FERNANDO RODRIGUEZ
28-4-2014
Pompeyo Márquez cumple hoy 92 años. Y sus innúmeros amigos vamos a celebrarlo. A mí, será porque lo quiero mucho, me cuesta armar estas líneas. Los homenajes, decía Julio Cortázar, son la puerta grande a la cursilería y yo agregaría que se hace más grande cuando hay mucho sentimiento de por medio.
Para empezar, será porque ya lo he hecho más de una vez, a lo que se suma lo reducido de este espacio, no quiero elaborar una lista de sus méritos, de su huella imborrable en nuestra contemporaneidad.
Tampoco voy a hacer el elogio de la vejez porque creo que ésta es cruel y absurda, el hombre es un árbol impulsado a crecer y hacerse frondoso para luego, al final, ser demolido y anonadado. Es el absurdo fáustico. Lo digo, sin rodeos, porque yo también hace ya rato pasé la línea de la tercera edad. Pero como la vejez pertenece al reino de lo ineluctable no queda sino soportarla y vivirla de la mejor manera, con estoicismo, serenidad, generosidad…
Porque también puede decirse fáusticamente que es en esa etapa final de la vida que se pueden encontrar en su forma más diáfana muchas de las virtudes morales. Somos más tolerantes porque hemos visto vivir y morir muchas ideas, algunas que se creían eternas. Somos generosos porque se alivia la finitud por la intensidad de la fraternidad con los que nos seguirán. Somos humildes porque sentimos en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu la fragilidad y la endeblez que nos constituye. Y así. Claro que como los vinos algunos se añejan bien y noblemente y otros se vuelven ácidos y tóxicos. En el fondo la vejez continúa la vida precedente.
Bueno, a donde quería llegar es que yo he visto pocas vejeces tan hermosas como la de Pompeyo, en más de un sentido única para mí. A su avanzada edad sigue siendo un luchador contra todos los límites que le ha puesto su cuerpo y que son muchos y dolorosos. Dicta sus artículos porque ya no puede escribirlos. Le leen los periódicos y los libros porque ya él no puede hacerlo. Ha ido en silla de ruedas a muchas manifestaciones.
Mantiene, por fortuna, una lucidez mental asombrosa y una pasión sin descanso por este país al que le ha dado su vida entera sin pedirle nada. Un día me dijo, candorosamente, yo he estado siempre tan atareado que a diferencia de casi todos mis camaradas me olvidé por pendejo que tenía que juntar unos centavos para la vejez.
Pero además no se queja y tiene una sonrisa permanente para los suyos y para quienes lo visitamos, una sonrisa y una palabra cálida y agradecida por estar en compañía de los que quiere. Y es la tolerancia misma. En estos días Mayita, Víctor y yo le rebatimos algunas de sus posiciones políticas recientes y terminó la fraterna discusión diciéndonos: está bien, seguramente ustedes ven mejor las cosas porque están en la calle y no encerrados como yo, de diálisis en diálisis. Por último diría que es admirable su voluntad de vivir, voy para 93 nos dijo la última vez, como los carajitos que quieren que llegue la adultez. Estoy seguro que sin esa tenacidad no hubiese sobrevivido a todas las desgarraduras de su cuerpo.
Bendita sea esa fiereza que nos permite tenerlo. Hay una belleza en la vejez, decía Víctor Hugo, la belleza de la luz plena, la de la vida vivida, la obra realizada, distinta a la del fuego de la juventud, desordenada y ansiosa. Esa es la que nos conmueve en la risa jovial del gran capitán, esa es la que amamos. Como este periódico lo reparten de madrugada tengo el honor, Pompe, de ser el primero en desearte cumpleaños feliz.
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