miércoles, 18 de enero de 2017

EL REGRESO DE LOS GORILAS

ALBERTO BARRERA TYSZKA

Ayer, Diosdado Cabello, embutido en un traje militar de campaña, rodeado de soldados y de cámaras de televisión, empuñó ferozmente un micrófono para carajear a Obama, a la oposición, a cualquiera que no quiera someterse al plan eterno de la revolución. “No tenemos miedo de verdad, perdimos el miedo hace tiempo”, vociferó. Tanto lo perdieron que hoy, precisamente, el Presidente ni siquiera se atreve a presentar su Memoria y Cuenta del 2016 ante el Parlamento. Maduro prefiere hablar frente a un Tribunal escogido a dedo por el oficialismo. No desea correr ningún riesgo. Le da culillo enfrentarse a quienes lo cuestionan. Maduro solo puede dar la cara ante sus amigos o en cadena nacional. No quiere que nadie lo interrumpa. No le rinde cuentas al país sino al TSJ, ese club privado donde solo entran sus amigos.
Este fin de semana es una metáfora terrible del desastre nacional: el sábado el gobierno legitima las armas y la violencia, el domingo el gobierno deslegitima la democracia y el poder de la ciudadanía.
El ejercicio militar Zamora-2000 es una agresión brutal en contra de la dignidad de los venezolanos. Se organizó la movilización y participación de 580 mil personas, entre efectivos militares y población civil. Se realizaron simulacros, maniobras, ejercicios de entrenamiento. Se probó armamento nuevo y de mucho poder. El propio Presidente apareció en imágenes, empuñando un fusil… Como si varias fragatas extranjeras estuvieran detenidas frente a nuestras costas. Como si la amenaza de una invasión fuera inminente. Como si realmente existiera un enemigo colosal a punto de atacarnos. El Ministro de Defensa, en un destemplado ataque de maoísmo, ya había señalado la ruta: la “guerra popular prolongada”. ¿Contra quién? No se sabe. El chavismo necesita urgentemente un enemigo. Tal vez son, en todo el planeta, los que están más contentos con la llegada de Donald Trump la Casa Blanca.
Pero la mayoría de los venezolanos no tiene uniformes sino hambre. ¿Cuánto costó el ejercicio militar de ayer? ¿Cuál fue el presupuesto de ese espectáculo? ¿Con qué moral la Fuerza Armada se gasta balas en un show mientras en los hospitales faltan las jeringas? ¿Qué clase de ejército juega a la guerra invisible, dándole la espalda a la guerra real que ataca a su población?
Obviamente, todo esto forma parte del mismo proceso de descomposición que viene desarrollándose aceleradamente en el país. El contra ataque siempre ha estado presente en la metodología del chavismo. Es un elemento central en su concepción bélica de la política. Ante cualquier surgimiento disidente, se implementa una defensa y, después, un fulminante contra ataque. Cualquier intento por lograr que regrese la democracia al país, se encontrará con está dinámica, orquestada sin pudor desde el Estado y con dinero público. Ahí donde los venezolanos ven oxígeno, el oficialismo ve una nueva oportunidad para la asfixia.
Dentro de ese esquema cabe todo lo que hemos visto en este comienzo del 2017: la suspensión del diálogo, la omisión de fechas para la elección de gobernadores, y el uso impúdico de la violencia, sin respeto a ninguna legalidad. Esa es la lección que quiere dar el poder: aquí están las consecuencia de haber osado —tan siquiera— intentar activar un referendo revocatorio.
No hay manera de narrar lo que ocurre sin que el relato, de manera irremediable, nos conduzca a las viejas y repugnantes prácticas de los gobiernos militares sudamericanos del siglo XX. El relato de la detención de cualquier ciudadano (más aún, siendo un diputado, gozando de inmunidad parlamentaria) dentro de un túnel, su posterior desaparición e inmediato encarcelamiento, con la única justificación de la voz del poder, acusándolo de sabotaje, es una práctica clásica de gobiernos como el de Videla o Pinochet. Lo mismo que lo ocurrido con la detención del General Baduel o de distintos concejales en diferentes lugares del país. Lo mismo que pasa con todos los presos políticos, incluso con varios que —aún teniendo legalmente su libertad— siguen retenidos en las cárceles. Si a finales del año pasado, ante los juicios fabricados para impedir el revocatorio, se instaló en el país la idea de que estamos en una dictadura, este 2017 solo confirma, por desgracia, que estamos en una dictadura violenta: este es el regreso de los gorilas.
El Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, en su presentación de hoy, probablemente no hablará de las masacres de Barlovento o de Cariaco. Y de seguro tampoco presente las cifras del exterminio oficializado que han ido ejecutando las OLP. No mencionará el hambre, la miseria, la escasez de comida o de medicinas. El Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, hoy, en su rendición de cuentas, no hablará de la realidad ni de lo que nos ocurre a los venezolanos. Hablará de sus éxitos y de las conspiraciones en su contra. Su proyecto es institucionalizar la violencia e ignorar al país

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