lunes, 28 de marzo de 2016

Rock and Revolution


También fue hoy mi primera experiencia en un concierto de esa magnitud. Mi referente de grandes espectáculos eran, hasta ahora, los conciertos de la Nueva Trova, el rock argentino, la salsa o las masivas alocuciones de Fidel en la plaza, pero hoy no escuchamos al comandante, el micrófono se lo apropiaron los Rolling Stones.
Aunque los años heavy del Rock and Roll coincidieron con los duros de la revolución cubana, aquí estaba prohibido escuchar cualquier cosa que nos recordara al “enemigo”.
Los cánones verde olivo no aceptaban esa otra revolución sonora y estética, por ello, en la Escuela Nacional de Arte donde estudió mi madre, se hizo purga en el 66 al descubrir que el escritor Emilio Fernández de la Vega consiguió nada más y nada menos que un acetato de los Stones, poniendo a delirar al alumnado, liberando sus cuerpos y sus mentes al calor de Satisfaction. Los artistas recibieron como castigo un año sin salir del internado con régimen militar que lideraba la tristemente célebre doctora Berta Serguera, protagonista de las cacerías de brujas de la época.
¿Qué pensaría la doctora al ver acampar, desde el jueves en la noche, a miles de cubanos “marcando” en la infinita cola de los Rolling?
Las calles que van desde el antiguo Bidet de Paulina Fuente Luminosa hasta la cafetería dulcería La Word se sembraron de familias, cubanos de todas las edades y provincias que decidieron pasarle la cuenta a la historia. Sentados en el suelo con bolsos o mochilas cargados de agua y alimentos esperaron atentos a que las luces se encendieran para avanzar en procesión hasta el corazón de la Ciudad Deportiva.
El discurso oficial sigue siendo semejante al de las “actividades político- recreativas”, cito la nota del Instituto de la Música: “Al concierto de los Rolling hay que ir con la disciplina y el entusiasmo que nos caracteriza”. El estilo de la policía vestida de civil o uniformada fue cuidadoso y de bajo perfil. No hubo enfrentamientos.
Nos dejaron ser y estar, llorar, desmayarnos, pudimos bailar y gritar hasta la saciedad… pero sobre todo responderle a Mick Jagger cuando nos preguntó si realmente esto estaba cambiando. –Si– y –No–.
“Demasiado joven para morir, demasiado viejo para bailar Rock and Roll”.
Llegaron desde temprano los veteranos, allí estaban en el público, moviéndose furiosos como si acortaran la distancia con el tiempo en que no pudieron manifestarse, más vale tarde que nunca. En realidad eran los jóvenes quienes hicieron mayoría en aquel medio millón de personas concentradas, alucinando.
Era la primera vez que los compañeros Stones se encontraban con un público que mayoritariamente no les conocía, ni conocía sus letras. Parecían extraterrestres aterrizando delante de nosotros, con trajes de plumas, abrigos de seda, luces ultravioletas, varios kilos de sonido y esa libertad y energía arrolladora a los setenta años que no tiene ni pretende tener límites.
La exótica simbiosis entre el Coro Nacional dirigido por Digna Guerra y la obra de los Stones creó un efecto mágico, atemporal.
El modo en que Jagger repitió nuestras frases populares: “están en talla” y “están escapaos”, su agradecimiento a Cuba por la música que le ha dado al mundo, cada expresión en español, el virtuosismo, la felicidad con la que nos entregaron su obra es para mí una ofrenda que alivia, en algo, lo no vivido, lo que nos prohibieron durante un tiempo tan largo como su propia carrera. ¿Cómo será la política musical en lo adelante? No lo sé, mañana será otro día, hoy bailé libremente, y aunque no soy roquera, le presté mi cuerpo a mi madre, la dejé entrar en mí para que bailara esto conmigo, reencarnara y gozara en nombre de todos los que no resistieron, en nombre de los mártires cubanos del Rock and Roll.

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