sábado, 30 de mayo de 2020

Barcos iraníes, macutazo y pacto social


Ismael Pérez Vigil

Nunca, como ahora, tras el episodio de la Operación Gedeón y el de los barcos iraníes, se me ha hecho más patente la comparación del mito de Sísifo, con la actividad de la oposición.
La mitología griega no dice claramente por qué fue castigado Sísifo, rey de Corinto, pero si cuál fue su ejemplar castigo: empujar montaña arriba una pesada piedra que, al llegar a la parte más alta, volvía a rodar cuesta abajo, por lo que debía repetir esta tarea una y otra vez. Podríamos asimilar la actividad de la oposición a la absurda tarea de Sísifo. Cuando parece que estamos llegando a la cima, algún acontecimiento hace rodar la piedra camino abajo y debemos volver a la pesada tarea.
El régimen montó dos “teatros” para “divertirnos”, en el sentido etimológico de la palabra. Primero, una invasión imperial en unos peñeros, con unos “mercenarios pro bono”, detenidos por unos pescadores. Y días más tarde, revistió de épica heroica una absurda operación comercial para traer gasolina desde el otro lado del mundo, pagada a precio de oro. Con ambas nos “entretuvimos” unos días, acicateados en redes sociales por “opositores radicales” que curiosamente siempre creen lo que dice el régimen y lo secundan en sus objetivos de generar falsas expectativas, para cosechar desesperanza, porque a ellos, a los “opositores radicales”, les sirve muy bien esa desesperanza, la duda que siembran, en su objetivo de desplazar –sin hacer trabajo político– a lo que llaman la “oposición oficial”.
Mis conocimientos de la industria petrolera llegan hasta comprender que esa operación de traer gasolina, desde Irán, no debe tener mucha racionalidad económica y no debe ser algo que se pueda repetir en muchas ocasiones. Mas, sí como ya estamos viendo, las empresas armadoras o propietarias de los barcos que traen la gasolina comienzan a plantearse que no lo seguirán haciendo por temor a las sanciones de los Estados Unidos –mercado que sí les importa– contra empresas que hacen negocios con Venezuela e Irán, ambos países sancionados por tráfico de drogas, terrorismo, violación de derechos humanos, etc.
Mi conocimiento de la realidad venezolana me lleva a pensar al menos tres cosas. Una, que el régimen venezolano montará alguna otra estratagema para no quedarse sin el combustible que mueva la economía del país, que aunque precaria y en crisis, necesita ser movida. Dos, que montará igualmente otro de esos llamados “falsos positivos” –para usar la jerga de moda–, que le permitan el doble objetivo de atemorizar y acrecentar su control sobre la población civil y sobre la oposición política. Y tres, que una vez más comprobamos que los venezolanos no somos el ombligo del mundo y que nadie va a salir a pelear las contiendas que solo nos conciernen a nosotros.
Y me quiero detener en este último punto, reflexionando en dos direcciones. Una, para no remontarme a 2014 y 2017, ya lo habíamos visto en febrero de 2019, cuando esperábamos que “sí o sí” entraría la ayuda humanitaria, apoyada por tropas de varios países y una multitud de civiles. Nada de eso ocurrió. Nada ocurrió tampoco el 30 de abril, salvo que algunos militares buscaron el exilio y se incrementó una vez más la desesperanza del pueblo venezolano, que no acudimos masivamente al llamado de Juan Guaidó para apoyarlo en la autopista en esa frustrante jornada.
Sin embargo algunos insisten ahora en que Juan Guaidó llame a tropas extranjeras a intervenir en el país o que se invoque el TIAR, olvidando que los países que integran dicho acuerdo se reunieron dos veces en 2019, una en septiembre y otra el 3 de diciembre del mismo año, en donde se acordaron: medidas de restricción de ingreso y tránsito en los territorios de los Estados Partes del TIAR; que se continuara el seguimiento a la situación de Venezuela y se evaluara la formulación de recomendaciones adicionales; mantener abierta la Reunión de Consulta de Ministros de RREE y por último que la Secretaría General de la OEA trasmitiera el contenido de la resolución al Consejo de Seguridad de la ONU. Nada se dijo de formar una fuerza multilateral para una intervención armada.
Más importante aún, o más grave para algunos, fue que tras esa reunión varios países –entre ellos Canadá, Chile, Brasil, Perú, Argentina (de Macri), etc.– dijeron claramente que no estaban dispuestos a integrar ninguna fuerza militar para ser usada en Venezuela o en cualquier país de América latina; declaración que también ha sido reiterada por los EEUU y obviamente por los países de la Unión Europea, que han insistido en la electoral, como la vía para resolver la crisis política venezolana.
La enseñanza es clara: Es imprescindible que la dirigencia política y civil sea responsable en sus llamados a la acción. Los que nacimos después del año 1950 no hemos visto nunca una insurrección popular; no sabemos qué es eso, no lo conocemos. El 23 de enero de 1958 es un recuerdo nebuloso o algo que nos contaron nuestros padres y abuelos; lo que sabemos del tema “insurrección” lo hemos aprendido en la televisión y en los libros, sobre todo en viejos, más bien vetustos, manuales marxistas-leninistas.
Otra cosa que hemos aprendido en estos últimos 20 años es que el ciudadano ya no puede dejar la calle; pero tampoco puede pretender disputar con sus organizaciones civiles el ámbito propio de los partidos, que son los que deben luchar por el poder. Pero estos tampoco le pueden negar al ciudadano su espacio natural. En efecto la sociedad civil, en estos años se ha enfrentado a los desmanes del chavismo, mientras los partidos y los sindicatos se recuperaban. Desconocer esto, es darle la espalda a un hecho sociológico y político de primera magnitud.
Una parte del trabajo, resistir a la destrucción chavista ya está lograda. Pero el trabajo debe continuar forzando y ayudando a los partidos a que terminen de recomponerse y asuman su papel de conducción, imprescindible para cuando de verdad se vuelva ingobernable el país y se reinicie el proceso de reconstrucción. Podemos y debemos seguir siendo muy críticos frente a ellos, pero responsablemente críticos, internamente críticos; tenemos que abandonar la expresión pública de ese sentimiento anti partido, anti política, no le podemos seguir haciendo el juego al régimen de que los partidos políticos y unas supuestas cúpulas son los responsables de todo esto, solo contribuimos a ayudar al régimen a reagrupar a los suyos, que mucho les está costando y por eso acuden a la represión y la intimidación.
Algo que también hemos aprendido en estos años es que no basta con el disgusto que nos provoca el gobernante de turno, no basta con el deterioro económico que está sufriendo el país. Hasta que la conciencia de esto no cale en los sectores populares y se entienda que la solución a largo plazo es una profundización de los mecanismos de mercado, corremos el riesgo de caer en manos de otro aventurero que nos hable contra la globalización o nos ofrezca un “retorno a la abundancia” que “nos robaron los partidos y los políticos”.
Una última reflexión –y esto es lo más complicado– es que tampoco podemos ser excluyentes. La desaparición del régimen no es la desaparición del chavismo ni de las cosas que le dieron origen; quedará reducido a lo que es, de 10% a un 15% de la población, que también tiene derecho a expresarse y a ser tomada en cuenta en sus aspiraciones para construir el país que queremos y que es de todos. Y antes de que empiecen las diatribas por la afirmación anterior, dejo constancia que me refiero a la población chavista, previa y debidamente filtrada de delitos de lesa humanidad, diseminación del terrorismo, narcotráfico y delitos similares de los que han sido acusados sus principales dirigentes.
Politólogo

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