sábado, 7 de enero de 2017

¿POR QUÉ NO COLOMBIA?

BEATRIZ DE MAJO

No le faltó nada de razón a Ricardo Hausmann cuando a través de las redes sociales envió un trino esta semana donde se interrogaba sobre las razones que tendrá Colombia para no otorgarles a los venezolanos una facilidad similar a la concedida por el gobierno peruano, que decidió acoger nuestros emigrantes como una forma de colaborar con aquellos que se destierran voluntariamente, lo que es solo la consecuencia de la situación económica, social, de seguridad y de salud venezolana.
La Superintendencia Nacional de Migraciones de Perú informó hace pocos días acerca de la aprobación de los lineamientos para la entrega de un permiso temporal de permanencia por un año que se les otorgará a los venezolanos que estén dentro del país, previamente a la exclusión de Venezuela de Mercosur, o a aquellos que se hallen en situación migratoria irregular.
Es un trato especial que el presidente Pedro Pablo Kuczynski concede a los nacionales de la hermana patria venezolana para que estos regularicen su permanencia en el Perú y estén, en adelante, habilitados para realizar actividades remuneradas.
El comentario de Hausmann a través de Twitter tiene todo el sentido del mundo dadas la interacción histórica, la cercanía cultural, la hermandad existente entre los dos países. Por mi lado, considero que se trataría, en primer lugar, de una concesión humanitaria para un inmenso contingente de venezolanos incapaces de convivir con el grado de deterioro de su calidad de vida en el país, situación que tiende a prolongarse indefinidamente en el tiempo, por la manifiesta incapacidad del gobierno revolucionario de implementar los correctivos necesarios para que la economía recupere una senda de crecimiento y, en el ínterin sean aliviados los problemas humanitarios que registra el país. Pero el asunto va mucho más allá que un gesto de solidaridad bondadosa. Hay países que explotan los talentos ajenos en su propio beneficio. Un gran ejemplo lo constituyen Canadá y Australia.
El académico de la Universidad de Harvard había llamado la atención hace unas semanas acerca de lo refractaria que es la sociedad colombiana frente a la incorporación de talento externo en sus procesos. Pero el catedrático no le atribuye una actitud de rechazo a la población del vecino país. Se trataría, más bien, de una política migratoria excluyente y discrecional, la que penaliza, más que a nadie, a los propios colombianos.
Hausmann ha llamado la atención acerca de la consolidación de una fuerte industria petrolera en Colombia con el talento aportado por centenares de nuestros profesionales emigrantes que conocían los intríngulis del complejo negocio de la producción de crudos pesados.
El experto de la prestigiosa Universidad de Harvard ha dado a conocer detalles poco evidentes de la vecina Colombia. Según datos del Banco Mundial, la proporción de gente nacida en el exterior que hay en Colombia llega a 0,2% del total, uno de los índices más bajos del planeta, cuando ese mismo país ostenta más de 2,5 millones de sus nacionales por fuera de sus fronteras. Venezuela llegó a darles albergue a 4 millones de colombianos, en situación de ilegalidad y de legalidad en los mejores momentos de la integración binacional.
Hausmann, director del Centro para el Desarrollo Internacional de Harvard, ha puesto el dedo en la llaga en un tema álgido entre los dos países. Lo que no dijo el destacado personaje es que, más bien, en los tiempos de Juan Manuel Santos ha centrado su gestión en fabricarse una paz sui generis. Una que pasa por sacar del país vecino toda la basura producida por el narconegocio e impulsarlo a ubicarse son su carga de crímenes y de horror del otro lado de la frontera del Arauca, en donde han encontrado asentamiento y colaboración fácil e interesada.
Repito que Hausmann tiene razón en deplorar esta forma de actuar de Colombia.
El problema está en que toda esta tesis de la narcotización de Venezuela para fraguar la paz de Colombia difícilmente cabe en un trino de Twitter.

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