miércoles, 23 de marzo de 2016

DE MAX WEBER A ANGELA MERKEL


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           Anibal Romero 

Hace menos de un año Angela Merkel, canciller de Alemania, se hallaba en la cima de su poder tanto dentro de su propio país como en el ámbito europeo. Hoy, pocos meses más tarde, Merkel y su partido político acaban de experimentar severas derrotas en varios comicios regionales, y su prestigio e influencia en Europa se han visto seriamente erosionados. ¿Qué pasó?
El caso de Merkel ofrece a la vez un intrigante ejemplo de los vericuetos insondables del alma humana en el ejercicio del poder, así como una interesante ilustración de la distinción entre la “ética absoluta” o “ética de la convicción”, de un lado, y de otro la “ética de la responsabilidad”. Estos conceptos fueron analizados por Max Weber en su extraordinario texto La política como vocación, basado en una conferencia inicialmente pronunciada en Múnich en 1919. Dicho texto me servirá de guía para estudiar el enigma de Merkel.
El sustancial cambio en la posición política de Merkel comenzó a raíz de su decisión, tomada en 2015, ante el reto migratorio desde el Medio Oriente y África del Norte hacia Europa. Sería injusto minimizar las dificultades que entonces enfrentaban y siguen confrontando los dirigentes políticos europeos, con relación al desafío representado por millones de seres humanos expulsados por guerras y conflictos y atraídos por mejores oportunidades de vida. No es mi propósito menoscabar ni la magnitud del problema ni las posiblemente nobles intenciones de Merkel, quien optó por abrir las puertas de su país a la marea de gente agolpada en sus fronteras.
Pero la política no es meramente una cuestión de intenciones, sino también de resultados. De paso, en este escenario concreto, Merkel actuó sin consultar a sus ciudadanos ni a sus socios europeos, que se ven muy afectados por la crisis. Merkel, además, no estableció límite alguno en cuanto al número de personas que Alemania estaría dispuesta a acoger, ni precisó qué correspondía hacer a los otros países que se encuentran en el camino desde las costas del mar Egeo y a través de la llamada “ruta balcánica”, hasta llegar a Alemania.
En un principio numerosos alemanes de buena voluntad salieron a las calles a dar la bienvenida a los centenares de miles de inmigrantes, que llegaban al país huyendo de sus penurias, pero no era difícil percibir que esa reacción inicial, sustentada en la compasión, más temprano que tarde chocaría contra las inmensas dificultades que experimentan comunidades históricas y étnicamente homogéneas, que de pronto acogen grandes grupos de personas con tradiciones, culturas y modos de conducta muy diferentes.
Algunos han interpretado la decisión de Merkel como producto de un sentimiento humanitario, doblemente fuerte en su caso debido a su religiosidad protestante y al hecho de provenir de Alemania comunista, donde aprendió lo que significa ser un “refugiado interior” que se veía obligada a escapar de la represión y la violencia. No dudo que esto haya jugado un papel. No obstante, los problemas no tardaron en presentarse, hasta explotar de manera gráfica y fatal en varias ciudades alemanas durante los festejos de año nuevo de este año, sitios donde se produjeron graves y masivos incidentes de asaltos, acoso y violaciones de parte de grupos organizados de adultos musulmanes contra mujeres alemanas.
El resultados de tres elecciones regionales hace poco más de una semana, pone en evidencia de manera muy cruda el acierto de Weber, al señalar: “Es una tremenda verdad y un hecho básico de la Historia…el que generalmente el resultado final de la acción política guarda una relación absolutamente inadecuada, y frecuentemente incluso paradójica, con su sentido originario”. Merkel quiso hacer el bien a otros seres humanos, pero el producto de su imprudencia ha sido la polarización política en Alemania, la erosión de las relaciones entre Alemania y varios de sus socios europeos, la confusión y falta de decisión de Europa ante la crisis de los refugiados, y el surgimiento en Alemania, por primera vez en décadas, de un movimiento político extremista que ya la semana pasada alcanzó, como mencioné, cifras muy importantes de respaldo en tres regiones clave, apuntando –si el panorama no cambia– a posibles victorias mucho más relevantes en las elecciones nacionales de 2017. De manera increíble, pero real, el sistema político alemán, muy estable y predecible por tantos años, se ha fragmentado, la sociedad alemana se encuentra perpleja y atemorizada, y si bien Merkel todavía tiene espacio de maniobra su figura ha sufrido una merma patente de popularidad.
Merkel no actuó como una estadista sino como “Mutter Merkel” (o mamá Merkel, como le dicen o decían), violentando los límites entre una “ética absoluta” o “de la convicción”, que es o puede ser la de personas comunes, y una “ética de la responsabilidad” que es la que en todo momento debe guiar la acción de un político. En palabras de Weber: “No es que la ética de la convicción sea idéntica a la falta de responsabilidad, o la ética de la responsabilidad a la falta de convicción. No se trata de esto. Pero sí hay una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una ética de la convicción, tal como la que ordena que el cristiano debe obrar bien y dejar el resultado en manos de Dios, o según una máxima de la ética de la responsabilidad, como la que ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción”.
Los trágicos errores de cálculo de Merkel han generado consecuencias funestas, y me temo que no hemos visto aún sino parte de un drama que muestra síntomas de complicarse en los venideros tiempos. No cabe exagerar la importancia del ascenso del nuevo partido Alternativa para Alemania dentro del cuadro político germano y europeo. Pocos vislumbraron, hasta hace tan sólo unos meses, que Alemania podía verse afectada por el surgimiento de movimientos radicales como el Frente Nacional en Francia y otros similares en Holanda, Austria e Italia, por ejemplo. Alemania es el eje económico de Europa, pero además es un sismógrafo político. Algunos piensan que ese papel de alerta temprana lo juega Francia, y ello es parcialmente cierto. Pero los cambios en Alemania tienen un peso fundamental, y como lo muestra el pasado histórico Alemania no causa temblores sino terremotos.
Lo más lamentable de todo esto, tal vez, es que Angela Merkel, crecientemente acosada por imprevistos desafíos políticos, ahora está intentando sacar las castañas del fuego mediante un acuerdo mal concebido y de grandes riesgos con Turquía, llegando a ofrecer dinero a un cada día más autoritario gobierno turco para que reciba refugiados, a cambio igualmente de visas para los ciudadanos turcos en la Unión Europea y de la promesa de acelerar las negociaciones del acceso de Turquía como miembro pleno de la asociación.
Todo esto es rechazado, entre otros, por Francia y el Reino Unido (Reino que se prepara a votar sobre su permanencia o salida de la EU), y la crisis se acentúa en medio de nuevas alambradas de púas, alcabalas, muros y controles que empiezan a erigirse en una Europa en la que día tras día desaparece el liderazgo. Merkel jamás debió abrir las puertas del modo que lo hizo, multiplicando un problema de enormes dimensiones. No le queda más remedio que retroceder, a riesgo de producir una estampida.

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