Hong Kong: ¿quo vadis, China?
BEATRIZ DE MAJO
Nadie puede imaginar a esta hora el rumbo que tomará en el futuro cercano la batalla por la democracia que acaba de despertarse en las calles de isla de Hong Kong y que ha causado no pocos dolores de cabeza a los líderes en la capital.
Lo que sí es claro es que, dada la juventud, la tenacidad y el ardor de quienes promueven las protestas, el insistente clamor por mayores libertades y por el respeto de sus derechos tiene pocas posibilidades de languidecer.
Las nuevas generaciones no desean sino ser ellos los artífices de su propio destino y han dejado clara su inconformidad frente a los controles y la repulsa ante la intromisión de Pekín en la designación por votación popular de las autoridades de la isla en 2017.
No va a ser sencillo para el gobierno central pasar la página jugando al cansancio de estos nuevos activistas de corte chino-occidental que ya han conseguido algunos éxitos en su búsqueda de una sociedad menos controlada por el poder del Partido Comunista y más democrática. Ya en 2012 el movimiento “Scholarism”, que fue fundado para darles voz política a los estudiantes, consiguió, luego de armar una marcha de 120.000 estudiantes y ocupar las oficinas centrales del gobierno, que este revocara un programa educativo nacional pro China.
Algo más crecidos en edad y en número, son los mismos que de nuevo salen a las calles para reclamar, esta vez, que las elecciones de sus propias autoridades ocurran sin imposiciones de candidatos desde la capital.
Tampoco pueden en el Partido Comunista desestimar lo que ocurre en la isla de Hong Kong sin considerar seriamente los efectos metastásicos que ello podría generar en otros lugares de su geografía. Su obsesión por la unidad territorial los llevará a actuar con cautela para evitar una contaminación interior de estos fueros revolucionarios, pero no a ignorar el movimiento.
Hong Kong resulta ser un enclave geográfico con un estatus particular y de extrema importancia en lo económico y en lo geopolítico para el gigante chino, y de ello hay plena conciencia. El tipo de negocios que allí se desarrollan, la talla de sus operaciones financieras y comerciales y la ventana de observación económica que ella constituye para el mundo exterior requieren que su clima sea el de la paz para los inversionistas propios y para los extraños.
La carta que han jugado en otras ocasiones en Pekín, consistente en calificar a estos movimientos pro democráticos como atentatorios de la seguridad del Partido Comunista, no ha servido para disuadir a los manifestantes, ni la represión, para ganar simpatías en el exterior. Levantar el dedo acusador contra Estados Unidos tampoco consigue eco en un mundo cada vez mejor informado.
Total que el juego de estos pasados días bien puede extenderse y escalar, o puede igualmente caer y disiparse en un letargo que tranquilice a los seguidores de Scholarism temporalmente. Pero la semilla del descontento ya está sembrada. La batalla antiautocrática puede ser revisitada tantas veces como sea necesario aunque al movimiento le toque pasar a una etapa de hibernación obligada mientras –como los osos– recarga sus baterías.
El mensaje de alerta está enviado. El periódico oficial Diario del Pueblo se refirió constantemente al episodio como “el caos”. Los grupos de presión se han activado. El mundo mira atento. Las autoridades no saben bien hacia dónde mirar ni hacia dónde ir.
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