CARLOS RAUL HERNANDEZ
EL UNIVERSAL
Antonio Gramsci argumentó que para llegar al poder, los revolucionarios
debían producir previamente “la reforma intelectual y moral de la
sociedad”. Consistía en que sus intelectuales, que llama “orgánicos”, deconstruyeran (eso quedó cool)
los valores “burgueses" y crearan nuevos. Es la “transición porque la
nueva sociedad no termina de nacer y la vieja no termina de morir… larga
marcha dentro las instituciones democráticas”, sin asaltarlas como hizo
Lenin.
A fuerza de realidad Gramsci se hizo reformista en los Cuadernos de la Cárcel,
de la que lo sacó su amigo Mussolini. Muchos de sus seguidores, Palmiro
Togliatti y el PCI, Umberto Cerroni, Norberto Bobbio, Lucio Coletti,
Nikos Poulantzas derivaron a un comunismo anticomunista, socialdemócrata, gradualista.
Pero a su pesar sembró la semilla de la negación. Desvertebrar las
tradiciones, hacer común un lenguaje que partiera la sociedad, era moda,
versión de izquierda de la “transvaloración de los valores” del
nihilismo nietzscheano, tomado por Hitler, quien así desintegró la moral
de la democracia de Weimar.
Los intelectuales orgánicos
locales que “transvaloraron los valores” fueron Arturo Uslar Pietri,
Ramón Escovar Salom, Juan Liscano, Ernesto Mayz Vallenilla y su staff.
La democracia entre 1958-1968 había elevado nuestro nivel de vida a
velocidad sin parangón en el mundo. De un rincón miserable, rural,
atrasado, con 80% de población campesina y analfabeta, en tiempo record
Betancourt, Leoni y los tractores de Sucre Figarella hicieron el país
más escolarizado, con menos analfabetas, y con las más extensas redes de
acueductos, tendidos eléctricos, cañerías, carreteras,
teléfonos,autopistas y hospitales.
Betancourt paró en
seco a Fidel Castro, exportó la democracia a Latinoamérica y España. En
los 80 colapsó en la región el modelo populista-rentista con la Crisis
de la Deuda, y Carlos Andrés Pérez en 1989 asume las reformas para
corregir sus fallas. Pero en un rugido reaccionario, los “notables
orgánicos” convencieron a las clases medias de que vivían una sentina de
corrupción, aunque los ministros, Miguel Rodríguez, Naím, Hausmann,
Cisneros, son lumbreras intachables.
Eclipse de corazón
La
izquierda reaccionaria denunció el cambio como “neoliberalismo de
tecnócratas sin corazón”, pese a que el nivel de ingresos se incrementó,
los pobres recibieron amplios beneficios de 27 programas sociales, y en
1991 el crecimiento del empleo hizo que los empresarios tuvieran que
importar mano de obra que escaseaba. Pero la reforma intelectual y moral, hizo que vieran como esperanza la revolución en 1998, enterrada antes de nacer, porque había muerto con el muro de Berlín.
Los
que se formaron, estudiaron y disfrutaron un país civilizado y
próspero, cuyo nivel de vida era el más alto del subcontinente, todavía
hoy creen la prédica oscura.
Aun hablan de “cuarta república”, “puntofijismo”, y repiten falsedades de los pobretólogos de entonces. Desde Uslar, hasta quienes extraen de una letrina moral Por estas calles,
inventaron pavorosos niveles de pobreza, corrupciones masivas,
catástrofes sociales falsas. Ese veneno tornó las clases medias creadas
por la democracia en asesinos de la democracia.
Gracias a
la educación gratuita y la masiva distribución de recursos, hijos de
campesinos y obreros tuvieron niveles de ingreso, salvando EEUU y
Canadá, más altos del mundo, y superiores a los de Europa (un profesor
universitario raso ganaba cerca de 1000 dólares, mientras un titular
Ph.D en Francia percibía cerca de 350 dólares antes de impuestos). Los notables
articularon, unieron, conspiraciones en marcha de la izquierda y la
derecha, cuando el país se descentralizaba para elegir popularmente los
gobernadores.
Tales asesores, tales resultados
Inicia
la reforma política, y la reforma municipal crea alcaldías electas. La
reforma económica nos puso a crecer a la par de China. Pero el motín
exquisito hubiera abortado, si sinvergüenzas de partidos del sistema no
derrocaran a Pérez, aterrados por la emergencia reaccionaria y loquitos
por aparecer en la foto con los notables. Primero cobró Caldera y
su ambición de poder lo llevó a destruir Copei y sobreseer a los
golpistas para que derrotaran a líderes como Eduardo Fernández.
Descarriló las reformas, solo para regresar a los dos años, con el rabo entre las piernas, a remedar el Gran Viraje
de Pérez con una miseria llamada Agenda Venezuela que provocó su propio
hundimiento. La Corte Suprema de Justicia, sin remilgos académicos,
enjuició a un Presidente sin delito y desde ese momento se convirtió en
rastacuera jurídica de Chávez, desconoció recursos contra su candidatura
presidencial intentados por dar un golpe de Estado (hasta que éste la
disolvió harto de adulancia).
Chávez halagado por
instituciones que debían meterlo en cintura, triunfa ante partidos
derruidos y recibe adulancia reptil de empresarios, gerentes de medios,
intelectuales, políticos hasta que los pateó y devolvió a sus ratoneras.
Habla bien del gran exterminador su virtud de no dejarse comprar por
pobres diablos Ese es el origen de la tragedia, la traición de las
élites que pagaron caro y por culpa de ellos, todos en este país (varios
conspiradores contra Pérez siguen en su ley como asesores de la
oposición. Ya vimos el fruto de su trabajo)
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