LAS APUESTAS DEL CÁNCER
ELIAS PINO ITURRIETA
El Universal. 17/06/2011. -Abundan los que critican el hecho de que Venezuela entera esté pendiente de la salud del Presidente, pero no tienen razón.
Si se ha convertido en centro de las conversaciones privadas, del interés de los políticos, de las especulaciones de los medios y de las buenas y malas intenciones de la gente, sobran motivos para comprenderlas.
En cualquier sociedad importan las dolencias del jefe del Estado, en especial si revisten gravedad, no en balde es la cabeza de los asuntos públicos y debe la ciudadanía asegurarse de que esté en capacidad de atenderlos a satisfacción.
El caso se hace más protuberante debido a que no estamos los venezolanos sujetos a un régimen en el cual las instituciones funcionan a plenitud, cada una cumpliendo sus cometidos en armonía con las otras sin la necesidad de una batuta cuya falta puede desquiciarlas.
Aquí una batuta omnipresente y todopoderosa se encarna en la figura del primer magistrado, hasta el punto de que uno piense que no pueden funcionar sin su voluntad o su capricho. No sólo los ministros de su gabinete, sino también los miembros de las instancias teóricamente autónomas, como el Tribunal Supremo de Justicia y la Asamblea Nacional, parecen atados a lo que él resuelva desde su despacho y ahora desde el lecho de sus tribulaciones. Un sistema asentado en el personalismo obliga más aún a detenerse, no sólo en la enfermedad de quien lo lleva metido en el pellejo, sino hasta en su humor.
Por si fuere poco, la propaganda oficial se ha ocupado de relacionar los males presidenciales con la felicidad de la patria, como si la segunda dependiese necesariamente de la primera. Los voceros del Gobierno llaman a una especie de rogativa nacional para clamar por la lozanía del jefe, y no dejan de hablar sobre cómo el destino de la República depende inexorablemente de la evolución de un tumor canceroso. Así refuerzan el vínculo entre personalismo y minoridad social, entre el padre portentoso y sus inhábiles hijos, que ha determinado la evolución de la vida venezolana en la última década.
Además, los misterios sobre la enfermedad, muchos puestos en circulación a propósito para que la gente insista en mantener la vista en el pater y en el universo inaccesible de sus decisiones, y para que no se sepa de veras la magnitud de una afección que es fundamental para quienes medran de ella; pero otros fraguados por la imaginación de las mayorías, que nadan en un mar de titubeos, hacen que cada vez más se gire alrededor de la misma noria.
De modo que, ahora sí, por obra de un cáncer que no atacó a una persona común y corriente sino al individuo en cuyo derredor se ha pretendido que funcione inexorablemente el destino de la patria, se materializa uno de los clichés más encarecidos por el régimen: "Chávez es el pueblo".
Pero la moneda tiene otra cara igualmente perniciosa, en la medida en que nos impide cerrar el círculo sin cuya clausura no existirán soluciones adecuadas para los problemas de la sociedad. Así como el Gobierno reclama jaculatorias por el restablecimiento del comandante, así como el mismo comandante y los miembros de su entorno se resisten a un retiro de las primeras planas pese a la necesidad de una aconsejable y juiciosa reclusión, abundan las personas que esperan el incremento de la enfermedad para librarse de los perjuicios que su portador acarrea.
En círculos nada desestimables se ruega por el crecimiento de la dolencia del Presidente, que sienten como camino expedito para librarse definitivamente de su presencia. "Le tenemos mucha fe a ese cáncer", decía hace poco un grupo de personas a quienes pude escuchar y quienes esperan con impaciencia el anuncio del deceso del Presidente para alivio de sus maltratadas vidas. "Estamos muy contentos porque no se come las hallacas", anunciaban ayer unos colegas que sueñan la pascua más alborozada de su existencia después del paso de la carroza fúnebre.
"Aquí estoy, como un árabe, esperando el paso de su cadáver", exclamó ayer un vecino de mi cuadra. La idea de que por fin Dios se apiadó de Venezuela moviendo la guadaña de la metástasis se extiende cada vez más, hasta formar un heterogéneo desfile.
El problema no radica en criticar esos deseos de muerte, por malos que parezcan, ni tampoco las ganas que los chavistas tienen de que el líder supere la montaña del cáncer, pese a lo candorosas que lucen. Cada quien es libre de sentir como le parezca sobre el prójimo, de soltar los deseos benévolos y macabros propios de la condición humana en relación con las vicisitudes de las otras personas, especialmente de aquellas que destacan en la sociedad y sobre las cuales se colocan los sentimientos de las mayorías.
Se trata sólo de llamar la atención sobre cómo no llegamos a nada digno de respeto desde tales perspectivas, en términos de lo que se requiere para construir un país serio.
Ambas posiciones le entregan el destino a la providencia, o a la naturaleza, o a influencias incontrolables del azar, sin que quienes las protagonizan participen de veras en una faena que los relacione con el objeto de su preocupación. Mientras una parte del pueblo espera que el Presidente se cure, y la otra parte quiere que no demore en llegar al cementerio, se pierde el contacto con la realidad que de veras importa, la realidad de un país al borde del abismo, frente a la cual apenas nos atrevemos a esperar noticias sobre una sola persona.
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