CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ EL UNIVERSAL
sábado 18 de diciembre de 2010
Desde 1989 un presidente bajo asedio impulsa el Proyecto de Reforma Integral del Estado, compuesto por la apertura económica, la reforma del Estado y la descentralización. Era el mejor programa para modernizar y profundizar la democracia en América Latina, pues obligaba los empresarios a competir y a que los políticos, con la elección directa de gobernadores y alcaldes, surgieran del voto popular y no de las cúpulas. Pero el liderazgo no superaba su bostezo ideológico populista, el izquierdismo de cotillón, había oído hablar poco de Deng Xiao Ping, pero nada sobre la reforma económica en China. Felipe González era tenido por "derechista". Deng Xiao Ping en 1976 es el primero que impulsa un regreso del colectivismo al mercado, no Reagan ni Thatcher, no la derecha sino el mero comunismo. Se jugó la vida en la lucha interna del partido, aún sacudido por la secuela maoísta, que había concebido atrocidades como el "gran salto adelante" y la "revolución cultural". Economistas oficiales lo acusaron de rendir culto a "la mano invisible del mercado", de haberse hecho "neoliberal", y a punto de que lo purgaran de nuevo en el comité central, ejecutó una jugada maestra y dramática: hizo proyectar en la reunión videos de niños cadavéricos en las hambrunas del norte, que sacaron lágrimas a los camaradas. Restituyó así la propiedad agrícola y se crearon los mercados campesinos. La reforma recorrió el mundo desde Pekín hasta Nueva York y desde Londres hasta Santiago. Como perezas descolgadas, muchos de nuestros intelectuales se declararon en emergencia frente "al avance de la ola neoliberal" para infamar el esfuerzo de Carlos Andrés Pérez en su lucha contra el naufragio, dice Mirtha Rivero. La demagogia latinoamericana (Velasco, Perón, Goulart, Torres, Alfonsín, Siles) había ocasionado tragedias, pero la flojera mental, astuta aunque lagañosa, acusó a los bomberos por los daños del incendio para no dar cuenta de la estafa universal de su credo colectivista: la caída en cataplasma del Muro de Berlín, la crisis de la deuda, la ruina europea y la implosión de EEUU de Carter, todas versiones del mismo musiú. Se instala uno de los gobiernos más aptos y honorables de nuestra historia, con Naím, Rodríguez, Rosas, Torres, Haussmann, Cisneros, reputaciones aún hoy a prueba de bala, pero confluían en los cenáculos dos grupos de conspiradores, unos de derecha y otros de izquierda, a los que Pérez respondió ingenuamente. El clima canalla creado por unos supuestos notables desmoronó su imagen y se incrementó el desmadre del sistema, ya que algunos principalísimos medios de comunicación estaban dirigidos por verdaderos mastuerzos (que años después casi destruirían la oposición a Chávez y arrasaron las empresas que, para llanto de sus dueños, habían caído en sus manos). Y algo muy interesante: un grupo de dirigentes descocados de los partidos del sistema, dispuestos a vender a sus progenitoras para coger prensa, presionaron a otros más sensatos, aterrados por el escándalo mediático de los figurones, para echar a Pérez a los lobos, y con él al sistema político, es decir, a sí mismos. Un caso Guinness de incompetencia política. Pérez enfrentó y descabezó los dos golpes militares pero no pudo con la conspiración civil, y aunque algunos filibusteros le soplaban desconocer las instituciones, aceptó la sentencia de una Corte hasta los tuétanos en la conspiración, la misma que rechazó más tarde el recurso que inhabilitaría al militar golpista y que le regaló la constituyente inconstitucional para que se cogiera el poder. Luego vendrá aquel fardo de Gobierno, de cuyo nombre no quiero acordarme, que abrió la Caja de Pandora. Estaríamos celebrando la Navidad de otra manera, si el proyecto de reforma de Pérez se hubiera mantenido estos veinte años. Nada que envidiar a Chile, Brasil o Perú, y con el millón de millones de dólares que ha desangrado el régimen actual, seríamos sencillamente un país desarrollado, el mismo emblema que por cuatro décadas fue la democracia venezolana. La estela de Pérez hizo el bien en todas partes. Fue factor decisivo en la derrota de Somoza, y también de los sandinistas. También para la transición en España, Chile, Argentina, Bolivia, Centroamérica. Seguro que ya olvidó la coalición de pirañas que lo acorralaron, mientras nosotros enfrentamos las consecuencias de aquel país que se volvió loco y de los aprendices de brujo que heredaron el liderazgo y arruinaron el patrimonio a la primera crisis que les tocó manejar.
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