Trino Márquez
El referendo revocatorio se
impuso ante las demás fórmulas establecidas en la Constitución para lograr la
salida de Nicolás Maduro de la presidencia de la República. El mandatario desechó
las otras vías, más amables: la renuncia, la enmienda y la reforma
constitucional. Él mismo optó por ese camino. Ahora le conviene mantener la
ruta despejada. Bloquearla e impedir que vuelva a expresarse la voluntad
popular, tal como sucedió durante los dos días que duró la recolección de 1% de
firmas de “manifestación de voluntad” que el CNE impuso como requisito para
entregar la planilla en la que se acopiará 20% del total de rubricas del REP,
con las cuales finalmente se llamará al referendo, podría convocar los demonios
de la violencia.
Durante los
días recientes la gente ha soportado con relativa calma las colas, la
inflación, la escasez de alimentos, la falta de medicinas y los cortes de luz y
agua, porque tiene la esperanza de cambiar el gobierno este mismo de forma
pacífica. El revocatorio cuenta con más de 70% de aprobación. Este respaldo se
mostró con entusiasmo. Las colas en numerosos
centros de recolección de firmas eran gigantescas. Si el régimen frustra
esta expectativa favorable, la paciencia de los venezolanos podría acabarse.
Los intentos de saqueo, las manifestaciones y las revueltas podrían desbordarse. La única forma de detenerlas o
evitarlas será mediante el ejercicio de una represión en gran escala. La furia
popular desbordaría a los “colectivos”, a los grupos paramilitares del
gobierno. Tendrían que intervenir el Ejército y la Guardia Nacional. ¿Estará el
Alto Mando, colocado bajo la lupa internacional, dispuesto a aparecer como cómplice de un gobierno situado al margen de la
Constitución, enfrentado al pueblo y negado a aceptar la aplicación de un
instrumento previsto en la Carta Magna, colocado allí por Hugo Chávez? Sería
pagar un precio demasiado alto por respaldar un mandatario que ostenta más de
70% de rechazo.
Puestos los
militares ante la disyuntiva de sofocar con crueldad las protestas populares
provocadas por el hambre y la desesperación, o presionar al Presidente para que
obedezca los dictados constitucionales, considero que optarían por alinearse
con la gente. Ya ocurrió en una dictadura abierta como fue la de Marcos Pérez
Jiménez. Su régimen se desmoronó cuando las manifestaciones populares que
exigían el restablecimiento de la democracia no fueron atacadas por el
Ejército. Quien inició la revuelta, el 1 de enero de 1958, fue el teniente
coronel Hugo Trejo, uno de los pilotos de “La Vaca Sagrada”, nombre con el que pueblo
identificaba el avión oficial del dictador. Quien presidió la Junta de Gobierno
que sustituyó al régimen despótico fue el contraalmirante Wolfgang Larrazábal,
director del Círculo Militar, club donde la oficialidad del régimen y el mismo
tirano organizaban sus saraos. Esos acontecimientos ocurrieron, no en la Era de
los Romanos, sino en la Venezuela urbana y moderna de hace menos de seis
décadas. El fraude cometido por Pérez Jiménez en el plebiscito del 15 de
diciembre de 1957, fue el antecedente de la vorágine que concluyó con su salida
del poder. El escamoteo de la voluntad popular no quedó impune. El pueblo lo
cobró. La factura fue cancelada con la intervención de los uniformados.
Las
Constituciones son pactos políticos e institucionales que sirven cuando las
naciones se desenvuelven en medio de una atmosfera de normalidad. Pero son
especialmente útiles e importantes cuando se desatan crisis de gobernabilidad.
En estas coyunturas los mecanismos previstos
en esas cartas sirven para evitar que se quebrante la paz y la violencia
se desborde. Para que se preserve el “hilo constitucional”. En esas situaciones
es donde se demuestra si la Carta Magna supo prever y anticiparse a las
dificultades severas con el fin de evitar las rupturas destructivas, esas que
dejan a los países sumidos en escombros.
En medio del
colapso que vive Venezuela en todos los órdenes, Nicolás Maduro seleccionó acogerse
al artículo 72 de la Constitución. Ahora
está obligado a ser consecuente con esa opción. El
referendo representa el escudo protector contra la violencia. Si comete un
fraude, como en el pasado lo hizo Pérez Jiménez, tendrá que asumir las
consecuencias de tozudez.
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario