miércoles, 25 de enero de 2017

LA OPINION DE POMPEYO

23 de enero: jornada unitaria

El 23 de enero de 1958 es una fecha histórica en los términos en que lo describió ese profuso y rico historiador venezolano, mi amigo y compañero Manuel Caballero. Es el fin de un ciclo y la apertura a otro. En esa fecha se derrocó a una dictadura militar armada hasta los dientes pero sin apoyo popular. Son muchas las lecciones que se pueden extraer de esta victoria popular. La fundamental fueron los 10 años de resistencia, con victorias y derrotas, que costó vidas, sacrificios, donde la tortura, el asesinato y la represión más salvaje estaban a la orden del día, y la clave para la victoria final –construida en los años 1956 y 57– fue la Unidad Nacional.
Veníamos de un gobierno democrático presidido por Gallegos, nuestro insigne escritor, electo por votación popular, que había concedido como expresión de las luchas democráticas la Junta de Gobierno. Como me dijo un campesino: “después de haber bebido agua clara es difícil beber agua sucia.” Se refería a que Venezuela había vivido 3 años de amplia democracia (1945-48) y había recuperado su soberanía con el voto secreto, universal y directo para los mayores de 18 años y otorgado el derecho al voto a las mujeres.
Los fracasos todos estuvieron marcados por la división, por una consigna que paralizaba a una parte importante del país como era la de la “AD volverá”. Las victorias –entre otras expresiones– fueron el triunfo de las elecciones para escoger los constituyentistas, aunque anuladas por el golpe militar del 2 de diciembre de 1952; las movilizaciones populares y el relativo éxito que se tuvo cuando el dictador, violando la Constitución, apeló a un plesbicito en el cual tuvo un rotundo rechazo.
La gran victoria se obtuvo, insisto, por la más amplia Unidad Nacional impulsada por la represión que obligó a todas las fuerzas antidictadura a formar la Junta Patriótica y a comprender que solo con la unidad más amplia se podía salir del dictador, a la vez que había que contar con la parte institucionalista de las Fuerzas Armadas encabezada por W. Larrazábal para dar al traste con un régimen represivo, sanguinario.
Al 23 de enero hay que tenerlo, además de como ejemplo de jornada unitaria, como expresión de que no se puede vivir bajo dictadura, y menos cuando hay una opinión internacional y organismos multilaterales dispuestos a hacer prevalecer la libertad, los derechos humanos, economías prósperas y equitativas.
A la calle este 23 de enero para decirle a este régimen que sus días están contados y salvar a Venezuela. ¡Sí se puede! 

La historia no tiene calendario
Pompeyo Márquez
 
Todas las fuerzas antidictadura militar solicitaron en 1957 la celebración de elecciones, según la Constitución perezjimenista de 1953. El dictador no había podido suprimir la conquista democrática que se expresó en la elección directa, universal y secreta del Presidente de la República. Esta política era el resultado de la experiencia de las elecciones para la Constituyente de diciembre de 1952 cuando la oposición fue dividida, porque AD llamó a la abstención, aun cuando después del asesinato de su Secretario General en la clandestinidad, Leonardo Ruiz Pineda, llamó directamente a la votación.
Era un acto de audacia intentar ir a unas elecciones bajo una férrea dictadura que había asesinado, torturado, encarcelado y obligado a los partidos y sus dirigentes principales a vivir en la clandestinidad. Más al dictador apreciar que esta vez TODA la oposición iba a concurrir unida, su Ministro del Interior, Laureano Vallenilla, ideó sustituir aquella elección por un Plebiscito que le diera continuidad en el poder al dictador. Al convocarse el Plebiscito la decisión UNANIME por parte de la oposición fue llamar a la abstención. Ello se tradujo en un éxito. La dictadura tuvo que maquillar la asistencia. El régimen quedó al desnudo, sin apoyo.
El primero de enero de 1958 se produce el alzamiento de Hugo Trejo y Martín Parada, el cual es derrotado. Pero la dictadura había quedado herida. Por un lado, el éxito de la abstención demostró que no tenía apoyo popular y, por el otro, el alzamiento militar demostraba la fractura de las Fuerzas Armadas. Hago un paréntesis. Fruto de muchas discusiones resolvimos desde comienzos de 1956 no referirnos a la dictadura como de las Fuerzas Armadas y concentramos todo contra Pérez Jiménez, Vallenilla Lanz y Pedro Estrada, principales responsables de la represión y del desastre administrativo. Teníamos informaciones de lo que acontecía en su seno. Y eran ciertas, como se demostró.
A partir del primero de enero pequeñas vanguardias tomaron la calle y se enfrentaron con los agentes de la Seguridad Nacional y de la policía. Con piedras, bombas molotov, pequeños revólveres fueron la chispa que “incendió la pradera”. Crecían las manifestaciones. Caen Vallenilla y Estrada. Se forma un nuevo gabinete. Se crean las condiciones para llamar a la huelga general el 21 de enero, precedida de acciones estudiantiles y de la huelga de prensa. El 23 de enero de 1958 huye el dictador. Se había alcanzado la libertad.
Moraleja: A la historia no se le puede trazar calendarios. La salida fue inédita. Nadie previó la forma como se produjo el derrocamiento. Había una estrategia, una política, basada en la unidad y en los objetivos muy claros que se perseguían, entre ellos la libertad como valor fundamental de la democracia.



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