Papá: ¿para qué sirve un diputado?
CARLOS RAUL HERNANDEZ
EL UNIVERSAL
Mientras con fastidio apoya un pie en la pared para mecer la hamaca,
masculla: “¿quién autorizó a Borges y Florido para ir a República
Dominicana –o a Kamchatka– a negociar con el gobierno? No estoy de
acuerdo y a éste que está aquí no lo representan esos tipos”. Es una versión light del
mismo sentimiento que impulsó a un uniformado a atropellar y golpear al
presidente de la Asamblea Nacional este año, ya que para su lógica, ser
diputado no es nada. Como dijo nuestro Francisco Suniaga, sabemos muy
bien a quiénes representan los mencionados, no así a quiénes representan
los espontáneos que se tiran al ruedo. Ocho millones de votos son
bastantes sobre todo si la interpelación viene de quienes no tienen uno
ni en su casa, o se fueron del país en los días que Eva perdió la
virginidad. La pregunta posiblemente es de buena fe, tal vez porque se
meten en política o a “analizarla”, sin conocer los principios
elementales.
Algunos grupos opositores, autodeclarados democráticos,
favorecen de nuevo al gobierno, esta vez al desconocer la AN. Se cumple
la tradición: los revolucionarios intentan conquistar mayoría en el
Parlamento, y si no pueden lo disuelven, como Lenin y Hitler, entre
otros. Pero escandaloso es que la oposición los ayude en ese plan, como
hacen aquí el calle-calle-ismo y los abstencionetas, que
durante 18 años han atornillado al gobierno. En 2005 “la gerencia”
opositora hizo que los venados se retiraran de la elección, y a partir
de ahí a cada desmadre callejero, el totalitarismo aprieta tuercas y
avanza. Y como en 2015 eso no ocurrió, y no es tan fácil meterle los
tanques al Capitolio, hacen causa común con los calle-calle y
abstencionetas para anular la AN. En las redes salta como un ratón la
pregunta retórica: ¿a quién representan los parlamentarios?
A mí no me representas
Benjamin Constant se dedicó a responderla: la esencia y la apariencia –el ser y el ente– de la libertad en la sociedad actual es la representación, lo que él llama “la libertad de los modernos”, que crea el dominio de lo privado separado de lo público, los derechos individuales que el Estado tiene prohibido invadir. Si me interesa la política me afilio a un grupo o partido y si aceptan los demás ciudadanos, me hago elegir. Si no tengo vocación hacia lo público, me dedico a mis asuntos y puedo, si quiero, votar por otro que crea afín a mi pensamiento o que me caiga suficientemente bien para representarme. Si deja de gustarme lo que hace o dice, en el plazo constitucional votaré por otro. El autor dedica el capítulo final de la obra a analizar la incompetencia de los parlamentos y las deficiencias de los congresistas, para atajar a los boca-floja que cuestionan la institución por la eventual calidad intelectual de los miembros.
Benjamin Constant se dedicó a responderla: la esencia y la apariencia –el ser y el ente– de la libertad en la sociedad actual es la representación, lo que él llama “la libertad de los modernos”, que crea el dominio de lo privado separado de lo público, los derechos individuales que el Estado tiene prohibido invadir. Si me interesa la política me afilio a un grupo o partido y si aceptan los demás ciudadanos, me hago elegir. Si no tengo vocación hacia lo público, me dedico a mis asuntos y puedo, si quiero, votar por otro que crea afín a mi pensamiento o que me caiga suficientemente bien para representarme. Si deja de gustarme lo que hace o dice, en el plazo constitucional votaré por otro. El autor dedica el capítulo final de la obra a analizar la incompetencia de los parlamentos y las deficiencias de los congresistas, para atajar a los boca-floja que cuestionan la institución por la eventual calidad intelectual de los miembros.
Que haya representantes, mecanismos
representativos, poderes ejecutivos y legislativos electos por votación
popular, es la única garantía de libertad para poder dedicarme a hacer
lo mío dentro de la ley sin preocuparme por tiranos. Bajo la influencia
de Rousseau, en el desmadre delirante de la Revolución Francesa, la
fracción de Marsella en la Asamblea planteó debatir si los diputados
eran representantes con autonomía de juicio o mandatarios zurcidos al mandato o
la voluntad de los electores, como pensaban los radicales. Pero se
impuso la idea exactamente contraria: establecido el contrato, el
representante es libre para actuar conforme a su juicio y más bien sus
acciones se imputan al representado (Borges y Florido no necesitan
permiso de la hamaca). Hasta que los derroten en las urnas.
¡Abajo la Asamblea Nacional!
Los grupos revolucionarios se levantan con planteamientos hiperdemocráticos y antirrepresentativos, democracia directa, popular, económica, protagónica, consejista, comunal, para que luego de una variable y breve etapa de democracia antiliberal, luna de miel entre el caudillo y las masas –como se vivió con Chávez o Perón– conducirnos a la dictadura policíaca. Se dirigen a anular o eliminar los parlamentos y los partidos políticos a favor de corporaciones revolucionarias, y la representación se convierte en delegación de la voluntad autoritaria del partido revolucionario. Se desanda el camino, en retroceso a la premodernidad y en vez de representantes se tienen mandatarios. Y a un electo cualquiera, Rodríguez, Martínez o López, le ordenan renunciar a su cargo “supraconstitucional” si dice algo que no comparte el partido mandante. “La dictadura del proletariado se hace dictadura sobre el proletariado” dice Isaac Deutscher.
Él explica que “se pasa de la dictadura del proletariado a
la del partido, de la del partido a la del Comité Central y de la del
Comité Central a la de Stalin”. En 2015, el movimiento democrático logró
ese triunfo que el gobierno y el populacho radical se empeñan en
deshacer, tanto como en desacreditar a la Asamblea Nacional, que por
ejercer la representación del país, le corresponde cumplir el mandato de
la comunidad civilizada de buscar una salida pacífica. Claro que para
los mineros informales de la política, garimpeiros, cazadores de güire
que quieren ser libertadores llamados por la nunca suficientemente
alabada intervención militar democrática, la AN es un fastidio,
tanto como los gobernadores electos, los alcaldes que podamos obtener y
los partidos políticos. Eso encaja en el plan de un candidato
matapartido para destruir todo, igual que hace 25 años.Los grupos revolucionarios se levantan con planteamientos hiperdemocráticos y antirrepresentativos, democracia directa, popular, económica, protagónica, consejista, comunal, para que luego de una variable y breve etapa de democracia antiliberal, luna de miel entre el caudillo y las masas –como se vivió con Chávez o Perón– conducirnos a la dictadura policíaca. Se dirigen a anular o eliminar los parlamentos y los partidos políticos a favor de corporaciones revolucionarias, y la representación se convierte en delegación de la voluntad autoritaria del partido revolucionario. Se desanda el camino, en retroceso a la premodernidad y en vez de representantes se tienen mandatarios. Y a un electo cualquiera, Rodríguez, Martínez o López, le ordenan renunciar a su cargo “supraconstitucional” si dice algo que no comparte el partido mandante. “La dictadura del proletariado se hace dictadura sobre el proletariado” dice Isaac Deutscher.
@CarlosRaulHer
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