miércoles, 16 de noviembre de 2011


El Autoritarismo y el debate

No resulta sorpresivo escuchar a Chávez insultar a los precandidatos de la oposición democrática venezolana antes, durante y después de su reciente debate público: “ellos son la fatalidad, son como jinetes del Apocalipsis”. Con soberano demócrata no necesitamos dictadores.                    

El autoritarismo es antípoda del debate; su negación. Duerme enquistado en lo más oscuro de las sociedades y de los individuos. Se recrea, bosteza y despierta en los escenarios más débiles, por tanto enfermizos, proclives a la milagrosería de los peores. Nace en la pobreza, de la injusticia, la exclusión, y se escuda y multiplica en ellas pues son su mayor guarida y bastión. El mejor de los clientes para un dictador es otro dictador en ciernes  que se conforma con ser esclavo mientras tanto. Se necesitan y requieren como el látigo, la bestia y la jaula.

La indiferencia y la burla son otras de sus tenazas; las multiplica en lenguaje redentor y desaforado ya que no hay diálogo posible con los culpables, ¿de qué?, que deberían ir al campo de concentración, a la mazmorra, paredón o cualquier otra forma de destierro por ser  responsables de que ellos hayan aparecido, imagino querrá decir la interrogante.

En su naturaleza priva el cierre de los conductos sociales por medio de los cuales se logran la libertad, el bien común, la justicia. Depende de la arterioesclerosis que impone a través de su armazón lingüístico, simbólico, emotivo, incendiario todo, que compra voluntades y conciencias. Por ello se despilfarra en el ataque artero de descalificación sin argumentos pues no es dialogar lo que busca. Aquello que no controla por fuerza o pago, es mecedor de desprecio.

Está ganado por el dogmatismo paralizador que aspira a la eternidad, por cuanto se cree poseedor de la verdad, lo que le da un empuje validador y justificante al ejercicio de su poder impune. Despaturra a priori las ideas de los demás pues en su diccionario no caben las palabras, ya que no se trata de discurrir sino de dominar. Goza de contertulios y asociados entre los que destacan locos ideológicos, infames políticos y viles mercenarios prepagados. No es compartir el interés de esta familia, sino más bien consolidarse en el botín para lo cual nada mejor que repartir migajas. El autoritarismo siempre se ha revestido de libertario y alcanza niveles de popularidad astronómicos e incomprensibles, a no ser que tomemos en cuenta la falta de educación que obnubila el sentido común político; la carencia de autoestima personal y ciudadana que permiten el oprobio de indigentes sociales en lo que quieren convertirnos; o las incógnitas que dejan aquellos casos particulares como los que observamos en ciertas sociedades con altos grados de desarrollo humano.

Al autoritarismo y a los autoritarios sólo los convence su propia ley que es la de la fuerza que debe ser, en nuestro caso, el poder del voto ciudadano. Arreciemos nosotros en el debate democrático con todos, bronco y frondoso camino de la dignidad.

 Leandro Area

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