pronósticos, Maduro ha logrado (por ahora) sobrellevar la pesada herencia económica recibida y maniobrar hasta llegar a un punto en el cual ya no es el albacea del régimen chavista, sino su propietario. Ahora el proyecto está a la disposición de sus ambiciones personales.
La mayoría de los recién elegidos gobernadores de estado son de su corriente y por medio de la excanciller Delcy Rodríguez maneja la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) con mano de hierro, aplastando inmediatamente cualquier asomo de crítica interna.
En el camino, el chofer de autobús, el cocuteño, el ilegal, el tonto, como se le descalificado, ha sacado de la disputa por el poder a todos sus rivales, abiertos y ocultos, a los de la oposición y a los que están dentro del régimen, que no eran pocos.
El peor error en política es subestimar al adversario y eso se ha hecho con Nicolás Maduro. Ha demostrado la ausencia de escrúpulos e insensibilidad de todo déspota.
Según estimaciones privadas el Producto Interno Bruto (PIB) venezolano se ha contraído en un tercio en los últimos cuatro años. El draconiano recorte de importaciones que la Administración de Maduro ha impuesto para no interrumpir el servicio de la deuda pública sólo tiene precedentes en la Rumania de Nicolai Ceausescu en los 80. Ni los alimentos más esenciales ni las medicinas se han salvado.
Así, todavía le queda la tarea pendiente de estabilizar la economía. Mientras no consiga eso su situación no se consolidará. Hasta ahora no ha demostrado el liderazgo y la claridad necesarios en el tema.
Por supuesto hay una duda en todo esto: ¿Hasta dónde la consolidación de Maduro en el poder se debe a sus propios méritos y hasta dónde a las fallas de sus adversarios?
A estas alturas debe quedar meridianamente claro que Maduro tiene un proyecto de poder personal. Ha enterrado al chavismo.

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