domingo, 8 de enero de 2017

DEL GOZO AL FOSO

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                                ELIAS PINO I.

EL NACIONAL

En cuestión de un año, las esperanzas se disiparon en el terreno de la oposición. Se pasó de las alegrías fundadas a un escepticismo que hoy predomina en todos los rincones. La abrumadora elección de los diputados incluidos en las listas de la MUD, llevada a cabo en diciembre de 2015, auguraba aprietos serios para el régimen, que sentía la mengua del apoyo popular y parecía obligado, si no a despedirse en breve, a rectificaciones capaces de enderezar el rumbo de una sociedad que le había expresado rechazo contundente. Pero no fue así, por desdicha. Doce meses fueron suficientes para que el chavismo se fortaleciera, o para que permaneciera en el poder sin el estrecho en el cual se encontraba. Estamos ante una descripción que no parece exagerada cuando comenzamos el nuevo lapso del calendario en medio de un pantano de frustraciones.
El gobierno no lo pudo hacer peor, pero sobrevivió a pesar de sus dislates infinitos y de las calamidades que ha multiplicado. No encontró rivales que lo obligaran a rectificar, pese a que esos rivales parecían poderosos e imbatibles cuando reaparecieron en el Capitolio. Se vio librado de grandes escándalos, como el de los narcosobrinos, porque no hubo fuerza capaz de sacarles provecho para demostrar la podredumbre que reina en las alturas. Ni hechos tan dignos de sonoro repudio, como las masacres llevadas a cabo por elementos militares; ni las arteras intervenciones de las OLP en los barrios populares, orientadas sin rubor contra la vida, contra las propiedades y contra la paz de los pobladores más humildes, provocaron una reacción efectiva de los políticos en quienes había confiado el soberano su representación. Abundan los errores y los disparates del oficialismo que ahora pudieran agregarse, pero con los señalados puede bastar para el cálculo de cómo la oposición fue incapaz de llegar a las metas mínimas a las cuales la obligaba el impulso de los electores que la hizo resucitar.
La prenda más evidente de incapacidad se observó en la fallida campaña por el RR, propuesta como solución milagrosa y abandonada sin gloria debido a las esperadas patadas del chavismo, que los líderes de la fórmula no resistieron con la entereza que el asunto merecía. En cuenta de las maniobras del régimen, en cuenta de su manejo grosero de la mayoría de los poderes públicos, de la falta de escrúpulos de los sujetos que se exponían a su expulsión y a su bochorno, la oposición fue presa de unos manejos que podían esperarse y frente a los cuales careció de respuestas efectivas. De allí se pasó a la negación de la elección de los gobernadores, pautada para el lapso y obligatoria por mandato constitucional, una nueva arbitrariedad sin dolientes serios. En consecuencia, la colectividad se sumió en un nuevo desconcierto y en una masiva desesperanza. Maduro pudo volver a su sueño de bebé después de advertir los desatinos de unos adversarios que, en lugar de jugarse el pellejo por las reivindicaciones sociales que el electorado reclamaba y que ellos mismos habían pregonado como alternativa de salvación nacional cuando llenaron las curules de la AN, prefirieron sentarse a conversar con unos rivales que los despreciaban, es decir, cuando en realidad no había materia que mereciera un ligero paseo de opiniones.
Semejante panorama conduce a una conclusión dolorosa: en cuestión de un año, el pueblo se ha quedado sin representación. El gobierno lo ha despreciado en términos elocuentes desde su instalación, y ahora la oposición, especialmente la representada en el Parlamento y en la cúpula de la MUD, la juzga como una bagatela con la cual puede jugar hasta 2021; como un caramelo con cuyo sabor cada vez más agrio, pero no lo suficiente como para dejarlo de chupar, puede estirar el almanaque mientras el azar se aparece con un desenlace que la favorezca. Solo queda esperar golpes de timón en una MUD que ha sido experta en tumbos infructuosos, pero también cambios sustantivos en la dirección de la AN, hasta ahora célebre por las poses de relumbrón y por la retórica divorciada de las urgencias de la sociedad. Parece más sensato que la búsqueda de un Larrazábal II que nos salve el 2017 que comienza cargado de achaques, o quizá no lo sea tanto.

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