OSCAR HERNANDEZ BERNALETTE
Cuando leímos que el alcalde Carlos Ocariz, había expresado que el gobierno no había cumplido con las condiciones pactadas durante el encuentro del 11 y 12 de noviembre y que la oposición había cumplido con todo lo acordado, confirmamos lo que habíamos planteado en esta misma columna, que “era evidente que las fuerzas democráticas no podían estar preparadas para iniciar un proceso de diálogo”.
El proceso fracasa, precisamente, porque nunca existió diálogo. Ninguna de las partes, incluyendo los facilitadores, cumplieron lo que también señalamos como los pasos indispensables que había que seguir si, efectivamente, se quería que el gobierno y la oposición alcanzaran la implementación de acuerdos apropiados para sacar a Venezuela de esta crisis.
Se omitieron, para desventaja de la oposición, una ruta obligatoria para que los resultados del proceso fueran creíbles y verificables. Indicamos que el montaje de la escena necesitaba pasar por cuatro etapas, cada una importante y progresiva: 1) prediálogo (evalúa la voluntad real de las partes), 2) el diálogo (desarrolla una agenda de largo aliento), 3) negociación (ponen en la mesa sus requerimientos y logran acuerdos), 4) verificación (se dan un plazo para que se confirme lo acordado). La ausencia de esta metodología, clásica pero diáfana, colocó ese proceso precisamente ante la frustración que indica Ocariz.
Precisamente, es en la primera etapa en la cual las partes en conflicto descubren la sinceridad del acercamiento. El fracaso de una gestión de esa naturaleza para los negociadores y facilitadores no es como cuando se frustra una compra-venta, es la ventana que queda abierta para una escalada conflictiva de mayor envergadura.
Insisto en que todos perdemos ante un fracaso del diálogo y la negociación. Pero, sin duda, si es el gobierno el que juega a negociar sin vocación, al final será el que pague el precio mayor.
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