Carlos Andrés Pérez, todo lo contrario
Abel Ibarra
Carlos Andrés Pérez, el dos veces presidente de Venezuela, no fue bueno ni malo sino todo lo contrario.
Más allá de las invectivas descalificatorias de sus enemigos (dentro y fuera de su partido) y de los panegíricos excesivamente exultantes de los adláteres (también intra y extra partido), CAP fue actor y víctima de sí mismo en una vida sin descanso que a saltos sobre un charco de veces y reveses, tuvo como norte la instauración y defensa de la democracia, ahora venida a menos por desobra de quienes se favorecieron de la vindicta pública para hacerse del poder, como el pirata que birla el botín de un barco venido a pique.
La acción política y vitalmente exitosa de Carlos Andrés Pérez sirvió de pasto para el cultivo de una feligresía acrítica que contribuyó a empedrarle el camino hacia un ego desmesurado y, contimás esto, fue aprovechada por los vivos de siempre para llenar todos los colmos de la adulación en busca de favores que engrosaron sus faltriqueras de pan para hoy y hambre para mañana.
Pero hay más, luego de un discutible primer gobierno en el cual los petrodólares colmaron las arcas públicas con dinero fácil y realimentó nuestro eterno esfuerzo para el derroche, un Carlos Andrés Pérez renovado intentó romper la mordaza del estatismo paralizante al impulsar la apertura económica hacia los vaivenes del mercado, dentro de un proceso general de reforma del Estado y de descentralización política, que conduciría en el mediano y largo plazo a que los empresarios compitieran entre sí y a que los políticos buscaran su soporte más allá de los cogollos partidistas con la elección directa de alcaldes y gobernadores; igualar a los desiguales se paga caro.
Y sigue habiendo algo más, porque para impulsar el carro de ese proceso, escogió unos caballos de lujo entre los que se puede nombrar (sólo algunos por cosas de la memoria) a Moisés Naim, Gerber Torres, Miguel Rodríguez, Ricardo Haussman, Gustavo Rossen, un equipo que fuera del control de unos partidos anquilosados a la vera del camino que conducía al pasado, despertó las envidias variopintas de casi todos los sectores de la vida nacional.
Y allí fue cuando los empresarios, contrariados porque quedaron obligados a competir (casi todos), los dueños de los medios de comunicación (todos) jugando a vender noticias como quien exhibe butifarras y unos “notables” (Rafael Caldera, Uslar Pietri, Escobar Salóm y Rodríguez Corro, los más visibles) hundidos en el resentimiento y la defensa de sus privilegios mezquinos, se dieron a la tarea de desprestigiar el proceso y fabricar una pategallina leguleya que dio al traste con un ensayo que nos ha podido poner de pleno en el mundo del desarrollo.Pudo más la inquina y el deslumbramiento que causaba la personalidad y el espíritu democrático de Pérez y ahora estamos pagando las consecuencias de una vorágine en la que los venezolanos, con voluntad parricida, impulsamos la insanía colectiva.
Abel Ibarra
Carlos Andrés Pérez, el dos veces presidente de Venezuela, no fue bueno ni malo sino todo lo contrario.
Más allá de las invectivas descalificatorias de sus enemigos (dentro y fuera de su partido) y de los panegíricos excesivamente exultantes de los adláteres (también intra y extra partido), CAP fue actor y víctima de sí mismo en una vida sin descanso que a saltos sobre un charco de veces y reveses, tuvo como norte la instauración y defensa de la democracia, ahora venida a menos por desobra de quienes se favorecieron de la vindicta pública para hacerse del poder, como el pirata que birla el botín de un barco venido a pique.
La acción política y vitalmente exitosa de Carlos Andrés Pérez sirvió de pasto para el cultivo de una feligresía acrítica que contribuyó a empedrarle el camino hacia un ego desmesurado y, contimás esto, fue aprovechada por los vivos de siempre para llenar todos los colmos de la adulación en busca de favores que engrosaron sus faltriqueras de pan para hoy y hambre para mañana.
Pero hay más, luego de un discutible primer gobierno en el cual los petrodólares colmaron las arcas públicas con dinero fácil y realimentó nuestro eterno esfuerzo para el derroche, un Carlos Andrés Pérez renovado intentó romper la mordaza del estatismo paralizante al impulsar la apertura económica hacia los vaivenes del mercado, dentro de un proceso general de reforma del Estado y de descentralización política, que conduciría en el mediano y largo plazo a que los empresarios compitieran entre sí y a que los políticos buscaran su soporte más allá de los cogollos partidistas con la elección directa de alcaldes y gobernadores; igualar a los desiguales se paga caro.
Y sigue habiendo algo más, porque para impulsar el carro de ese proceso, escogió unos caballos de lujo entre los que se puede nombrar (sólo algunos por cosas de la memoria) a Moisés Naim, Gerber Torres, Miguel Rodríguez, Ricardo Haussman, Gustavo Rossen, un equipo que fuera del control de unos partidos anquilosados a la vera del camino que conducía al pasado, despertó las envidias variopintas de casi todos los sectores de la vida nacional.
Y allí fue cuando los empresarios, contrariados porque quedaron obligados a competir (casi todos), los dueños de los medios de comunicación (todos) jugando a vender noticias como quien exhibe butifarras y unos “notables” (Rafael Caldera, Uslar Pietri, Escobar Salóm y Rodríguez Corro, los más visibles) hundidos en el resentimiento y la defensa de sus privilegios mezquinos, se dieron a la tarea de desprestigiar el proceso y fabricar una pategallina leguleya que dio al traste con un ensayo que nos ha podido poner de pleno en el mundo del desarrollo.Pudo más la inquina y el deslumbramiento que causaba la personalidad y el espíritu democrático de Pérez y ahora estamos pagando las consecuencias de una vorágine en la que los venezolanos, con voluntad parricida, impulsamos la insanía colectiva.
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