martes, 4 de julio de 2017

'MATAR UN RUISEÑOR' Y LA REACCIÓN DE BORGES


PEDRO PLAZA SALVATI

Estupefacto ante la escena protagonizada por el Coronel Vladimir Lugo de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional, cuando le exigía una explicación sobre la presencia militar en la sede del Poder Legislativo, no pude dejar de asociar el hecho con un pasaje de Matar un ruiseñor, la clásica novela de Harper Lee, una de las primeras y de las más leídas en relación al tema de la discriminación racial en los Estados Unidos. Me recordó, específicamente, la escena de la película basada en la obra, en la que a Gregory Peck, personificando al abogado Atticus Finch, lo escupen en la cara. Se me quedó grabada en la memoria cuando, de pequeño, la vi por primera vez. No podía comprender bien que a un hombre al que le escupieran a la cara no tuviese ninguna reacción física de defensa o retaliación.
Atticus es viudo y tiene a su cargo dos hijos: Jem, el niño, y Scout, la niña. Es un hombre de claras convicciones morales y acepta algo inusual para la época: la defensa de Tom Robinson, un hombre de raza negra acusado de violar a una mujer blanca de nombre Mayella Ewell. La novela se desarrolla en Alabama a principios de los años treinta durante la Gran Depresión y está narrada desde el punto de vista de Scout. Ella, con solo seis años, tiene mucha sensibilidad pero es a la vez impulsiva y a menudo se cae a golpes con sus compañeros del colegio. Luego de una de esas peleas Atticus le dice:
—No quiero que pelees. Nunca quiero que pelees. Te prohíbo que pelees.
A pesar de que es claro que el juez y todos los presentes en el juicio saben que Tom Robinson es inocente, el jurado lo declara culpable por los prejuicios raciales. El verdadero violador había sido el padre de la víctima, Bob Ewell, un borracho del pueblo. Y aunque hayan condenado a Robinson a prisión y lo hubieran matado ese mismo día en extrañas circunstancias cuando lo trasladaban a un calabozo, Ewell se siente humillado por la descollante defensa de Atticus (al que llama nigger-lover), y que lo evidencia ante todo el pueblo como el verdadero abusador de su propia hija.
Cuando Atticus se dirige a dar la mala noticia a la esposa de Robinson de que acababan de matar a su marido, se aparece Ewell, pide que Atticus salga de la casa y cuando lo tiene enfrente le escupe la cara. En la película podemos ver cómo Gregory Peck se le queda viendo, lleva la mano hacia el traje (como para sacar un arma) pero toma más bien un pañuelo con el que se limpia la cara. No dice nada y se monta en el carro ante la mirada de su hijo Jem que presencia todo con perplejidad. ¿De qué clase de estatura moral estaba hecho este abogado Atticus para no responder físicamente a semejante humillación? En una parte del libro recuerdo que Atticus explica que era preferible que se dejara escupir a que le diera una nueva paliza a Mayella Ewell. Pero más que todo podemos interpretar que actuaba cónsono son sus principios (“No quiero que pelees. Nunca quiero que pelees. Te prohíbo que pelees”).
El Coronel Lugo, al estilo caribeño y no del sur racista de la época en Estados Unidos, pero sembrado del mismo sentido de odio y superioridad, insulta a gritos al presidente de un Poder Público, lo empuja por el pecho y por la espalda, de una manera degradante y seguramente, como indicó José I. Hernández, “compromete la responsabilidad penal personal del agente y la responsabilidad institucional”. ¿Es esto más o menos humillante que si le hubiera escupido en la cara? Borges le dice a Lugo:
—Yo soy el presidente de la Asamblea.
—Y yo soy el Comandante de la unidad. Usted puede ser el presidente de la Asamblea, pero yo soy el Comandante de una unidad militar —responde Lugo sacudiendo con violencia su brazo de arriba abajo.
—¿Y tú crees que gritándome?…
—Le agradezco que se retire. Usted puede ser presidente de lo que sea. Le agradezco se retire. Ya hablé con usted. No, no, no importa. ¡Yo manejo mi conflicto como me dé la gana!
Primero lo empuja por el pecho. Borges se voltea evitando el forcejeo. Y cuando le da la espalda para salir —como ha sido la actuación de los guardias nacionales durante la represión (atacar por la espalda, a quemarropa, contaminando los cartuchos con metras y tuercas, ejecutando lanzamientos prohibidos en línea recta de proyectiles lacrimógenos)— lo empuja como si lanzara un chorro de agua a un manifestante desde una ballena. Borges se voltea con asombro, no reacciona, no se limpia la saliva metafórica de los empujones y sale del recinto.
Al mismo tiempo que asociaba la reacción de Borges con la reacción de Atticus, ambos abogados por cierto, uno un personaje de ficción el otro real, no puedo dejar de pensar en el significado del título de la novela, porque eso es lo que las fuerzas del orden público en Venezuela han estado haciendo cuando se cumplen 90 días de protestas:matando ruiseñores. En un momento en que comen juntos Atticus le dice a Scout que no hay nada más sagrado que un pájaro ruiseñor, que vive para dar alegrías a los humanos, que es un pecado acabar con su vida. El ruiseñor es un ave que se distingue por encima de las demás, por su gran registro de silbidos y tonalidades, cantos variables, melodiosos, desconcertantes y que hasta tiene el hábito de cantar inclusive cuando las otras aves han callado. Tom Robinson es un ruiseñor al que condenan injustamente y luego asesinan. En el fondo la novela trata sobre la pérdida de la inocencia y la justicia racial. Y uno piensa en los jóvenes que han muerto por Venezuela, esa bandada de ruiseñores, con su inocencia y su canto, en busca de una justicia (Yo soy libertador) que se traduzca en el fin de la dictadura.
Ese mismo día las opiniones en las redes se encontraban divididas: unos se sentían humillados y comentaban que Borges no “tuvo las esféricas” de mostrar una posición más airada y firme, y otros decían que había hecho lo correcto al no reaccionar con mayor fuerza. Eso es materia de interpretaciones pero lo que sí es un hecho es que Borges, al no reaccionar, colocó aún más en evidencia cómo la dictadura ha puesto la bota militar sobre todas la instituciones. Esa escena simboliza el dilema de Venezuela de los últimos dieciocho años. Borges se convirtió en tendencia mundial en Twitter esa misma noche y hasta fue entrevistado, como primera noticia-análisis al día siguiente, por la quintaesencia de los periodistas de guerra de los Estados Unidos: Christiane Amanpour. ¿Habría esta importante entrevista ocurrido si Borges hubiera alzado la voz, manoteado y hasta irse a los golpes con alguien de un rango y calificación moral y jerárquica infinitamente inferior a la del presidente de la Asamblea?
Por otro lado, María Gabriela Chávez, escribe y opina en Twitter en relación al hecho Borges-Lugo: Pa’ que respete, pues!!! Avalar la actitud y el uso de la violencia de un coronel desconociendo e irrespetando a una de las cabezas de los Poderes Públicos, significa directamente que para la hija de Chávez, haciendo honra a la herencia del padre, considera que lo militar está siempre por encima de lo civil y, en el fondo, no respeta la separación de poderes ni ningún sentido de justicia, se coloca ella y todos los defensores de la cúpula chavista actual al mismo nivel que los racistas sureños que lincharon al pobre ruiseñor de Tom Robinson.

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