La percepción popular –equivocada, exagerada o cierta- sobre el desempeño de los gobiernos anteriores a 1998, socavó la fe en los encargados de conducir hasta entonces el sistema político. Pero desde el punto de vista psicológico, la variable singular que más contribuyó al desenlace electoral de ese año crucial fue la preeminencia de una actitud de rechazo no sólo a los partidos políticos sino, lo que verdaderamente importa, a la política.
Los venezolanos de entonces, en un porcentaje importante, pensaban que la "política" era sinónimo de corrupción y asquerosidad. De hecho, se comenzó a escoger a gente para ocupar cargos públicos sobre la única credencial que no fueran "políticos". Y es así como en 1998 la mayoría de la población –cansada de la "política" y de los "políticos"- decide entregarle el gobierno a quien resultaría a la postre el político que más le ha hecho daño a Venezuela en el último medio siglo.
De este modo, la hegemonía del proyecto político más nefasto de nuestra historia reciente se origina irónicamente a partir del estímulo a la antipolítica, entendida como la desconfianza en la capacidad de la "política" para generar los cambios sociales necesarios. Y cuando hablamos de la política, nos referimos a la preferencia de la persuasión, la tolerancia y el diálogo para resolver las diferencias, por encima de la destrucción del adversario.
Parte del rechazo a estos métodos de negociación y diálogo propios de la política, y a la preferencia por "salidas" inmediatistas que terminan alimentando populismos radicales y totalitarismos, tiene que ver a su vez con la adopción de ciertos principios éticos. De hecho, se habla mucho de los "principios" para sustentar posiciones de antipolítica, y para acusar a otros de carecer de ellos.
Como bien lo expresaba Mikel de Viana, la política es un "arte de lo posible", y por tanto tiene que medírsela con las posibilidades. Y parte de las reticencias frente a la política y sus métodos, obedece a que en algunas personas hay un componente de idealismo y purismo que les hace ver en el juego del posibilismo político una claudicación permanente de los principios morales.
Es necesario, sin embargo, distinguir aquí entre 2 actitudes éticas: la de quienes se guían por principios absolutos sin preguntarse por las consecuencias, y la de quienes deciden, responsablemente, en función de las consecuencias de las acciones. A menudo, las personas temiendo caer en un supuesto cinismo oportunista de decidir en función de las consecuencias –y las posibilidades reales del momento-, se refugian en los principios absolutos. Su idealismo les hace ser sensibles hacia los planteamientos éticos, e insensibles a las condiciones y consecuencias –muchas veces ambiguas- de las decisiones políticas.
Es un principio ético entendible que con delincuentes ni se dialoga ni se negocia. Ahora bien, supongamos que ud. sufre la desgracia que le secuestren un hijo, y los secuestradores le llaman por teléfono para negociar. ¿Se aferra ud. a su principio originario y se resiste a atender, porque "usted no habla con malandros"? ¿O la importancia de la vida de su hijo le lleva responsablemente a intentar lo posible, y a aceptar hasta sentarse con los delincuentes, porque la vida de su muchacho es el más valioso de los principios?
En Venezuela están matando a nuestros hijos. Se está generando dolor y pobreza por doquier. Rechazar a priori la posibilidad de sentarse con los responsables de ello como parte de la lucha por enfrentarla –la lucha de los movimientos estudiantiles, de los partidos políticos, de las organizaciones populares- es políticamente irresponsable.
No se trata de crear falsas expectativas. Atender al secuestrador no es garantía que le devuelvan a su hijo. Pero no por ello ud. deja de intentarlo. Tampoco se trata de creer o no en el gobierno. Usted tampoco cree en el secuestrador, pero la vida de su hijo vale demasiado como para no intentar tocar todas las puertas. Si protestamos en la calle para ser visibles y se nos oiga, ¿cuál es el sentido de negarse a ser visibles y que se nos oiga en cadena nacional, frente a los causantes del caos, y ante la parte oficialista de los venezolanos? ¿No son complementarias la presión de calle y la utilización de otros medios de mediación política?
Decía Ezio Serrano hace pocos años que una cosa era salir de Chávez y otra salir del imaginario que lo soporta. La ingenuidad, el voluntarismo y la antipolítica son parte de ese imaginario psicológico todavía por superar. Una cosa es la crítica necesaria a los planteamientos y acciones de la oposición democrática, o tener visiones distintas sobre las mejores estrategias para enfrentar la actual tragedia, y otra la intolerancia, las descalificaciones y la agresión hacia quienes propugnan el arduo camino del trabajo político por encima de los atajos, el azar y las falsas soluciones rápidas.
@angeloropeza182
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