El Autoritarismo
y el debate
No resulta sorpresivo escuchar a Chávez insultar a los precandidatos de
la oposición democrática venezolana antes, durante y después de su reciente
debate público: “ellos son la fatalidad, son como jinetes del Apocalipsis”. Con
soberano demócrata no necesitamos dictadores.
El autoritarismo es antípoda del debate; su negación. Duerme enquistado
en lo más oscuro de las sociedades y de los individuos. Se recrea, bosteza y
despierta en los escenarios más débiles, por tanto enfermizos, proclives a la
milagrosería de los peores. Nace en la pobreza, de la injusticia, la exclusión,
y se escuda y multiplica en ellas pues son su mayor guarida y bastión. El mejor
de los clientes para un dictador es otro dictador en ciernes que se conforma con ser esclavo mientras
tanto. Se necesitan y requieren como el látigo, la bestia y la jaula.
La indiferencia y la burla son otras de sus tenazas; las multiplica en
lenguaje redentor y desaforado ya que no hay diálogo posible con los culpables,
¿de qué?, que deberían ir al campo de concentración, a la mazmorra, paredón o
cualquier otra forma de destierro por ser responsables de que ellos hayan aparecido,
imagino querrá decir la interrogante.
En su naturaleza priva el cierre de los conductos sociales por medio de
los cuales se logran la libertad, el bien común, la justicia. Depende de la
arterioesclerosis que impone a través de su armazón lingüístico, simbólico,
emotivo, incendiario todo, que compra voluntades y conciencias. Por ello se
despilfarra en el ataque artero de descalificación sin argumentos pues no es
dialogar lo que busca. Aquello que no controla por fuerza o pago, es mecedor de
desprecio.
Está ganado por el dogmatismo paralizador que aspira a la eternidad, por
cuanto se cree poseedor de la verdad, lo que le da un empuje validador y
justificante al ejercicio de su poder impune. Despaturra a priori las ideas de
los demás pues en su diccionario no caben las palabras, ya que no se trata de discurrir
sino de dominar. Goza de contertulios y asociados entre los que destacan locos
ideológicos, infames políticos y viles mercenarios prepagados. No es compartir
el interés de esta familia, sino más bien consolidarse en el botín para lo cual
nada mejor que repartir migajas. El autoritarismo siempre se ha revestido de
libertario y alcanza niveles de popularidad astronómicos e incomprensibles, a
no ser que tomemos en cuenta la falta de educación que obnubila el sentido
común político; la carencia de autoestima personal y ciudadana que permiten el oprobio
de indigentes sociales en lo que quieren convertirnos; o las incógnitas que
dejan aquellos casos particulares como los que observamos en ciertas sociedades
con altos grados de desarrollo humano.
Al autoritarismo y a los autoritarios sólo los convence su propia ley
que es la de la fuerza que debe ser, en nuestro caso, el poder del voto ciudadano.
Arreciemos nosotros en el debate democrático con todos, bronco y frondoso
camino de la dignidad.
Leandro Area
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