LA PANDEMIA DE LA GASOLINA
TRINO MARQUEZ
Al Gobierno le preocupa la ola de
protestas que podría desencadenar la severa escasez de gasolina existente en el
país y la eventual privatización de su comercialización, mucho más que el
peligro representado por el Covid-19. El confinamiento tan drástico al que ha
sido sometida la población, no se debe a que
de repente Nicolás Maduro empezó a preocuparse por la salud de los
venezolanos. Lleva más de siete años gobernando. En ese lapso el perfil
epidemiológico de la población se ha
movido hacia enfermedades vinculadas con la desnutrición y la malnutrición, y con
patologías relacionadas con la pobreza; la red primaria en salud tomó una
pendiente que la ha conducido a escombros; de la Misión Barrio Adentro, durante
mucho tiempo buque insignia del régimen, va quedando solo el recuerdo. La salud
de los venezolanos no ha sido nunca una prioridad para el mandatario.
Su
gran reto consiste en acoplar el retorno
a la normalidad con la superación de la falta de combustible. Evitar la parálisis del transporte público y
privado forma una de las aristas de ese desafío. Otra todavía más filosa es preservar
lo poco que queda de la red eléctrica. El martes 5 de mayo se fue la energía en
diecisiete estados. El régimen lo atribuyó a un saboteo. Con ese cuento nos han
intentado marear desde hace años. Si la oposición fuese tan eficiente para
intervenir centrales custodiadas por la Guardia Nacional y otros cuerpos de
seguridad del Estado, el Gobierno habría sido derrocado hace mucho tiempo. La
verdad descarnada se reduce a que la energía hidroeléctrica producida en el
Guri no alcanza para cubrir la demanda; y la termoeléctrica necesita abundante gasolina, y este codiciado
producto no existe porque la desidia del
régimen permitió que las refinerías de la nación, entre las más grandes del
planeta, se deterioraran hasta llegar al punto de colapso. Quieren vender la
tesis de que la insuficiencia de combustible se debe a las sanciones aplicadas
por Estados Unidos. Mentira descarada. Irán, país sancionado por los gringos
desde hace mucho tiempo, no presenta fallas en el suministro interno del fluido.
Se sabe que asesora a Maduro en el intento de reactivar las refinerías del
complejo Paraguaná, y que el gobierno le paga con generosidad por una
asistencia que no tiene nada de altruista.
El
régimen tratará de ir midiendo con escalímetro la respuesta de la gente. Los ciudadanos se
acostumbraron a que les regalaran la gasolina, aberración de la que Maduro fue
advertido en numerosas oportunidades. Se le dijo que el costo de esa insensatez
sobre la industria estaba siendo desmesurado. Que terminaría por destruirla. Los
irresponsables no escucharon. Por miedo a un estallido social, continuaron el
festín. En 1989, ‘El Caracazo’ se produjo por el incremento de alrededor de diez
centavos de dólar. Ahora que se encuentra arrinconado por la acumulación de
errores cometidos, aspira a privatizar la distribución de la gasolina, cobrar
precios internacionales por encima del promedio internacional y, al mismo
tiempo, seguir regalándole petróleo a
Raúl Castro, y manteniendo el subsidio a sus aliados en el Caribe y Centro
América, con el fin de contar con su apoyo en los organismo internacionales.
Por
supuesto que el régimen tiene que estar muy preocupado. El desbarajuste creado
desde 2013 es total. Venezuela es el único país productor de crudo –dentro y
fuera de la OPEP- que presenta serias dificultades en el suministro doméstico
de gasolina.
Excepto
Nueva Esparta, donde el virus se ha instalado con saña, en el resto del país el
impacto del microorganismo ha sido reducido. La cuarentena -o mejor, el
confinamiento rígido- al parecer no se
justifica desde el punto de vista sanitario. Basándose en la opinión de
distintos expertos, varios organismos gremiales –Fedecamaras, Conindustria y
Consecomercio- le han exigido a Maduro levantar progresivamente la parálisis,
guardando las precauciones del caso y manteniendo las normas señaladas por la
organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la
Salud (OPS). El estado de postración de la economía impone reanudar con
lentitud, aunque progresivamente, las actividades laborales. Los trabajadores
informales se han visto obligados a reiniciar sus tareas. Se rebuscan de la
forma como pueden. Necesitan conseguir el sustento diario. Noventa y ocho por
ciento del país no tiene ninguna posibilidad de ahorrar para mantenerse sin
trabajar o su capacidad es muy baja.
Frente
al comportamiento espontáneo de los ciudadanos,
con frecuencia lleno de riesgos, sería preferible que Maduro presentase
un plan coherente de retorno a la normalidad en toda Venezuela. No lo hace
porque está rodeado de ineptos y le tiembla el espinazo ante la posibilidad de
que los venezolanos reaccionen con violencia por la desidia del gobierno, en un área donde siempre estuvimos en los
primeros lugares del mundo. La falta de gasolina es la verdadera pandemia
nacional.
@trinomarquezc
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