jueves, 16 de noviembre de 2017

La herejía totalitaria

Wolfgang Gil Lugo

PRODAVINCI
 
¿De qué manera se pueden conectar los conceptos de providencialismo histórico y de tecnocracia? ¿De qué manera esa conexión puede arrojar luz sobre las fuerzas políticas que amenazan la democracia?
El providencialismo es la creencia en que Dios es el verdadero protagonista y sujeto de la Historia. El hombre es solo su objeto, un instrumento en las manos de Dios. El providencialismo tiene su fundamento en la presentación del suceder histórico como un proceso lineal desde un origen hasta una meta futura. Esta idea procede de la Biblia y posee un fuerte contenido teológico.
Por otra parte, la tecnocracia es un sistema de gobierno dirigido por técnicos. Para decirlo en una forma más simple: la tecnocracia es el gobierno de los tecnócratas. Los funcionarios de este tipo de regencia apelan al método científico para brindar soluciones a la población. De esta manera, las decisiones están orientadas a los medios y no hacia los fines. Esta idea proviene del positivismo y está cargada de alusiones gerenciales.
Ambos conceptos se originan en contextos diferentes y poseen connotaciones muy distintas, pero una herejía de la antigüedad nos podrá ayudar a entender sus relaciones ocultas.
La herejía de Pelagio
Por medio del libro Los enemigos íntimos de la democracia de Tzvetan Todorov (2012), descubrimos la influencia del pelagianismo en la cultura occidental. Esta tendencia de pensamiento tiene su origen en Pelagio (en latín Pelagius), un monje britano, ascético y acusado de heresiarca, que vivió entre los siglos IV y V d. C. Sufrió una dura persecución por parte de la iglesia de Roma tras enseñar ideas consideradas heréticas, tales como su negación del llamado “dogma del Pecado Original”.
Según la doctrina pelagiana el hombre puede ser libre gracias a su voluntad. Su herejía resulta muy atractiva tras declarar la absoluta independencia del hombre. La otra cara de la moneda es la tentación del hombre a desafiar a lo divino. San Agustín de Hipona postuló que la doctrina de Pelagio contenía una idea muy peligrosa: la absoluta autonomía del sujeto se podía convertir en un acto de soberbia.
En la manera en que lo enuncia Todorov, se hace fácil identificar muchos rasgos pelagianos en el pensamiento contemporáneo. Viene a la mente Nietzsche, con su declaración de la muerte de Dios para instaurar el reino del superhombre, así como Sartre con su libertad individual llevada al extremo. Tanto así que ni siquiera tiene un bien que la oriente. Al final es un puro arbitrio abandonado a su propia suerte. Todos los pensadores que siguen este camino terminan en resultados pesimistas. Nietzsche enfrenta al ser humano a la ausencia del significado de la vida, lo cual expresa mediante la poderosa metáfora del eterno retorno. De la misma manera, Sartre declara que la vida es una pasión inútil.
Todorov no se detiene en los problemas de la existencia individual. Utiliza la herejía pelagiana para explicar muchos movimientos mesiánicos en la política contemporánea. Así somos testigos del paso del voluntarismo teológico al voluntarismo político.
Del voluntarismo a la guillotina
Todorov nos explica que el voluntarismo está implícito en los movimientos milenaristas y mesiánicos. El carácter común a todos estos movimientos es que prometen la transformación radical del mundo. Con el surgimiento del mundo moderno, tales movimientos religiosos vieron su decadencia. No obstante, el voluntarismo mesiánico logró mutarse en una forma política secular. Ahora el mesías no es un individuo enviado por Dios, sino un personaje colectivo: el pueblo. El concepto de pueblo es una abstracción que sirve para todo, especialmente para que algunos individuos se presenten como su encarnación. La renuncia de la modernidad a lo sobrenatural para evitar la manipulación del poder, crea una nueva estrategia de dominación. Surge una nueva esperanza. Los humanos fantasean con que el mundo puede modelarse de acuerdo a sus deseos. Se abre una nueva época donde todo está permitido y todo es posible.
Como los pelagianos, los revolucionarios piensan que no debe ponerse la menor traba a la progresión infinita de la humanidad. El pecado original es una superstición de la que hay que librarse. (Los enemigos íntimos de la democracia, p. 37).
La primera etapa de esta orientación ideológica se hace evidente en la Revolución Francesa. Los jacobinos consideran que las personas son una materia informe que el esfuerzo de voluntad puede moldear hasta darle una forma perfecta. La tarea es convertir a los hombres en virtuosos y felices, aunque se resistan. Para tal fin, hay que dotarse de una buena legislación. Así tiene lugar una catarata de leyes que pretenden imponer el paraíso terrenal. Frente a esa tarea, cualquier sacrificio es poco, aunque paradójicamente la realidad degenere en terror.
Esto es lo que Camus llamó el “asesinato lógico”. Cuando el pensamiento se encuentra ante el absurdo, es decir, que no hay un sentido de la vida, tiene dos opciones: o el suicidio individual o la destrucción de los demás para justificar la dictadura que realizará la utopía.
De la guillotina al genocidio
La segunda etapa del voluntarismo político se hace evidente en la revolución soviética. El marxismo interpreta la historia humana como una inevitable y despiadada lucha de clases que dará por resultado la sociedad sin clases y la felicidad universal. Todo esto está inscrito en las leyes de la historia. El marxismo había predicho que la revolución tendría lugar mediante un proceso histórico determinista, es decir, por medio de unos mecanismos donde la voluntad humana no tiene lugar.
Aquí tiene lugar la innovación de Lenin. El líder comunista afirma que una élite ilustrada de revolucionarios profesionales puede identificar el curso de la historia y acelerar su ritmo. Lenin no se atreve a confesarlo abiertamente, pero ha puesto patas arriba la doctrina marxista. En el marxismo clásico la existencia determina la conciencia. Ahora es a la inversa: la conciencia determina la existencia. Para decirlo de otra manera, el voluntarismo es más importante que el determinismo. El marxismo clásico había predicho que la revolución tendría lugar en los países industrializados, debido a sus amplias poblaciones proletarias. La voluntad de los dirigentes comunistas rusos cambia ese esquema. La revolución ha tenido lugar en un país campesino. La diferencia la hace el partido comunista ruso.
En adelante la lucha será liderada ya no por los proletarios, sino por el partido, formado por revolucionarios profesionales surgidos de la burguesía y del ámbito intelectual, dedicados a la causa en cuerpo y alma. La dictadura del proletariado será indispensable para transformar la sociedad en función del programa preestablecido. Este cambio radical de la doctrina permitirá dejar de tener en cuenta el estado real del país y sustituirlo por toda una serie de ficciones, según la necesidad del partido en cada etapa de la historia. (IBIDEM p. 42-43).
Todorov explica que el proyecto totalitario lleva implícito el genocidio. Supone un ideal de transformación absoluta de la sociedad, pero sobre todo un método para imponerla: control absoluto de la sociedad y eliminación de sectores completos de la población. Esta ansia de control absoluto es la que diferencia al mesianismo totalitario de cualquier mesianismo anterior.
El final de los radicalismos
Con mucha penetración interpretativa, Todorov devela cómo la quiebra de las religiones tradicionales ha dado lugar a la nueva forma de religiosidad totalitaria.
En su búsqueda de una salvación temporal, esta doctrina no reserva un lugar a Dios, pero conserva otros rasgos de la antigua religión, como la fe ciega en los nuevos dogmas, el fervor en sus acciones y en el proselitismo de sus fieles, y la conversión de sus partidarios caídos en la lucha en mártires, en figuras a adorar como santos. (IBIDEM p. 38).
Los totalitarismos encarnan una cosmovisión providencialista de la historia. Ellos radicalizan la voluntad colectiva contra las libertades individuales. Por eso hay que permitir que la voluntad general se imponga sin ningún límite. Todorov nota que la doctrina neoliberal es la postura radical inversa. Toma partido por las libertades individuales en contra de la voluntad general. Por eso propone que no exista ninguna limitación a esas libertades, especialmente la libertad del mercado, la cual debe conformar a la sociedad por sí sola. Las libertades, dejadas por su cuenta, permitirán que se realice el fin de la historia. Por tanto, el neoliberalismo también es una cosmovisión providencialista de la historia.
La radicalización neoliberal no puede ser la solución a los problemas políticos y sociales. Con mucha prudencia, Todorov conjetura que debe haber una solución que no sea extremista.
Si dejamos de lado estas visiones providencialistas de la historia, podemos fomentar la libertad de las voluntades, como quería Pelagio, pero poniéndoles un límite, como hacía Agustín, con la salvedad de que ese límite ya no es consecuencia de la fatalidad del pecado original, sino del interés común, que corresponde a la sociedad en la que vivimos. Ha llegado el momento de dejar atrás la alternativa estéril del todo o nada. (IBIDEM, p. 137-8).
Lo dicho por Todorov resuena positivamente con Isaiah Berlín, quien, en Dos conceptos de libertad, nos alerta contra las doctrinas políticas que consideran al bien común con un solo significado. Tales doctrinas dan el bien por supuesto y consideran que basta con encontrar los métodos para realizarla. No hay una discusión sobre los fines, los cuales parecen evidentes, solo sobre los medios. Es una concepción tecnocrática de la vida política. Eso estaría presente las concepciones providencialistas de la historia, tanto en los totalitarismos como en el neoliberalismo.
En consecuencia, una saludable democracia debe considerar al bien como multívoco, con varios significados, pues solo mediante el diálogo podemos reducir esos significados para encontrar un acuerdo que haga posible la vida en común. En tal sentido, afirma Ernesto Sábato:
“La vida del espíritu es un diálogo, en el que la verdad va saliendo tortuosamente, a menudo con violencia, en una larga y complicada contraposición de opiniones”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario