martes, 4 de julio de 2017

LA ERA DE LA POLITICA PERFORMANCE

Mariano Schuster

LA NACION

Sabe de contar historias. Y llega para contarnos una. Es, necesariamente, la del desenmascaramiento. La que pretende desentrañar la verdad del teatro. "Sus historias están prefabricadas", dice. Al hacerlo, no duda en nombrarlos: "Hablo de Trump, de Macron y del resto de políticos contemporáneos". Da igual la ubicación ideológica que manifiesten. Sus narraciones responden a un storytelling pensado en términos mercantiles. Ellos son actores de un teatro deperformance. Y él, Christian Salmon, marsellés, nacido en 1951, doctor en Historia de las Ideologías y crítico literario, considera que exponerlo es una obligación ética e intelectual. 
Christian Salmon llegó a Buenos Aires en el marco del ciclo Santa Fe Debate Ideas, organizado por el gobierno de esa provincia, que continuará con la visita de intelectuales destacados mensualmente. Dio una conferencia a sala llena en Rosario y una charla en la ciudad de Buenos Aires, antes de partir de regreso. Escritor comprometido -colaboró con Pierre Bourdieu en el desarrollo del Parlamento Internacional de Escritores dedicado a defender a periodistas, intelectuales y autores perseguidos por razones ideológicas-, Salmon se dedica al necesario trabajo de analizar las relaciones de poder y los relatos políticos.
Su relevancia intelectual llegó con su libro Storytelling, publicado en 2007. Allí, este francés de gestos adustos y modales finos expresó las modificaciones que entonces operaban en el llamado mundo de la política. Su libro -una crítica de la política que acabó irónicamente transformándose en un manual de consulta para los propios candidatos- evidenció un modo de construcción de relatos desarrollados estrictamente para el consumo popular. Una evidencia de que la época de las marcas y los logotipos había dado paso a la época de las historias. Narrativas pensadas inicialmente para el consumo infantil se transformaron en la quintaesencia del mundo político. 
Lejos de las ideologías y los programas que daban un ordenamiento racional al mundo del Estado de bienestar, Salmon argumenta que la política se ha transformado en un teatro de operaciones de candidatos para los cuales los partidos políticos representan -en caso de que representen algo- una estructura formal de acceso al poder y un paraguas para la realización de su propia performance.
Ahora, el espacio de lo político se pulveriza y se licúa. Sus espacios lógicos e históricos -Parlamento, las sedes de gobierno, las instituciones públicas- se deslizan al territorio móvil y poroso de Internet. Las redes sociales transforman al político en estrella mediática de un circo donde se ofrece pan real pero sólo se consigue el virtual. Todo pende del hilo de la tensión narrativa. Quién logre teatralizar mejor y movilizar ánimos, ya no colectivos sino individuales, resulta ganador en la contienda.
Su último trabajo, titulado La ceremonia caníbal, lo deja claro: "Vivimos en una democracia hechizada que ha sustituido la acción por el relato, la deliberación por la distracción, el arte de gobernar por el arte de la puesta en escena. La política ha pasado del debate, de la discusión y del dissensus, a lo interactivo, lo performativo y lo espectral. Los políticos son los que presiden esta ceremonia caníbal, y su condición inconfortable de ser a la vez performers y víctimas: Kafka los llamaba artistas del hambre".
El storytelling tiene ahora una dimensión performática. Ya no alcanza con contar una historia. Ésta también debe ser teatralizada. Donald Trump es su ejemplo más patente. Pero Macron, de otro signo ideológico, también lo es. "Sus brazos abiertos en cruz, sus gritos exacerbados de ?Europa' lo muestran como un hombre dispuesto a dar la vida por todos los franceses", dice. "No tiene partido y sus ideas son un conjunto de vaguedades, pero no importa. En sus actos, como en los de cualquier otro, se tuitea en directo. El hashtag reproduce su historia y su relato." Relato y comunicación se condensan. Y forman un producto. "Las artes antiguas del relato y las leyes de la retórica se combinan con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, así como con las posibilidades de acción directa sobre los cerebros que ofrecen las neurociencias", afirma Salmon.

El "voluntarismo impotente" 

Lo que queda, tras el triunfo del político, es la desazón. Después del éxito inicial y el tiempo de espera, comienza la cuesta abajo. El político narrador cuenta, sin embargo, con una estrategia para sostenerse: la del "voluntarismo impotente". O, dicho de otro modo, la de la suspensión. Capturado por unas estructuras a las que responde y que le resultan infranqueables, trabaja sobre la eterna promesa. Repite hasta el cansancio la suya como modo de garantía a los electores. Allí también hay performance. Allí también hay teatro.
Esta política, sin embargo, no es neutral. Es, dice Salmon, fundamentalmente de derecha. Nace, de hecho, con la destrucción de la competencias del Estado iniciada en Europa y Estados Unidos por el binomio Thatcher-Reagan. Y germina cuando éste se ha transformado en un elemento sin entidad, en un verdadero edificio con agujeros en el que el agua ingresa por todos los costados. Si lo único que hay es liberalismo mercantil, la política es negada en su esencia fundamental. Todo lo que queda es circunscribirla a las normas del primero.
El problema de esta forma de concebir y de hacer política es, en definitiva, la negación de la democracia. "La hipermovilización de la ciudadanía a través de relatos teatralizados durante las campañas electorales y luego de ellas genera un verdadero fenómeno de adicción", dice Salmon. Y la adicción -lo contrario del argumento racional, de la reflexión y la movilización ideológica- niega los fundamentos mismos del estado de ciudadanía.
Sin Estado, sin instituciones reguladoras, y al arbitrio del liberalismo de mercado, el político sólo tiene una salida: renunciar a su autoridad simbólica como portador de un proyecto ideológico y como expresión de una estructura de cambio. Sólo puede ser una historia y un objeto de venta. Sólo puede ser una marca que pretende dejar marca. Es el precio que paga. Pero el que al final pagamos todos.

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