por Enrique Ochoa Antich
La Mesa de Unidad Democrática debe subir su volumen. Es la tesis de este artículo. Es el reclamo que escuchamos por allí, en la calle, entre los viejos amigos, entre los miembros de la familia, entre desconocidos que se nos acercan para plantearnos el reclamo. Y algunos agregan: Sólo Teodoro habla por nosotros.
En alguna columna anterior sugerí lo que se me ocurrió llamar un plan de radicalización democrática: además de acudir a las urnas como debemos, y manteniendo con pulso firme la estrategia de llegar a diciembre de 2012 y ganar y conquistar el gobierno y luego el poder para la Venezuela democrática (o de poner al régimen en el brete de tener que trampear los resultados, lo que ya sería una ganancia pues liquidaría de una vez por todas su legitimidad "democrática"), proponía incrementar la lucha social y de calle en todos los órdenes y elaborar una propuesta alternativa que incluya no simplemente un nuevo gobierno sino la explícita determinación de desmontar el tinglado totalitario a través de una transición de dos años, Constituyente incluida. Esto en cuanto al contenido.
Pero hoy aludimos a la forma. La oposición democrática, y en lugar prominente la MUD y sus parlamentarios, tienen la obligación, el desafío de inventar formas de lucha y expresión que encarnen adecuadamente el grave momento histórico que vivimos. Hablamos, por ejemplo, de superar el edulcorado lenguaje del juego político normal, constatando que no estamos en un país que lo sea sino en uno absolutamente anormal, amenazado por un proyecto que pretende por una vía de legitimidad pseudo-democrática acabar con la democracia. Hablamos de elevar el volumen del discurso opositor de modo tal que se provoque en la sociedad democrática la movilización, la fuerza y el talante que requiere la necesaria, urgente resistencia civil (y militar) frente al proyecto totalitario.
Un punto central es comprender que no es la sordina ni el matiz cuidadoso lo que nos ayudará a comunicarnos con el chavismo popular y democrático, tarea esencial en los tiempos que corren. Lo esencial a este respecto es el contenido (de clase, si se quiere) del discurso opositor: defensa de los derechos económicos y sociales y no sólo de los políticos y civiles, vocación popular, etc. Quienes han seguido hasta ahora a un líder que si alguna característica tiene es la de la rotundidad de su mensaje, deben ver del otro lado a un liderazgo que hable claro y raspado.
Como dicen de Teodoro, en efecto.
En alguna columna anterior sugerí lo que se me ocurrió llamar un plan de radicalización democrática: además de acudir a las urnas como debemos, y manteniendo con pulso firme la estrategia de llegar a diciembre de 2012 y ganar y conquistar el gobierno y luego el poder para la Venezuela democrática (o de poner al régimen en el brete de tener que trampear los resultados, lo que ya sería una ganancia pues liquidaría de una vez por todas su legitimidad "democrática"), proponía incrementar la lucha social y de calle en todos los órdenes y elaborar una propuesta alternativa que incluya no simplemente un nuevo gobierno sino la explícita determinación de desmontar el tinglado totalitario a través de una transición de dos años, Constituyente incluida. Esto en cuanto al contenido.
Pero hoy aludimos a la forma. La oposición democrática, y en lugar prominente la MUD y sus parlamentarios, tienen la obligación, el desafío de inventar formas de lucha y expresión que encarnen adecuadamente el grave momento histórico que vivimos. Hablamos, por ejemplo, de superar el edulcorado lenguaje del juego político normal, constatando que no estamos en un país que lo sea sino en uno absolutamente anormal, amenazado por un proyecto que pretende por una vía de legitimidad pseudo-democrática acabar con la democracia. Hablamos de elevar el volumen del discurso opositor de modo tal que se provoque en la sociedad democrática la movilización, la fuerza y el talante que requiere la necesaria, urgente resistencia civil (y militar) frente al proyecto totalitario.
Un punto central es comprender que no es la sordina ni el matiz cuidadoso lo que nos ayudará a comunicarnos con el chavismo popular y democrático, tarea esencial en los tiempos que corren. Lo esencial a este respecto es el contenido (de clase, si se quiere) del discurso opositor: defensa de los derechos económicos y sociales y no sólo de los políticos y civiles, vocación popular, etc. Quienes han seguido hasta ahora a un líder que si alguna característica tiene es la de la rotundidad de su mensaje, deben ver del otro lado a un liderazgo que hable claro y raspado.
Como dicen de Teodoro, en efecto.
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