domingo, 5 de noviembre de 2017

La madre de todas las discusiones políticas

Pavel Gómez

PRODAVINCI

Es trivial e impreciso afirmar que el mundo del presente es políticamente más convulsionado de lo que fue hace una o tres décadas o un siglo. Lo que realmente varía son nuestras expectativas de progreso, de avance en términos de alguna simplista idea de evolución desde lo menos hacia lo más, desde lo precario hacia lo exuberante, desde lo primitivo hacia lo sofisticado. Hoy, simplemente, parece más probable el retroceso. La frustración de las promesas que nos creímos, la rabia que sucede a la amenaza, el miedo que castra el pensamiento, un poco de todo esto, nos ha regresado a la certeza de que también es posible la involución, el retroceso, la conversión de los sueños en cenizas.
Lo que resulta cierto es que dos de los principales paradigmas de nuestra civilización, la democracia liberal y el capitalismo de mercado, están hoy amenazados. En unos casos, estas amenazas son apenas fuerzas latentes, sugerencias de rabias políticas incubadas, señales tenues de posibles mareas o ríos crecidos, pero en otros, cada vez más cercanos, hablamos de resultados políticos concretos, de triunfos electorales de la furia y el lodo que prometen arrasar libertades y conquistas en nombre de verdades reveladas y venganzas milenarias.
Cuando Hugo Chávez irrumpió en la presidencia de Venezuela, en diciembre de 1998, a muchos les resultó un giro tan simpáticamente irreverente como inocuo. Luego descubrimos que la rabia contra esos dos paradigmas liberales no era un ejemplo pasajero más del realismo mágico latinoamericano, sino más bien una pandemia de complejas raíces virales, largo alcance y devastadoras consecuencias. Así creció la fuerza política de Viktor Orban en Hungría, Geert Wilders en Holanda, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, Jarosław Kaczyński en Polonia y Donald Trump en los EEUU.
Mi intención no es, sin embargo, volver al lugar común de éstos hijos de perlas. Lo que quiero, acá, en estas líneas o en estos minutos que ustedes me regalan, es dibujar el tamaño de la amenaza, fijar una posición más allá de toda duda razonable, y atisbar una lectura de las señales que anticipan el barranco y de dónde hay que mirar para prevenir accidentes.
El malestar con la democracia liberal
En la edición de enero de 2017 del Journal of Democracy, Roberto Stefan Foa, de la Universidad de Melbourne y Yascha Mounk, de la Escuela de Gobierno de Harvard, publicaron un interesante artículo cuyo tema central podríamos aproximar como “Las señales del retroceso democrático“.  Foa y Mounk comienzan mostrando el crecimiento de la insatisfacción ciudadana con las instituciones políticas de la democracia liberal en una muestra de seis países: Australia, Gran Bretaña, Holanda, Nueva Zelanda, Suecia y los EEUU. En todos estos casos, uno de los elementos más preocupantes es la reducción en la proporción de quienes consideran como esencial vivir en una democracia, cuando se comparan entre sí a las seis cohortes nacidas entre 1930 y 1980. Veamos, por ejemplo, el caso de Australia: mientras alrededor del 70% de los nacidos en la década de 1930 consideran esencial vivir en una democracia, esta proporción cae a 40% entre los nacidos en la década de 1980 (millennials). Este patrón de descenso generacional se repite en los seis países mencionados.
En otra referencia similarmente escalofriante, se observa que en una muestra de 22 países de los cinco continentes ha habido un incremento relevante de los ciudadanos que opinan que “un líder fuerte que no tenga que preocuparse con parlamentos y elecciones sería una buena alternativa para dirigir su país”. Esta variación, aterradora para quienes nos consideramos liberales, se obtiene al comparar los resultados de la encuesta realizada en 1995-97 con los obtenidos de la misma encuesta realizada entre los años 2010 y 2014.
El resto de la argumentación de Foa y Mounk se centra en el análisis de los casos de Polonia y Venezuela, como evidencia de (1) que existen señales previas que anticipan estos procesos de “deconstrucción” de la democracia, las cuales suelen ser ignoradas o no percibidas por los políticos tradicionales, y (2) que el ascenso de populistas al poder suele implicar un desmontaje muy costoso (y quizás irreversible) de las salvaguardas institucionales de la democracia liberal, tales como la independencia del poder judicial, la existencia de medios de comunicación libres y la protección de los derechos políticos de las minorías.
El mensaje es claro y la evidencia mostrada por casos como el venezolano es incontrovertible: La democracia está en peligro. Los populistas pueden llegar al poder gracias a los mecanismos de la democracia liberal, pero al destruir estos mecanismos podemos quedarnos sin los medios para removerlos. Mientras estemos a tiempo, es preciso defender a la democracia liberal de los intolerantes, lo cual pasa por comprender las fuentes de la desafección ciudadana y tomar medidas de respuesta.
El malestar con el capitalismo y los callejones sin salida
Las críticas al capitalismo son tan antiguas como religiosamente arraigadas en ciertos segmentos de la sociedad civil global. El gran problema es que cuando las críticas al capitalismo mezclan la religiosidad marxista con la ceguera del resentimiento, y esto se traduce en un proyecto de cambio político exitoso (sea por la vía electoral o por la vía de la violencia revolucionaria), las medicinas terminan siendo peores que la enfermedad. Todos los experimentos revolucionarios han desembocado en las versiones más perversas del capitalismo: el capitalismo de mafias, familias y militares, cuyos negociados son protegidos por todo el poder coercitivo de Estados autoritarios.
Quienes hemos vivido de cerca estos procesos revolucionarios, llámense Corea del Norte, China, Cuba o Venezuela, sabemos que tras el asalto idealista siempre viene un resurgimiento de un tipo de acumulación de capital basada en la escasez y en los mercados negros, pero que esta vez es abiertamente monopolizada por amigos y familiares, por militares y cuadros del partido, por mafias, policías y guardaespaldas, mientras esta acumulación de capital es protegida u ocultada por el fervor de los creyentes y los vengadores milenarios.
Uno de los riesgos más alimentados por los desastres revolucionarios es el retorno a una defensa acrítica, y también mitológica, del capitalismo realmente existente. En primer lugar hay que decir, de manera clara e inteligible, que la mejor respuesta conocida a una sociedad dominada por mafiosos, policías y creyentes es una mezcla entre capitalismo de mercado e instituciones democráticas. Pero también es preciso reconocer que la discusión sobre la factibilidad de esa mezcla está a menudo arrinconada por la diatriba entre revolucionarios y conservadores, esa que plantea las cosas en los términos simplistas del “todo o nada”. Sin una discusión seria e informada sobre los problemas y las raíces del malestar, estaremos condenados a movimientos pendulares, a la acumulación de resentimientos que cada tanto explotan y traen a un Trump o a un Chávez, a un vendedor de ideas simplistas de supremacías y enemigos externos, a un agitador o a un obispo que cava una trinchera y nos expulsa.
Es mejor Macri que los Kirchner, pero sin una discusión seria y sin respuestas institucionales apropiadas, pronto regresará Perón.
Los problemas del capitalismo y las respuestas institucionales
En un papel de trabajo (working paper) publicado en julio de 2017, simultáneamente por la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago y por la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por sus siglas en inglés), y titulado “Hacia una teoría política de la firma“, Luigi Zingales aborda la discusión sobre los problemas del capitalismo y sugiere un conjunto de respuestas institucionales.
Zingales parte de un dato estilizado: si agregamos países y empresas según el valor de su producción total para el año 2015, diez empresas aparecen dentro de las 30 entidades más grandes del mundo.  Walmart (N° 9), State Grid Corporation of China (N° 15), China National Petroleum (N° 15), Sinopec Group (N° 16), Royal Dutch Shell (N° 18), Exxon Mobil (N° 21), Volkswagen (N° 22), Toyota (N° 23), Apple (N° 25), y BP (N° 27). “En algunos casos, estas grandes corporaciones tenían fuerzas de seguridad privadas que rivalizaban con los mejores servicios secretos, oficinas de relaciones públicas que harían ver pequeñas al centro de dirección de una campaña presidencial de los EEUU, más abogados que el Departamento de Justicia estadounidense y suficiente dinero para capturar (mediante donaciones electorales, lobby y sobornos explícitos) a una mayoría de los representantes electos.” [1]
El argumento central del trabajo de Luigi Zingales es que la interacción entre el poder concentrado de las grandes corporaciones (o grupos económicos) y la política representa una amenaza para el funcionamiento de una economía de libre mercado, y para la prosperidad económica que este tipo de economía puede generar, y al final del día, una amenaza también para la democracia.
El problema con el capitalismo actual es que el poder de las grandes empresas es tal, que les otorga una posición privilegiada para diseñar las reglas del juego (unas que les favorezcan) y para transformarse en fuerzas políticas determinantes. Zingales llama a esto “el Círculo vicioso de los Médicis”: El dinero es usado para ganar poder político y el poder político es entonces usado para ganar más dinero”.
Para Zingales, la respuesta más eficaz frente al  Círculo vicioso de los Médicis es la orquestación de una serie de amarres institucionales, del tipo creado por los países escandinavos. A grandes rasgos, estos países muestran un balance entre un Estado con una fuerte capacidad administrativa basada en el principio de la “imparcialidad“, por una parte, y un sector privado económicamente competitivo. En particular, las herramientas políticas o institucionales que definen a esos “amarres institucionales” son las siguientes:
—Una normativa que incremente la transparencia de las actividades corporativas (e.g., leyes de transparencia del lobby; obligaciones de comités de auditoría independientes, cuyos miembros sean responsables de conocer y atender las desviaciones éticas);
—Mejores reglas que limiten las llamadas “puertas giratorias” entre los funcionarios del Estado (agencias regulatorias, principalmente) y el empleo en la empresa privada, con énfasis en atender el riesgo de captura de científicos y economistas por parte de los intereses corporativos;
—Un uso más agresivo de las autoridades antimonopolio y procompetencia;
—Prerrogativas que protejan la independencia de los medios de comunicación y de los periodistas, frente a los intereses políticos, gubernamentales y corporativos;
—Una mezcla entre limitaciones al financiamiento privado de las campañas electorales y un grado de financiamiento público de estas; y
—El uso de mecanismos que protejan la independencia de la Fiscalía y del Poder Judicial
Conclusiones
El auge del populismo, tanto de izquierda como de derecha, y las victorias electorales de sus representantes representa una de las más preocupantes amenazas a la democracia liberal. Los populistas son elegidos gracias a la frustración de los ciudadanos frente a la labor de los políticos tradicionales y frente a las expectativas de incrementos sostenidos del nivel de vida y de las oportunidades económicas y sociales. Este desencantamiento ha llevado a muchos electores a depositar su confianza en actores políticos advenedizos, a los cuales se les suele entregar poderes especiales, con la esperanza de que lleven adelante políticas que beneficien a las mayorías sin las limitaciones que imponen los intereses de las élites tradicionalmente favorecidas.
La experiencia reciente nos enseña que estas apuestas de los electores decepcionados resultan sumamente costosas, debido a que una vez que se eliminan o cercenan los balances y equilibrios institucionales (e.g., se otorgan poderes amplios a los presidentes, se reduce la autonomía del poder judicial y de los medios de comunicación), entonces se reducen peligrosamente las posibilidades de desplazar democráticamente a gobernantes impopulares. Estas entronizaciones políticas que generan las “cartas blancas” a los populistas también incentivan la formación de mafias, de poderes no sujetos a la competencia política abierta, los cuales se especializan en proteger sus beneficios, sobre la base de la profundización de mercados negros y situaciones de escasez.
Sin embargo, una inmunización política frente a estos riesgos, que sea democráticamente sostenible,  implica una revisión abierta de los problemas que la relación entre negocios y política implica para el sostenimiento del capitalismo de mercado. La ignorancia o el desprecio de la discusión señalada por Zingales y otros, tanto por razones políticas cortoplacistas como por velos ideológicos, no hace sino postergar el avance del populismo y destruir la legitimidad del capitalismo de mercado. Esto nos deja frente a dos versiones semejantes de un mismo fenómeno: el capitalismo de Estado, basado en la monopolización de las oportunidades bajo un manto de escasez y mercados negros, o el capitalismo de “amigos y familiares”, basado en una simulación de competencia y en la cooptación de la política por parte de las empresas.
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[1]. Zingales, L. (2017), Towards a Political Theory of the Firm. Stigler Center for the Study of the Economy and the State University of Chicago Booth School of Business, New Working Paper Series N° 10, Página 2.

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