1. Una república es precisamente eso: una cosa pública. Aquí ha ocurrido algo sorprendente: se ha intentado destruirla, construyendo una monarquía acompañada (esto es lo sorprendente) de un escándalo perpetuo, de un “aparato comunicacional” que simula la cosa pública, que recrea un mundo público de pura ficción.
2. Tan ficcional es que, enfermo el cuerpo del Rey, quedó al descubierto el escenario vacío: tramoyas y escenografías sin ánimo. Utilerías inútiles. Actores enmudecidos al no encontrar guión, improvisando y ensayando voces de personajes que nunca podrán encarnar.
3. Afán de destrucción de la política: ahora es, manifiestamente, teología política bolivariana. Auxiliada por Kantorowicz y su teoría de los dos cuerpos del Rey: el cuerpo mortal, el corpus verum, hoy atacado por su propia vulnerabilidad humana, y el corpus mysticum, inmortal y corporativo.
4. Paradójico es que este cuerpo místico se construya sobre un relato de origen republicano que comienza y termina con la figura de Bolívar. Así que se tratará de destruir el republicanismo de Bolívar para convertir al prócer en un manojo de pasiones populares, en un brand de la utopía, apta para mercadear estas pasiones. Bolívar deforme, violado por la mediocridad y las ambiciones de sus secuestradores.
5. El secreto, ese hábito monárquico, fracasó. Primero porque la insaciable “máquina comunicacional” que nos abruma permaneció silenciosa, dejando al descubierto su propia impostura. Pero fracasó, sobre todo, porque para guardar un secreto es necesario conocer la verdad que se quiere ocultar. No se puede mentir sin saber la verdad.
6. Y sólo el cuerpo afligido del Rey guardaba la verdad que el propio enfermo se negaba a reconocer en sus signos premonitorios.
7. Pero la verdad, dicen los Castro, no existe. Lo mejor que tiene es que es un artefacto: lo que sí hay es “efecto de verdad”: el patetismo de la confesión, el relato de un enfermo, la exhibición de la debilidad, todo eso genera “verdades” que ocultan otras.
8. Será por eso que Nietzsche viene a completar la biblioteca del nuevo rico, deslumbrado por todo lo que ignora. Como el acumulador que llena su casa de objetos que personifican sus deseos infantiles. “Las verdades son ilusiones que han olvidado que lo son”, dice el joven Nietzsche en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.
9. Aunque en su comarca, los Castro no dejaron espacio para tanta metafísica. La maquinaria corporativa funcionó sin lapsos de espera. Se produjo una fórmula sucesoral instantánea, previamente diseñada. Los partes médicos, con información que luego resultó falsa, pero verosímil, se sucedían regularmente, justo porque se había dado curso a la fórmula tradicional: “Ha muerto el Rey, viva el Rey”.
10. Aló, Evita. Cuando la política se convierte en un tapado de armiño, es la muerte de la política. Enferma, Eva Perón desfiló y se hizo “cuerpo” con “sus” descamisados. Los militares secuestraron ese cuerpo deificado, en una especie de culto fetichista, mezcla de amor y odio. El peronismo es, hoy, una marca comercial que vive de la coyuntura.
11. El Bicentenario nos pilla con la república secuestrada.
12. El desfile militar es más militar que nunca. Como podía preverse, ante el escenario en ruinas se multiplica la sed de autonomía: esa federación de tribus que es el régimen se desmorona. Se repiten las advertencias en los breves discursos del enfermo. Pero la unidad no está allí donde ahora se la quiere invocar. Son demasiados los años proclamando la división, la ruptura, la contradicción, el fascismo. La unidad, hoy, es la que llama a cesar la diferencia y no la que se conjura para defenderse.
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