JEAN MANINAT
Accountability, es uno de esos términos del idioma inglés
difíciles de traducir y, sobre todo, aprehender en toda su dimensión.
Lanzando aproximaciones, es algo así como ser tenido por responsable de
sus actos, ser sujeto a la rendición de cuentas por lo realizado o
dejado de realizar en una gestión pública -cualquiera ella sea- o
simplemente saber que la sociedad tiene los mecanismos institucionales
para dificultar que alguien se escabulla con la cuerda en la pata, sin
dejar declaración jurada de sus acciones. (Ven que el término es
complicadito).
Se hace todavía más exigente su significado si usted es accountable (perdonen el sabroso spanglish) ante los votantes que lo eligieron como representante de su circunscripción y los intereses específicos que la identifican como localidad, mas usted se despega para servir primordialmente los intereses de su partido o del líder a quien subroga. Se rompe el vínculo fundamental de la representación entre quien es depositario de un mandato temporal y dependiente y quienes se lo otorgan mediante el voto.
Se puede errar en política -o en cualquier oficio humano, p.ej. ordeñar vacas- es parte del aprendizaje; se anota lo aprendido del error incurrido, se lo memoriza y se atesora esa lección para no repetirla jamás. Pero cuando se persiste en su repetición, cuando las cuentas del rosario están hechas con el mismo extravío que otros pagan, algo está podrido en la Plaza Altamira.
La elección de una nueva directiva de la Asamblea Nacional (AN) en enero de 2019 abrió una gran expectativa que progresivamente derrapó en una sucesión de desaguisados políticos, de espejismos verde olivo plantados por el régimen y en la confección de una alucinación de mago aspiracional donde todas las opciones estaban sobre la mesa y debajo también.
Era una fórmula ingeniosa que poco decía y nada esclarecía, pero que ya indicaba la afición por hablarle al país en forma oblicua, con el pase de presteza criolla que tanto se alentó en el pasado reciente. Pero, eso sí, se postergaba la salida democrática y electoral, se le ponía a la cola y la condenaba a ser la tercera del mantra, una forma de poner los bueyes detrás de la carreta.
En tiempos de pandemia nadie hostiga -menos con el roce de un pétalo de coronavirus-, ni recuerda agravios ni descalabros; acaso se hacen llamados respetuosos a un discernimiento común que nos libre de tanto desconcierto acumulado, y que la jefatura democrática ponga orden en sus rangos y recupere su destreza para plantarle cara al régimen.
En fin, esperemos que no se trate a quien hoy dirige a la oposición como alguien al que no se le pueden señalar sus desatinos porque está bajo mucha presión y le podría hacer daño a su figura. Lo peor que le puede pasar a un dirigente político es que lo traten con la condescendencia del “peor es nada”: es lo que tenemos y hay que protegerlo.
Los líderes -sobre todo si son funcionarios electos- deben ser responsables de sus actos, accountable frente a sus electores y la sociedad. Así sucede en democracia y ese debería ser el ejemplo de la oposición democrática frente al autoritarismo imperante.
Responsabilidad.
@jeanmaninat
Se hace todavía más exigente su significado si usted es accountable (perdonen el sabroso spanglish) ante los votantes que lo eligieron como representante de su circunscripción y los intereses específicos que la identifican como localidad, mas usted se despega para servir primordialmente los intereses de su partido o del líder a quien subroga. Se rompe el vínculo fundamental de la representación entre quien es depositario de un mandato temporal y dependiente y quienes se lo otorgan mediante el voto.
Se puede errar en política -o en cualquier oficio humano, p.ej. ordeñar vacas- es parte del aprendizaje; se anota lo aprendido del error incurrido, se lo memoriza y se atesora esa lección para no repetirla jamás. Pero cuando se persiste en su repetición, cuando las cuentas del rosario están hechas con el mismo extravío que otros pagan, algo está podrido en la Plaza Altamira.
La elección de una nueva directiva de la Asamblea Nacional (AN) en enero de 2019 abrió una gran expectativa que progresivamente derrapó en una sucesión de desaguisados políticos, de espejismos verde olivo plantados por el régimen y en la confección de una alucinación de mago aspiracional donde todas las opciones estaban sobre la mesa y debajo también.
Era una fórmula ingeniosa que poco decía y nada esclarecía, pero que ya indicaba la afición por hablarle al país en forma oblicua, con el pase de presteza criolla que tanto se alentó en el pasado reciente. Pero, eso sí, se postergaba la salida democrática y electoral, se le ponía a la cola y la condenaba a ser la tercera del mantra, una forma de poner los bueyes detrás de la carreta.
En tiempos de pandemia nadie hostiga -menos con el roce de un pétalo de coronavirus-, ni recuerda agravios ni descalabros; acaso se hacen llamados respetuosos a un discernimiento común que nos libre de tanto desconcierto acumulado, y que la jefatura democrática ponga orden en sus rangos y recupere su destreza para plantarle cara al régimen.
En fin, esperemos que no se trate a quien hoy dirige a la oposición como alguien al que no se le pueden señalar sus desatinos porque está bajo mucha presión y le podría hacer daño a su figura. Lo peor que le puede pasar a un dirigente político es que lo traten con la condescendencia del “peor es nada”: es lo que tenemos y hay que protegerlo.
Los líderes -sobre todo si son funcionarios electos- deben ser responsables de sus actos, accountable frente a sus electores y la sociedad. Así sucede en democracia y ese debería ser el ejemplo de la oposición democrática frente al autoritarismo imperante.
Responsabilidad.
@jeanmaninat
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