LUIS VICENTE LEÓN
Se entiende que luego de años de lucha política por el cambio, justo y
deseado, sin que se haya cumplido al objetivo planteado, mucha gente se
sienta frustrada y escéptica sobre la capacidad de lograrlo por la única
vía que la historia muestra eficiente y estable: la presión por la
negociación política, que involucre a los actores civiles y militares
claves, elevando al máximo el costo de permanencia del gobierno, pero
reduciendo al mínimo su costo de salida.
Esa frustración divide a la población en tres grupos: 1) los que sienten que no hay nada más que hacer sino huir o adaptarse de manera pasiva, 2) quienes entienden que los cambios de la autocracia a la democracia no se producen por un evento puntual sino por un cúmulo de procesos continuos que colapsan al grupo de poder por dentro y le obliga, en el tiempo, a negociar para protegerse y preservar parte del poder, obligando a quienes quieren cambio a seguir siempre la lucha y estar dispuestos también a ceder y 3) quienes creen que la única manera de sacar al gobierno es por la fuerza.
Dado el ruido generado por la operación Gedeón, me voy a concentrar en el tercer grupo, que es el padre de la criatura. Esta grupo ya no es pequeño. Se estima que se acerca al 40% de la población y viene en crecimiento. Sin embargo, su composición interna no es homogénea. La mayoría de ellos piensa que se requiere una acción militar extranjera para sacar al gobierno del poder porque no queda más remedio, aunque hubiera preferido una solución pacífica y electoral e incluso aceptaría una negociación, si confiara en su posibilidad de éxito. Pero otra minoría de ellos son radicales de pura sangre. Ha creído siempre que la solución es armada, sea como sea y al costo que sea. Su rechazo a la negociación no se debe a las probabilidades de fracaso, pues incluso si fuera posible lograrla, cree que es injusto e inmoral negociar con el culpable, quien debe ser castigado, sin acuerdo ni “mercy”. Pero su deseo de cambio y castigo no está acompañado por una propuesta creíble y racional de acción para lograrlo. A este subconjunto, pequeño pero ruidoso, debe Maduro el regalo, con lacito y todo, que recibió por Macuto.
Al entender que todavía no vienen los Marines, decide buscar una opción armada propia, pero no basada en la rebelión popular o militar interna. No. Esa hay que curarla, es mejor una que sólo haya que pagarla. Al no poder activar las vías de lucha tradicional, decide contratar una máquina del tiempo, echar atrás, buscar mercenarios, negociar con “Rambos” chimbos, incorporar militares que requieren limpiar su pasado, reunirse con figuras rocambolescas para buscar financiamiento, dejar permeabilidades por todos lados, por donde el gobierno los infiltraba, firmar documentos insólitos que pretendían comprometer cantidades estrambóticas del erario público, sin la autorización indispensable y constitucional de la Asamblea Nacional, lo que genera, por decir lo menos, una duda razonable de complot para la corrupción, ejecutado en territorio norteamericano, a espaldas de ese gobierno, que si hubiera estado involucrado no termina en peñero, infiltrado y probablemente estimulado y manipulado por su propio enemigo, que los recibe, en punto, con “honores” militares.
No vale la pena analizar esto mucho más, porque viajando también en el tiempo, a uno le parece que estuviera viendo un sketch de Radio Rochela, sólo que por su impacto terrible y devastador sobre el país, la oposición, sus instituciones, su liderazgo y las víctimas y presos de esta operación “triunfo”, en vez de reír, da ganas de llorar. Y al final de todo, lo estremece a uno la cancioncita: “se va la audición…. que les vaya bien… pedimos perdón… por lo de recién”.
Luisvleon@gmail.com
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