miércoles, 15 de noviembre de 2017


¿Monroismo demodé  o defensa de la Democracia hemisférica?












       Emilio Nouel V.

Aunque EE.UU sigue siendo, y quien sabe por cuanto tiempo más, el país más poderoso del planeta en muchos sentidos, su peso e incidencia en el ámbito internacional ha ido mermando.     
No hay estudioso o analista que no reconozca esa realidad incontrovertible. Su poder no es el de hace medio siglo a pesar de que compartía entonces con la Unión Soviética el protagonismo en un mundo bipolar.  
Ha corrido mucha agua bajo el puente, y esa  ya no es la situación actual. La correlación de fuerzas y los equilibrios geopolíticos son otros; y hoy hasta se habla de un “Nuevo orden chino”, y quizás sea este mundo “balanceado” lo más conveniente para la gobernabilidad del planeta que vivimos.  Pero independientemente de que a uno le parezca positivo o no ese hecho,  cualquier análisis que se haga sobre el papel global que ha adquirido y mantiene EE.UU, debe partir de esa constatación, lo cual, por supuesto, no resta a ese país el carácter de nación admirable, ejemplar y determinante en diversos campos.
Sin embargo, cuando leemos por ahí que a algún descaminado se le ocurre pedir la aplicación de la Doctrina Monroe para llamar la atención a los gobernantes estadounidenses sobre las andanzas de Rusia en nuestro continente, concretamente en Venezuela, no deja de producirnos cierto asombro, sobre todo, por venir de personas que supuestamente tienen ciertos conocimientos y experiencia política en lides nacionales e internacionales.  
Echar mano de la célebre Doctrina en estos tiempos es poco menos que un anacronismo, un recurso demodé y un despropósito político. Ni siquiera los mismos norteamericanos apelan a tal visión en pleno siglo XXI.  
Resulta curioso como la utilización de ese expediente va al encuentro del discurso de líderes del Foro de Sao Paulo y/o de la izquierda latinoamericana, que plantea para nuestro hemisferio el dilema absurdo de “Monroísmo versus bolivarianismo”, a lo Indalecio Liévano Aguirre.     
Como es harto conocido, la Doctrina Monroe, formulada más bien por John Quincy Adams, siendo este Secretario de Estado de EE.UU, fue presentada por el presidente James Monroe hace 194 años y respondía a unas circunstancias particulares. Tal declaración está sintetizada en la frase “América para los americanos”. Al momento de ser proclamada, por cierto, no tuvo rechazo de los latinoamericanos, sino más bien fue bienvenida. Era vista como el símbolo de una ideología compartida por todos los americanos que enfrentaba a los Imperios europeos de entonces. Posteriormente, ha sido mitificada por unos y  demonizada por otros.   
La doctrina se resumía en 4 puntos: 1) EEUU no intervendría en las colonias europeas existentes; 2) Se mantendría apartado de Europa, sus alianzas y guerras; 3) El continente americano, en lo sucesivo, no podrá ser colonizado por las potencias europeas; 4) Cualquier intento de extender el sistema político de Europa a los territorios americanos sería considerado peligroso para la paz y seguridad americanas.  
Sin embargo, con base en esa doctrina algunos gobernantes norteamericanos se sintieron autorizados para intervenir en el entorno continental. Así, Henry Kissinger lo ha admitido al decir que tal doctrina convirtió al océano que separaba a Europa de EE.UU en un foso protector, al tiempo que daba a este país “la libertad para conquistar el continente americano”.
Se ha dicho, a mi juicio, equivocadamente, que el ideal panamericanista enarbolado por muchos líderes y pensadores de nuestro hemisferio es monroísmo que esconde el propósito de dominio norteamericano.  
El ideal panamericanista parte de la primigenia visión de principios compartida por los que se rebelaron contra las potencias europeas. Mariano Picón Salas pondera ese ideal cuando refiere la común misión de América, que había aproximado el pensamiento emancipador de todo el hemisferio y hecho dialogar a Jefferson y Miranda. 
Según algunos,  el monroísmo y el bolivarianismo habrían marcado tempranamente las Américas. De un lado los anglos, y del otro, los hispanos.
La historiadora Silvia Hilton ha señalado que sin embargo las propuestas de Bolívar y Monroe coincidían en los puntos más importantes, particularmente en la promoción de un sistema americano.
No obstante, la Doctrina Monroe debe ser considerada hoy una antigualla. Al igual que el bolivarianismo supuestamente rescatado por el populismo militarista izquierdizante. Traer aquella visión a estos tiempos para justificar una intervención, es una sugerencia inconveniente, un exabrupto histórico sin sustento alguno en la realidad actual, una estupidez política. 


En efecto, Rusia, en su afán por recuperar el poderío perdido -“siempre tentada por los demonios del imperialismo” dice Kissinger-  hoy venida a menos, está apuntalando un gobierno tiránico y corrupto en nuestro país, al asistirlo financieramente, a cambio de petróleo, impulsados por un interés geopolítico evidente.
EE.UU ha sido un país amigo y socio durante siglos. Nos vinculan fuertes lazos históricos, políticos, económicos y valores compartidos.  De eso no hay duda. Más allá de los desencuentros e incomprensiones mutuas, nos hermanan intereses estratégicos hemisféricos; de modo que tiranías como la rusa, la venezolana o cualquiera otra, con seguridad encontraran a las naciones de América unidas en defensa de la democracia y las libertades, y no a partir de ideas desfasadas en el tiempo.

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