sábado, 12 de marzo de 2016

PRESAS DE MADURO

DANIEL LOZANO

EL MUNDO

12/03/2016

El día que cambió la vida de Joselyn Prato estaba programado para ser una divertida jornada veraniega en Cayo Sal, una de esas postales tropicales de arenas blancas y aguas azules imposibles. Junto a su familia, la atractiva estudiante de Ingeniería Petrolera, 23 años, disfrutaba de las vacaciones de agosto del 2015. Su vida iba viento en popa, pese a la terrible crisis económica, social y política que se abate sobre Venezuela. Prometida con el que creía hombre de su vida y a sólo dos semestres de la licenciatura. Horas más tarde, al recuperar el conocimiento, Prato comenzó a saber de qué trataba la impunidad tantas veces leída o escuchada. Sujetó su rostro para que no se desparramara el dolor que también le atenazaba el brazo. Sentía que algo había estallado dentro de su cuerpo y fuera, sobre su piel, los arañazos y las magulladuras: "Como si me hubiera peleado con un tigre". Se equivocó, no fueron felinos. Contra ella (1,60 metros, 55 kilos, descalza y en bikini) había embestido un grupo de guardias nacionales bolivarianos para cumplir las órdenes que llegaban desde muy lejos.
Sus muñecas también le escocían, marcadas por las esposas. Hoy, transcurridos seis meses, se las ha tatuado con el nombre de sus padres, Patricia y José. Como para no olvidar jamás el sufrimiento de 68 días de una vida que no parece la suya, pero eligiendo ella, y no sus agresores, el sentido de esas cicatrices. Joselyn se convirtió de golpe en algo jamás imaginado: otra de las presas políticas del chavismo. La química Araminta González todavía lo es. Así como la capitana Leided Salazar y la tuitera Inés González. Sólo Prato pudo hablar con Crónica cara a cara. Salazar y González disfrutan de casa por cárcel a la espera de juicio. Araminta sigue en prisión. Su hermana Míriam, que vive en Madrid, se ha convertido en su voz contra la injusticia, la misma que atravesó la vida de estas cuatro mujeres en un país que cuenta con 79 presos políticos, aún más que la Cuba de Raúl Castro.
"Aquí tienen que rodar cabezas, ustedes se metieron con la esposa del jefe. Es un caso político, necesitamos culpables de lo que pasó". El capitán de la Guardia Nacional informó a Jocelyn, a su hermano y a sus tres compañeros de infortunio que les había tocado la lotería revolucionaria. Aquel día fue el elegido por la ministra de Turismo, Marleny Contreras, y por la gobernadora del estado de Falcón, Stella Lugo, para realizar una visita publicitaria a Cayo Sol, de esas que luego aparecen en los noticieros chavistas como si se tratase del No-Do del siglo XXI.
La propaganda salió torcida. Decenas de personas abuchearon con crudeza a las dos políticas, gritaron: "¡Y va caer, y va caer, este Gobierno va a caer!", las insultaron y lanzaron arena y alguna botella de plástico hasta que el séquito huyó a toda velocidad para regocijo de los presentes. Un escrache a la caribeña y en trajes de baño.
Cuatro horas más tarde, un contingente militar y policial se desplegó en la islita con "órdenes de usar gases lacrimógenos" contra los rebeldes, asegura la protagonista de esta historia. La presencia de decenas de niños les hizo cambiar de idea. Había que buscar como fuera a los responsables, o por lo menos que lo parecieran. "De repente vi a mi hermano Joan acuclillado, detenido, y a mi madre llorando a su lado. Un señor los estaba grabando con un celular y yo le tapé. Empezó a hacer señas a otros agentes. Resultó ser un coronel. '¡Pónganle los ganchos!', ordenó".
Una tormenta en forma de golpes se desató en el paraíso playero. Cinco agentes femeninas la lanzaron contra la arena. La resistencia de Prato provocó que una de ellas le pateara la cara con su bota. Perdió el conocimiento. Las policías aprovecharon el desmayo para arrastrarla decenas de metros, "como si fuera una hamaca". Ya en el muelle, recuperó la consciencia. Cinco jóvenes gochos (naturales de Táchira, estado fronterizo con Colombia que inició las protestas contra Nicolás Maduro de 2014) fueron trasladados al cuartel de Chichiriviche. A la única chica la acusaban de haber lanzado un coco a la ministra.
"Mi hermano me miraba y lloraba. El hematoma cubría el 40% de mi cara. Durante horas pedimos un médico. Al final decidieron llevarnos a un clínica dado mi estado", prosigue Prato. El médico enyesó su brazo fisurado, drenó la herida del rostro e insistió en que era necesaria ingresarla. Su parte médico acabó hecho añicos. Según se ha sabido recientemente, el facultativo también fue detenido durante días.
Devueltos al cuartel, transcurrieron horas de incertidumbre hasta que escuchó lo más parecido a una sentencia: "No sabéis con quién os habéis metido". No, no lo sabían. Primero porque la ministra de Turismo mantiene un perfil bajo en el Gobierno. Todo lo contrario que su marido, Diosdado Cabello, tal vez el hombre más poderoso de Venezuela. Y segundo porque los dos hermanos nada sabían del escrache: ambos, junto a su familia, habían llegado a Cayo Sol una hora después de los incidentes. Así lo acreditan las facturas de la embarcación y el testimonio de los barqueros. En ninguno de los vídeos, que navegaron con furia en las redes sociales, aparecen los detenidos. Simplemente les tocó porque a alguien le tenía que tocar.
El lunes por la mañana fueron trasladados desde el purgatorio hasta el infierno del Penal de Coro, una cárcel de presos comunes junto a un pequeño desierto, con capacidad para menos de mil personas y que supera las 3.000. "Nunca se me olvidará el ingreso, aquello parece un manicomio. Los hombres agarrados a las ventanas, tan delgados, gritando... Abrieron mi celda y encontré a diez mujeres desnudas; una se cayó porque se había quedado dormida contra las rejas. Una sola cama de cemento, una ducha, una poceta [váter] y un lavamanos en 3x2 metros. Me vieron tan mal que no durmieron en toda la noche para abanicarme. Al levantarme, oriné un chorro de sangre negra. Vomité sangre y me desmayé. Las presas comenzaron a gritar: 'Se muere, ¡se muere!' y golpeaban en las rejas".
Tanto ruido hicieron que la trasladaron a la enfermería, regentada por una presa que fue enfermera. La situación era demasiado grave para sus buenas intenciones. Llamaron a un preso del pabellón de hombres, médico en su otra vida. "Se va a morir", diagnosticó. Jocelyn volvió a vomitar sangre y por fin los custodios decidieron llevarla hasta un hospital. Una decisión que salvó su vida: todavía hoy tiene dilatado el riñón, producto de los golpes, y el colon irritado tras su paso por la cárcel. Una vez devuelta a la celda, permaneció 50 días sin moverse, sin ver el sol. Se sucedieron amenazas de la directora del penal, destituida tras la declaración de Prato, que se negó a ingerir alimentos podridos, incluso con gusanos.
La libertad llegó el día 68, inolvidable. Prato abandonó la cárcel convertida en otra mujer. Con sólo 35 kilos, con el hematoma que todavía hoy se niega a abandonar su rostro y decidida a luchar contra la injusticia. La joven se ha convertido en activista pro derechos humanos mientras espera su juicio. La acusan de alteración de orden público, resistencia a la autoridad, hostigamiento y actuar contra la Ley de la Mujer. A ella, que fue golpeada con saña por otras mujeres.
"Llegó la ley y buscó a los agresores de mujeres. Tun, tun, ¿quién es? Este es el Sebin [Servicio Bolivariano de Inteligencia]... No vamos a permitir la falta de respeto a las mujeres venezolanas", clamó Cabello en su programa televisivo Con el mazo dando. Y culminó con ironía: "Entre los detenidos se encuentra la activista de Voluntad Popular del estado Táchira... Dios te cuide, mi reina, Joselyn Prato".
La capitana Salazar descansa en su cama, leyendo un libro de la historia de su país tras obtener una medida humanitaria de 'casa por cárcel' a mediados de febrero. Su madre intenta recuperarla tras los dos años de infierno que vivió en la cárcel de Uribana, donde sufrió "tratos crueles, inhumanos y degradantes", según organismos de derechos humanos. Dentista asimilada como militar, fue condenada a 8 años de cárcel acusada de impulsar un golpe de Estado pese a que 86 testigos lo negaron en su juicio. "Perdió 15 kilos, tiene dolor en una cadera... Fue vejada verbalmente. No la sacaban a hacer ninguna actividad. Sólo leía, no hablaba con nadie...", describe a Crónica su madre, Ana Teresa.
  • Araminta González (La química que no hacía bombas)
Su vida se torció el día que acogió a dos manifestantes de las protestas anti Maduro de 2014. Resultó que no eran opositores, sino dos asesinos infiltrados con vínculos con el poder. Tras 20 meses encarcelada, Araminta espera juicio, pero "ella es química, no terrorista", explica entre lágrimas su hermana Míriam. Envolvieron su cuerpo con periódico y lo cubrieron con colchonetas para golpearla con tubos. También le arrancaron el cabello. Su novio, detenido a la vez, está desaparecido. Denunciada por "patriotas cooperantes", Araminta fue acusada de querer fabricar una bomba. Se sobreseyó por falta de pruebas, pero se mantuvieron cargos de asociación para delinquir e instigación a la violencia.
  • Inés González (La tuitera terrible que no se callaba)
"No pueden resolver la crisis, pues ellos son la crisis". El tuit lo firma la hispano-venezolana Inés González, Inesita Terrible, en Twitter. Mucha rebeldía y una lengua digital muy larga le ocasionaron 400 días en una mazmorra, que sólo acabaron al otorgársele una medida humanitaria de casa por cárcel para realizarse una histerectomía total. La acusaron de "terrorismo cibernético", amenazas a Diosdado Cabello y por sus críticas a Robert Serra, "criminal que comandaba colectivos del terror" [paramilitares]. El diputado chavista fue robado y asesinado por delincuentes, entre ellos su ex jefe de escoltas. Tampoco se calla tras la cárcel. "Digo lo que me dicta mi conciencia".

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