HECTOR FAUNDEZ LEDESMA
Ignacio Ramonet, periodista y amigo de Chávez, dedicó un comentario a lo que él denomina “las 10 victorias del Presidente Maduro en 2016”. En su opinión, a comienzos de 2016, la llamada “revolución bolivariana” enfrentaba graves desafíos en tres frentes: la oposición había ganado las elecciones parlamentarias, el precio del petróleo había caído a su nivel más bajo en los últimos decenios, y el Presidente Obama había firmado una orden ejecutiva declarando que Venezuela representa una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de los Estados Unidos. Todo eso, en medio de una guerra mediática en contra del gobierno venezolano.
El articulista de marras olvida que el gobierno venezolano controla los medios radioeléctricos y casi toda la prensa escrita, sujeta, además, a las restricciones de papel para periódico. Pero, según Ramonet, en esta atmósfera de insidiosa desinformación, en que la práctica de la mentira y del engaño descarado no es sancionada con ninguna consecuencia negativa, ni siquiera los hechos más objetivos son tomados en consideración. ¡Ramonet lo sabe por experiencia propia! Por eso, sin ningún rubor, a reglón seguido se atreve a afirmar que, cuando “la contrarevolución” creía tener el poder al alcance de la mano, en una magistral jugada de ajedrez, Maduro sorprendió a todos cuando “renovó, como era su derecho, a los miembros del TSJ”. ¡No señor; no era su derecho! Según la Constitución, la designación de los magistrados del TSJ es competencia exclusiva de la Asamblea Nacional.
Según el relato de Ramonet, la oposición decidió ignorar las advertencias del TSJ y sesionar con tres diputados del estado Amazonas “cuya elección estaba bajo suspensión cautelar por irregularidades”. No hay una sola palabra sobre las supuestas irregularidades en su elección, no se menciona que esos diputados habían sido proclamados como tales por el CNE, ni se indica cuáles fueron las medidas adoptadas para proceder prontamente a una nueva elección. Como afirma Ramonet, la desinformación y el engaño descarado no tienen castigo.
Por ese acto, explica Ramonet, el TSJ declaró a la Asamblea Nacional en desacato, procediendo a negar validez a todas sus decisiones. Pero calla que, desde mucho antes de que la AN incorporara a los diputados de Amazonas, el TSJ ya venía anulando cualquier decisión de la Asamblea. Sobre todo, se cuida de mencionar que los magistrados del TSJ fueron designados horas antes de que asumiera la actual AN, sin contar con la mayoría requerida por la Constitución, y sin cumplir con los requisitos exigidos por ésta.
Convencido, como está, de que la mentira no acarrea consecuencias, Ramonet agrega que la oposición antichavista decidió ignorar los requisitos para la realización del referéndum revocatorio. No menciona que el CNE ignoró los plazos que él mismo se ha impuesto para decidir y, simplemente, pasa por alto que, en violación de la Constitución, el CNE pospuso, sine die, la fecha de las elecciones de gobernadores que debían haberse realizado en diciembre pasado. Para Ramonet, que no se celebren elecciones en los plazos previstos por la Constitución no es un hecho relevante.
En su delirio, aunque Ramonet no llega a sugerir que la sequía de 2016 fuera causada por la oposición, sí afirma que ésta es responsable de los sabotajes eléctricos, del caos energético, del disgusto de la población y de las protestas sociales. A su juicio, las protestas sociales no son parte de las reglas de la democracia.
En La importancia de llamarse Ernesto, Oscar Wilde sostiene que la verdad no es nunca pura, y que raramente es simple. Tal vez; pero, al responder a la pregunta incómoda de un periodista, Hugo Chávez sugirió que la verdad depende de lo que se pague por ella. Ramonet, que fue su amigo, debe saber de eso.
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