sábado, 19 de noviembre de 2011


LA INTEGRACIÓN COMERCIAL EN EL PENSAMIENTO DE RÓMULO BETANCOURT

                                

En estos tiempos turbulentos y complicados, nunca está de más evocar el pensamiento de los políticos excepcionales, quienes igual que ahora, vivieron situaciones críticas y reflexionaron profundamente sobre ellas para formular soluciones viables y realistas a los diversos problemas que debieron encarar.
La propuesta de integración comercial entre los países ha sido una de las estrategias que se ha manejado tanto en Europa como en América para enfrentar los problemas del crecimiento y el desarrollo; de allí que los líderes políticos en ambos lados del Atlántico no hayan estado ajenos a ella y sus potencialidades.
Rómulo Betancourt, sin duda, fue uno de los grandes estadistas de nuestro hemisferio, no indiferente al tema y sus implicaciones, a pesar de que economistas como Emeterio Gómez hayan dicho lo contrario.
De una sólida formación política y vasta cultura, Betancourt es considerado padre de la democracia venezolana o de “la democracia a la venezolana”, como dice el historiador Germán Carrera Damas.
Fundador de un partido policlasista y señalado como populista-desarrollista, Acción Democrática (AD), en su juventud simpatizó con las ideas marxistas y militó en organizaciones comunistas. Posteriormente, se deslindó de esta visión y comenzó a militar en las corrientes del nacionalismo revolucionario y antiimperialista. Al final de su vida, tuvo algún acercamiento con la Internacional socialdemócrata, aunque Luis J. Oropeza no lo sitúa en esta familia política. Por su parte, el historiador venezolano Manuel Caballero señalaba que en la concepción y la práctica política de este líder pueden identificarse rasgos muy próximos a esa corriente ideológica.
Sus planteamientos doctrinales tenían hondas raíces en la realidad latinoamericana y venezolana. En los principios filosóficos y programáticos de AD, estaban presentes el nacionalismo económico y el regionalismo latinoamericano, los cuales tenían como corolario la integración de los países del continente.     
Betancourt luchó por el rescate de la industria petrolera para los venezolanos y abogó por una mayor participación de éstos en la renta que ella generaba. La OPEP es fruto directo de su política internacional.
Es conocida también la doctrina que lleva su nombre, planteada en 1960, en el II Congreso Interamericano Pro Democracia y Libertad, en Caracas: “Entre las cuestiones que en mi modesta opinión son de urgente necesidad está la de complementar la carta constitutiva de la OEA con un convenio adicional bien preciso y bien claro, según el cual no puedan formar parte de la comunidad regional sino los gobiernos nacidos de elecciones legítimas, respetuosos de los derechos del hombre y garantizadores de las libertades públicas. Que contra los gobiernos dictatoriales al margen de esas normas se establezca no sólo la sanción colectiva del no reconocimiento diplomático, sino también la del aislamiento en el campo económico (...) que en torno a los gobiernos dictatoriales se tienda un riguroso cordón profiláctico multilateral a fin de asfixiarlos para que no constituyan oprobio de los pueblos y amenaza permanente…”  
Su gobierno participó en la creación de la ALALC-ALADI, aunque VENEZUELA, de inicio, no ingresó a ella. Su enfoque regional estuvo condicionado por los principios contenidos en el preámbulo de la Constitución de 1961, los cuales propiciaban la integración y estaban en concordancia con el planteamiento cepaliano predominante.
Betancourt adoptó la tesis de la sustitución de importaciones, y en su famoso libro “Venezuela, Política y petróleo” enfatizará la necesidad de impulsar el desarrollo industrial. En muchos de sus escritos y discursos, se puede observar su inclinación por una América Latina integrada y en cooperación estrecha con “el gigante de la familia”: EEUU.
En diversas oportunidades señaló la necesidad de crear amplios bloques de países para defender unidos sus intereses comunes y cambiar las reglas de juego del comercio mundial. Para él, la articulación de las economías dispersas y un activo intercambio comercial intrarregional, podrían generar un vigoroso desarrollo industrial que permitiera competir en el mercado mundial no sólo con productos primarios.
Ya fuera de la actividad política, Betancourt escribirá: “Creo que mientras no se llegue a la meta del Mercado Común Latinoamericano y a la formación de un Estado Mayor político que tome decisiones de proyección supranacional seguiremos incapacitados para defendernos y para realizar nuestros propios objetivos de desarrollo económico y de justicia social. Vivimos en un mundo de gigantes y seguiremos siendo enanos inaudibles y menospreciados, además de eso: explotados en beneficio de las naciones industriales de todos los continentes si no marchamos unidos.”
En cuanto a la integración hemisférica, Betancourt deploraba el desencuentro entre las “dos Américas”, la cuales, para él, se complementan. Llegó a decir en la ocasión de la IX Conferencia Internacional Americana de 1948: “La desnuda y escueta verdad es que EEUU necesita de América Latina y América Latina necesita de EEUU”. Aspiraba a que las relaciones hemisféricas se orientaran por nuevos cauces, “con voluntariosa decisión americanista”.
En momentos en que en América Latina observamos enfoques extraviados que proponen un absurdo enfrentamiento con EEUU o la exclusión de Norteamérica de la institucionalidad hemisférica, el pensamiento visionario  y realista de un estadista como Betancourt sigue alumbrando caminos a la necesaria reflexión acerca de lo más conveniente y eficaz para la prosperidad compartida de las naciones que pueblan el espacio continental americano.

EMILIO NOUEL V.




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