HERVE FISCHER
Cuando observamos la infinita diversidad de formas de vida
que abundan en la flora y en la fauna, descubrimos cuán extraños,
surrealistas, oscuros, imaginativos e incluso contradictorios son los
fenómenos que se dan en la naturaleza. No hay que sorprenderse mucho si,
entre todos los animales, son los hombres los que son capaces de tener
las ideas más audaces para poder disponer del medio ambiente e, incluso,
para modificar la evolución de su propia especie. La ética constituye
así la mayor divergencia que tenemos para modificar nuestro destino. En
términos universales puede parecer un detalle marginal, aun cuando lo
llevemos con orgullo, pues es algo que no parece manifestarse en ninguna
otra especie, ni en la naturaleza en general. De esta no estudiamos más
que su evolución astrofísica, geológica y biológica, desde luego
fabulosa pero amoral. Pero esa voluntad ética que consigue transformar
nuestra evolución es una decisión exclusivamente humana, “antinatural”
diría Darwin, pues protegemos a los débiles y ayudamos a los moribundos
frente a la dura ley del más poderoso que domina la evolución. Asumimos
el riesgo que deriva de nuestra empatía y solidaridad y tomamos el juego
de cartas de la naturaleza para distribuirlo nosotros mismos con el
objetivo de obtener, probando todas las combinaciones posibles, un
estatus sobrenatural. Seremos dioses es el título de un libro mío.
No
se puede explicar el genio creativo de Velázquez o de Don Quijote con
la teoría darwinista de la selección natural. Tampoco el de Van Gogh o
el de Antonin Artaud: su audacia los terminó aislando como artistas
malditos y los condujo al asilo psiquiátrico y a la miseria. Tampoco se
podría explicar la invención de la relatividad por Einstein o la de la
mecánica cuántica por Niels Bohr. Y menos aún la emergencia de las
tecnologías digitales. Los conceptos de Darwin no consiguen dar cuenta
de estas innovaciones, que tienen una importancia evolutiva mayor para
nuestra especie.
Resulta evidente que existe en la naturaleza, incluyendo en
la naturaleza humana, un instinto de creación que procede por ruptura y
que asume el riesgo de hacerlo así. Y, a pesar de que no es fácil
demostrar su existencia, la afirmamos porque sus efectos son indudables.
Las mayores ideas que han aparecido en la historia humana, son las que
producen divergencias.
El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida,
publicado en 1859, marcó una formidable ruptura —una divergencia—
frente a las creencias que dominaban entonces Occidente, cuando el
creacionismo bíblico constituía la teología oficial del cristianismo.
Pero hecho este homenaje, conviene constatar también que esta teoría de
la evolución por adaptación y selección natural, que sigue siendo
fundamental para comprender la evolución de los reinos animales y
vegetales, no permite explicar las rupturas que se producen en la
evolución en general. La actual observación de la fauna y la floranos
nos obliga a reconocer que las adaptaciones por la selección natural
solo son un proceso secundario de las especies. Lo que Darwin puso
magistralmente en evidencia ya no consigue explicar las divergencias
radicales de las que proceden hoy la multitud de fenómenos existentes.
Observamos tales diferencias, tales incompatibilidades, tales
contrastes, incluso tales contradicciones, entre los medios de vida, los
géneros y las especies que es impensable atribuir semejantes procesos
de evolución a la ley de Darwin. Sabemos que el stress del
medio ambiente crea aceleraciones evolutivas estimulando las mutaciones.
Pero no se trata de la transmisión a posteriori de caracteres
adquiridos —decisivos en esta infinita diversificación de las especies—,
ni de la novedad de las mutaciones posibles por saltos y diferencias
creadoras. Son esas divergencias las que llaman la atención de los
biólogos. Hay en la naturaleza, desde ahora en adelante, una fuerza de
creación que nada tiene que ver con un dios. Está inscrita en el
potencial de la naturaleza como motor de vida; esta voluntad-mundo
explora y vuelve a combinar sin límites el alfabeto de la vida para
crear otros escenarios biológicos.
No podría dar obviamente una prueba científica de lo que yo
afirmo. Pero una diversidad tan grande, por su propia existencia,
favoreece la potencialidad de la divergencia de la naturaleza. La ley de
la divergencia se toma hoy cada vez más en cuenta en la física; se
impone también en biología y en las evoluciones sociales. El darwinismo
estaba inscrito en el comportamiento lineal. Los procesos de divergencia
se comportan en cambio como arabescos, como hemos constatado
notablemente en las mutaciones virales y celulares que complican
considerablemente las investigaciones de la medicina.
La evolución humana ha conocido numerosas repeticiones,
adaptaciones y selecciones naturales. Se ha puesto en evidencia en el
pasado que de la existencia de dos especies humanas, solo una ha
sobrevivido. Pero sería muy difícil explicar el diferencial que ha
crecido exponencialmente entre “nosotros” y las demás especies animales
sólo por la selección natural y la transmisión de caracteres adquiridos.
No cabe duda de que varias especies animales utilizan, como nosotros,
herramientas a veces de manera asombrosa. El castor crea andamios
sofisticados; las hormigas y las abejas, sociedades emprendedoras y
trabajadoras; podríamos citar miles de ejemplos que contradicen la
diferencia supuestamente radical entre el hombre y el animal, afirmada
de manera errónea por tantos filósofos y antropólogos célebres, pero
antropocentristas. En el caso concreto de la especie humana la
divergencia es inevitable, permanente y espectacular. Y esta es desde
ahora en adelante todo lo contrario de la ley darwiniana: el hombre que
evoluciona en función de sus propios proyectos, sus saltos y rupturas,
incluso sus locuras, crea su ecosistema y trasforma la tierra, hasta el
punto de que los científicos hablan del Antropoceno para nombrar nuestra
época.
El darwinismo no es falso; está científicamente demostrado,
pero es insuficiente. Es un elemento parcial de explicación de la
evolución. Frente a los actuales escenarios de la naturaleza, es
necesario pasar de una ley de la adaptación a una ley de la divergencia,
que no puede demostrarse desde la observación, pero que se impone a la
vista del conjunto de las vías creativas y contradictoras que explora la
naturaleza.
La divergencia no tiene que ver solo con las especies vivas.
Se encuentra regularmente también en las leyes físicas de la
naturaleza. Tomemos un ejemplo cotidiano: el paso del agua del estado
líquido al estado gaseoso o sólido. Es fruto de variaciones de los lazos
químicos entre las moléculas de agua, por discontinuidad, ruptura o
divergencia.La divergencia es una ley fundamental de la naturaleza mucho mas importante que la ley darwinista de la adaptación y selección natural.
Hervé Fischer es artista y filósofo. El Centro Pompidou de París ha clausurado hace poco una retrospectiva de su obra.
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