Trino Márquez
El discurso de Nicolás Maduro el
28 de diciembre -con motivo de la salutación de fin de año y la inauguración
del “Batallón de Honor 24”- transmitido en cadena nacional desde el Campo de
Carabobo, pasó desapercibido. El hombre habla tanto gamelote, es tan fastidioso
y desangelado, que resultaba un acto de masoquismo inaudito escucharlo en medio
de las fiestas navideñas, opacadas por la inflación y la escases, pero fiestas
al fin y al cabo.
En su alocución
quedaron trazados los lineamientos de política interior para el inmediato
futuro. Pocas veces se había visto de forma tan clara la presencia del G2
cubano en la vida venezolana y del modelo de dominación fidelista, impuesto en
Cuba durante sesenta años. El objetivo puede resumirse en pocas palabras: se persigue
convertir el país en una sociedad militarizada y cuartelaria, integrada por
gente que se espía y delata mutuamente. Diosdado Cabello, con el cinismo que lo
caracteriza, diría de “patriotas cooperantes”. En esta sociedad orweliana cada
hombre, o mujer, es una pieza al servicio de la preservación de la dictadura.
Maduro habló
de crear un “mecanismo de inteligencia
estratégica popular”, que evite la reproducción de eventos como los ocurridos
en Ciudad Bolívar, La Fría y Guadualito en diciembre pasado. De ese “mecanismo”
deben formar parte todas las organizaciones populares creadas por el régimen:
las UBCh, los Consejos Comunales, los Consejos de la Patria y las milicias. Se
trata de la “guerra de todo el pueblo” -es decir, de las organizaciones muy
gubernamentales patrocinadas por el chavismo- en contra de los paramilitares
financiados supuestamente por la oposición y la ultraderecha. De acuerdo con el
obtuso criterio de Maduro, los disturbios que se desataron fueron auspiciados
por la derecha opositora, por los narcotraficantes y por las mafias interesadas
en capitalizar el gran negocio con los billetes de cien bolívares. Por supuesto
que la ira popular nada tuvo que ver con el desabastecimiento, la inflación y
la escasez provocadas por su desastrosa política económica. En la mente del
mandatario no cabe la posibilidad de que él sea el responsable del caos
económico, a pesar de tener 18 años gobernando. Siempre son otros,
especialmente los opositores, quienes desde hace dos décadas no gobiernan, los
causantes del descalabro.
El mecanismo
de inteligencia estratégica popular propuesto por Maduro constituye un eslabón
de las Regiones de Defensa Integral (REDI), de las Zonas Operativas de Defensa
Integral ((ZODI), de las Áreas de Defensa Integral (ADI) y, finalmente, del
Sistema Popular de Protección para la Paz (SP3). Todo este complejo mecanismo de espionaje y
control de la vida ciudadana, materializa la alianza militar-cívico, eje del
modelo. Militares y civiles, en ese orden, se unen con el fin de lograr la
permanencia sin sobresaltos de la autocracia montada por el chavismo-madurismo.
Maduro le dijo
adiós a la democracia, incluso a las instituciones creadas por su padre
putativo. Del Estado central, en el Campo de Carabobo solo se encontraban, por
el sector civil, el vicepresidente Aristóbulo Istúriz y el contralor general, Manuel
Galindo B., presidente del Consejo Moral Republicano. Los demás eran oficiales de
diversos grados. El encuentro no sirvió para reafirmar la autoridad del poder
civil ante la institución castrense, sino para evidenciar cómo el gobierno, en
especial el jefe del Estado, se ha postrado ante la bota castrense. Representó
una muestra adicional del desprecio a la cultura republicana y del nivel de claudicación
ante los uniformados.
2017 será un
año difícil. La deriva militarista y cuartelaría del régimen quedaron
claramente esbozadas en el Campo de Carabobo. La oposición no debe forjarse ilusiones.
Maduro optó por crear un modelo militar-cívico donde las elecciones, la
vigencia de la democracia y la República, no están contemplados. Me gustaría
pensar, siguiendo al padre Luis Ugalde, en la existencia de un Wolfgang
Larrazábal que despierte del marasmo y asuma, junto a los civiles, la
reconquista de la democracia desde la institución castrense. Sin embargo,
semejante posibilidad luce demasiado remota.
Prefiero
pensar en construir un movimiento social y electoral que incluya a todos los
sectores democráticos del país, cuyo despliegue y fuerza obligue a los
militares a optar entre respaldar un régimen que empobrece y reprime las
libertades, o apoyar una iniciativa que reconstruya a la nación en todos los
órdenes. Colocados ante esta disyuntiva, podrían sumarse
muchos oficiales y soldados a la causa democrática.
@trinomarquezc
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