domingo, 22 de enero de 2017

ESTADO DE REBELION

FERNANDO RODRIGUEZ

Un estado, dicen algunos psicólogos, es una disposición emotiva de la cual pueden brotar muy diversas decisiones y acciones. Estar triste puede generar el regodearse en ese estado o iniciar alguna actividad que lo disuelva. Hay un estado de rebelión, entre tantos otros, que me impele a acciones que den al traste con un estado de opresión que me resulta insoportable. Es previo, insisto, a toda acción, pero indispensable para activar respuestas con sentido y eventual eficacia.
En términos políticos es bien sabido, al menos desde aquella famosa frase de Platón en La república, que se justifica moral y jurídicamente el derecho a la rebelión frente al tirano que conculca las libertades públicas. Nuestro tutelar Quijote dijo que la libertad y el honor merecían el sacrificio hasta de nuestras vidas, buen caballero era. De manera que ese temple del hombre rebelde, ese “no” camusiano, es por donde hay que empezar y dinamizar y concertar entre quienes hoy y aquí creemos que estamos ante una tiranía que ha socavado al menos dos bases imprescindible de la democracia, el derecho al voto y el acatamiento de la voluntad popular expresada fehacientemente en la actual Asamblea Nacional. Además, por supuesto, ha hecho un gobierno tan corrupto, represivo y tan ineficaz que ha destrozado el país en niveles que nunca llegamos siquiera a imaginar. Tenemos, pues, derecho de rebelarnos.
Lo que quería señalar básicamente es que me parece que ha habido poca mediación entre el derecho que nos asiste y el estado, la mentalidad colectiva concomitante, más o menos intensa, y las acciones emprendidas para hacerlo realidad, liberación. Ha habido no solo compulsión y prisa, sino también su reducción a lo que llamaría el mito del único día. Con lo que quiero señalar que se han planificado empresas políticas, con sus calendarios muy precisos, vías únicas y rápidas que deberían conducir a abrir de un buen golpe las puertas que nos encierran y asfixian. A lo mejor muy explicable, ha sido tan larga la agresión y tan criminal el despojo y la humillación para que toda dilación o complejidad estratégica sonase a conciliación o entrega. Referéndum, marcha imparable e irreversible, decisión puntual legislativa, huelga general, doble nacionalidad, diálogo exprés, abandono del cargo, etc. Todos tienen esa característica de puntualidad y unicidad. En su diversidad parecieran tener características comunes: desbancar la ruleta poniendo todas las piezas en una sola casilla y minusvalorar el poder del enemigo que es nada menos que de fuego. Y, a lo que vamos, no atender debidamente a fomentar y conservar la conciencia de rebelión.
Ahora que pareciese que una suerte de cansancio y pérdida de cohesión y objetivos mantuviese en un prolongado suspenso a la oposición, a la MUD, pudiese repensarse algunas de estas cosas. La primera que hay que mantener viva es la cólera y la energía que bulle en el dolor y la confusión del pueblo, lo cual no se logra solamente con éxitos estridentes, a veces pesa más la fraternidad democrática y la transparencia discursiva. Y, en segundo lugar, la experiencia ha dicho lo suyo sobre esto, que la lucha debe ser complejizada, utilizando varios caminos y no despreciando ningún espacio de poder ni ninguna lucha parcial simplemente porque no son autopistas al gran día. Chúo Torrealba ha dicho en estos días que hay que estar en la pelea por las elecciones regionales más allá de que se consigan las generales. Y parece modélico. Y no hay que seguir maldiciendo el diálogo en términos absolutos, algo saldrá de ahí o nada pero alguna realidad tienen esos mediadores y el vasto coro mundial que los aúpa. Que hay que sentarse, no sé, a lo mejor se habla mejor parado. Que las universidades y los estudiantes algún día y a lo mejor por los oprobios a los que se les somete encontrarán alguna vereda para meterse en la historia, habría que propiciarlo. Que la clase obrera se decida a comer completo suena alto. Que Ciudad Bolívar se amotinó, qué duda cabe, y habrá otras. El 23 marcharemos. Y así. Lo importante es que cada uno de nuestros actos apunte, inmediata o mediatamente, a acabar con la tiranía. A concretar el estado de rebelión que nos carcome el alma.



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