ANTONIO COVA MADURO EL UNIVERSAL
Que la acción corrosiva del tiempo, que el paso inexorable de un día a otro y que lo que ayer era urgente hoy a lo mejor es posible. No hay en el mundo de los vivos cosa más grande, que el paso del tiempo, o como decía mi querida tía carupanera, "Dios no ha hecho nada más grande que un día tras otro".
¿Por qué no imaginamos la mañana del 8 de enero de 2011? Las caras largas de los miles de madres que ansiosas indagan en las puertas de las escuelas todavía ocupadas por los refugios cuándo será el inicio de las clases. Y los museos, y los cuarteles y, cosa increíble, hasta la sede misma de la Cancillería ocupados esperando algo que nunca llega: que aparezcan las instalaciones, o como ahora las llaman, las "soluciones habitacionales", para que los refugiados vuelvan, por fin, a lo que anhelan, a su vida normal.
Y mientras, la burocracia del régimen -perdón, las burocracias- corriendo de un lado pa'otro, sin real, sin lineamientos claros, con cortocircuitos a granel, sin coordinación ninguna entre ellas, y con mucho real del escaso que hay, perdiéndose en los entresijos de ministerios y contratistas, sin que se vea movimiento alguno de construcción de nada. Es como si un coro general cantara "Y así pasan los días... ".
Para enero ya no habrá fuelle para centros de acopio, y el interés en resolver ese problema se irá por las alcantarillas como nieve derretida. Lo más importante, ya Chávez tendrá otros intereses, otras "visitas", otros "acuerdos internacionales" en su mente. Ya no habrá tiempo para visitar albergues ni besuquear chamitos. El hombre estará muy ocupado en montar su revolución y no le vengan con reclamos de promesas incumplidas y monsergas del mismo estilo.
Allí será cuando comenzará lo bueno, tanto como para coger palco si tiempo hubiere para ello. El régimen ha escogido la peor parte de la crisis medioambiental: la de concentrar todos los escasos recursos y todo el protagonismo. Dios, ¿habrá alguien que le diga a Chávez que eso, asumir él solito toda la responsabilidad y hacerse cargo, él solito, de todas las promesas, es lo peor que se le puede haber ocurrido? ¿Es que quieren que se estrelle y se estrelle feo? ¿O será más bien que ya se convencieron de que con Chávez es inútil tratar de explicarle algo y menos de convencerle de nada?
Pero volvamos al día tras otro. ¿Cómo probar y sobre todo, probarse a sí mismos que un cambio tan radical como el de imponer un reencauchado socialismo soviético es una tarea tan ciclópea como inútil? Pero que además, como afirmara en su libro sobre Francia, el sociólogo Michel Crozier "on ne change la societé par decret" (no se cambia a la sociedad por decreto); y si esos "decretos" son de muy dudosa legitimidad, mucho menos.
Las leyes y los decretos están allí, dirían muchos y en eso confía el régimen. Para su desgracia, añado yo, porque ahora viene no sólo lo más difícil sino casi que lo imposible: llevarlos a la práctica. Porque, veamos con atención, ¿lograr que público y comunicadores se esmeren por callar lo que con repugnancia sienten y que no les cabe adentro, será posible?
Lograr que el partido de Gobierno tenga vigor y entusiasmo, lo único que le dará valor para mantener a un régimen cada vez más detestado ¿es posible quitándole toda función y eliminándole toda vida de partido? El sueño dorado de eso que llaman PSUV: convertirse en una poderosa Acción Democrática, gozar de la larga vida de un PRI mexicano, o aunque fuera de la fragmentación que nunca lo acaba del peronismo argentino, cada día se aleja de sus posibilidades. El futuro para el PSUV es una pesadilla más agónica que la del resto del país.
El régimen ha asumido tareas imposibles de lograr: domesticar a los medios, castrarlos, controlar Internet y su prolífica descendencia, convertir a las universidades en escuelitas, mientras trata de apagar toda protesta y disensión en sus campus. Y lo más grave: tener que poner la realización de este vasto operativo de control y esterilización en manos de gente que los odia y que solo simula seguirles.
Los días por venir mostrarán la imposibilidad de convertir decretos en realidades mientras una sublevación generalizada brota en cada rincón del país. Los sucesos de Santa Bárbara del Zulia se multiplicarán por doquier, sin que guardias, policías y esbirros de todo tipo puedan calmar las aguas encrespadas. Además, serían unos tontos sin remedio tratando de defender lo indefendible, y mucho peor, creyendo que un fuego se puede extinguir a plan de machete. Ni lo sueñen.
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