Se caen las máscaras
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[22-12-10] Los venezolanos hemos estado debatiendo por mucho tiempo acerca de la naturaleza y la conducta del gobierno de Chávez, lo que por supuesto no ha sido suficiente para frenar el autoritarismo y los abusos del gobierno. Entretanto, hemos perdido un tiempo precioso luchando contra su autoritarismo y sus constantes violaciones de la Constitución, al suponer que estábamos ante un gobierno democrático que se comportaba dentro de parámetros legalmente aceptables, a pesar de que era evidente que estaban siendo regularmente y fatalmente socavados. Pero el tiempo de la argumentación semántica para describir la naturaleza del gobierno parece estár llegando a su fin.
El hecho es que hemos estado viviendo una ficción de democracia durante los últimos años y el estado de derecho ha desaparecido gradualmente. La separación de poderes no sólo ha sido borrada, sino también despreciada por los propios jueces llamados a defenderla, mientras que la Nación ha sido sacrificada en el altar de las ideologías de izquierda y sus mitos. La propiedad pública se ha repartido a naciones extranjeras y poco o nada queda de todos los años de bonanza fiscal, en una economía corroída por el cáncer de la inflación y la deuda, el subempleo, y la persistente marginación urbana y rural, así como el agotamiento humano y material, que se expresa en la fuga masiva de talentos y capitales. La pobreza sigue estando relativamente en el mismo estado en el que la democracia moderna la encontró hace más de medio siglo, con el agravante de que el progreso y la experiencia adquiridas en la lucha para superarla han sido arrojados por la borda de un barco que parece no tener otro destino que dar vida a un caudillo totalitario, que revive las peores rémoras de nuestra historia nacional a expensas de la miseria del pueblo.
Desde el momento en que Chávez fue investido como presidente, tomando un juramento reservado, tenía la intención de acabar con la Constitución de la Nación y sustituirla por una a su medida. Como la nueva resultó ser un obstáculo para sus planes, pidió más tarde un referéndum para reformarla, el cual perdió. No siendo un demócrata, nunca reconoció su derrota y ha utilizado desde entonces a la Asamblea Nacional como una aplanadora para aprobar una amplia gama de leyes socialistas, que contienen básicamente las mismas propuestas del fracasado referendo constitucional, irrespetando así la voluntad popular y burlándose de la democracia venezolana.
Pero, las lluvias torrenciales de las últimas semanas han diluido sus quiméricas políticas y proyectos sin sentido, desnudando sus mentiras y dejando al descubierto la cruda realidad de un gobierno que sólo se preocupa por mantenerse en el poder. Paradójicamente, le dio también la oportunidad de acabar con los avances logrados por la oposición. Usando las inundaciones como pretexto, Chávez ordenó la aprobación de un heterogéneo paquete de leyes, dando un golpe final a los restos de lo que se pensó sería un régimen democrático, para establecer así un férreo control sobre los venezolanos. Con la aprobación de otra ley habilitante más por parte de una legislatura moribunda que ha de ser sustituida el 5 de enero de 2011, el régimen ha puesto al descubierto su naturaleza inmoral e irracional, así como su descarado desprecio por la voluntad popular expresada en el referéndum constitucional de 2007 y en los procesos electorales posteriores.
Chávez tiene la intención de gobernar por decreto con la complicidad de una Asamblea Nacional sumisa que simplemente ha cumplido con sus instrucciones, cubriéndolas con una apariencia de legalidad, haciendo caso omiso de la voluntad popular. Cuando sea necesario, esperará a que una complaciente Corte Suprema de Justicia, recientemente remozada y ampliada por la misma Asamblea con sus seguidores incondicionales, tolere y condone semejante atrocidad. Al final, como en la Alemania de antes de la guerra, todo se habría hecho legalmente.
En vista de su continuada pérdida de popularidad, la principal preocupación de Chávez es evitar ser derrotado a toda costa, incluso si eso implica tener que convencernos de que no va a dejar el poder cuando pierda las elecciones presidenciales de 2012. Su exasperación actual no es más que la certidumbre de saber que sus días están contados y que su tiempo transcurre inexorablemente. Que se caigan o no las máscaras ahora depende de él.
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