jueves, 21 de julio de 2011

Vinotinto: elogio conjugado en presente, por Willy McKey


Hay sol hasta la madrugada y creo que jamás moriré/ sin embargo deseo que este día me sobreviva

Víctor Valera Mora. “Amanecí de bala”

Disfrazándonos de lo que no podemos ser / y mil razones para querer más /
balón, / placer, / dolor… la marcha del golazo solitario

Los Fabulosos Cadillacs


Amanecer de balas. Debemos tener cuidado: los venezolanos olvidamos demasiado rápido los asuntos que nos resumen. Sería una crueldad hablarnos ahora en pretérito, pero algo ganamos. Algo debemos estar ganando.

En Caracas, la mañana del jueves que sigue a la primera semifinal de Venezuela en la Copa América es soleada… muy soleada. Como si el clima, en esta ida y vuelta a la realidad que somos, necesitara recordarnos la perpendicularidad de los rayos de luz de nuestro trópico. La gente responde los buenos-días triste, pero orgullosa. Hay cierta tensión blanca, parecida a un abrazo contenido que estallará de un momento a otro. Ninguna conversación va más allá del “¿Viste el juego?” y la complicidad final de un mohín de tristeza, pero nunca un gesto lastimero. Todos saben lo que pasa, pero cuesta ordenarlo.

Esta alegría tan seria, desconocida en el Caribe. ¿Cómo es que desde la medianoche estamos en la calle, asintiendo con la cabeza algo que no vemos? Perder, pero sentirse el triunfo puesto. ¿Qué hacer con estas ganas de aplaudir en silencio, sin explicarle nada a nadie? Amanecer así: “bien magníficamente bien todo arisco”, como el poema de Víctor Valera Mora. “Restituimos la edad de oro el “qué habrá” al final del arco suspendido/ ahora mismo se está mudando un río”. Algo ganamos. Algo debemos estar ganando.

1. Primer tiempo (como si fuera posible). La temperatura obliga a la sangre fría. Cero grados centígrados. Nunca hemos estado tan lejos de nosotros. Y sin embargo…

Salir sin Tomás Rincón no sólo es un riesgo: se trata de una demostración del ser-equipo que domina en el fútbol mundial, pero sin sacrificar las individualidades. Nuestra baraja: Salomón Rondón, el prócer en el Mundial de Egipto; el eterno Juan Arango, generoso en el balón; Alejandro Moreno, el entrador de la MLS; Gabriel Cichero, el sommelier que sirvió el vino tinto contra Chile; el sustituto Di Giorgi; la inédita garra de Vizcarrondo complementada con la constancia de Rosales; la experiencia del Maestrico y el compromiso de Perozo; sumados todos a la locura virtuosa de Renny Vega y la versatilidad de Franklin Lucena. Todos. Recordarlos a todos de un tirón. No me ha pasado antes. Todos. Nosotros.

Triangulan, entran, sufren. Quienes juegan contra Paraguay no son los mismos que llegaron a Argentina. Han crecido. Se crecieron. Y nos mostraron cómo hacerlo a quienes los veíamos en las pulgadas de nuestros telerreceptores. En paralelo al esfuerzo en el campo, las plazas están llenas de gente como nunca antes. A ambos lados nos vino bien esta alegría común: seguir machacando en la falta de apoyo del público habría sido tan infértil como hacer lo mismo con la falta de triunfos. Ahora ambos lados están satisfechos. Los gigantes han desaparecido y Venezuela está allí, demostrando mucho más que buen fútbol. Están diagnosticándonos. Están fortaleciéndonos. Es posible. Lo sabemos. No ha hecho falta ni un solo gol para esta primera conquista.

2. Río vinotinto. Justo ahora, frente a Paraguay, somos más porque —literalmente, numéricamente— somos más. Las alegrías del juego contra Brasil, de la clasificación con un empate de vértigo contra los mismos guaraníes, la lección de humildad brindada a Chile… todo ha sumado y por eso somos más quienes, justo ahora, nos comemos las uñas sentados al borde de cinco penaltis. El apoyo que recibe la selección en esta Copa América es posible porque es recíproco. Todo aquel que sepa de fútbol sabe reconocerlo. El fanático es cruel y demandante. El hincha necesita las alegrías que le permitan acompañar a sus héroes del engramado en las circunstancias difíciles.

Y es que en el fútbol no reside la ceguera de la política. Quien se mueve detrás de una ideología que lo uniforma es todo lo contrario de quien siente en su selección —o en su club— una identificación posible. El fútbol ennoblece porque le permite al hincha criticar abiertamente y demandar la victoria. Y lo hace porque la necesita. En cambio, el borrego político es capaz de abrazarse a una esperanza hueca, repitiendo consignas y promesas en medio de la ineficacia o la miseria. Esa diferencia enorme a veces es descuidada en exceso, cuando aparecen chauvinistas exigiendo la obligatoriedad del afecto en el fútbol, como si se tratara de una doctrina. Pero eso no es necesario cuando hay fútbol. Y hoy hay fútbol. Las camisetas vinotinto que llenan las imágenes de las plazas públicas del país una noche de Copa América demuestran que quienes las portan están orgullosos de un desempeño noble, honrado, y no simplemente estoico.

En tiempos en los cuales algunos sectores del pensamiento insisten en decir que la competencia no es buena porque estimula factores perversos del hombre, el deporte les da una zancadilla. Podemos hacerlo bien, compitiendo y poniéndonos a la altura de los que más. Y, lo mejor, eso puede traducirse en un subidón colectivo de autoestima, en voluntad política efectiva, en uniones posibles. Eso sí: ahora hay que enterrar el mito de La Cenicienta con la conciencia de que a partir del 2011 somos —al menos sentimentalmente la prensa internacional lo muestra así— el segundo mejor equipo de la Copa América 2011.

Mientras más crezcamos deportivamente, menos excusas tendremos. Y eso es bueno.

3. Segundo tiempo (como si fuera imposible). Pocas cosas tan conmovedoras como la entrada de José Manuel Rey a la cancha en el segundo tiempo. Un héroe venido de otro tiempo, recuperando balones y enviándolos hacia adelante con una acertada ferocidad. Liderazgo. Garra. Empuje. Experiencia. El otrora Pokemón Rey se convierte en un muro infranqueable. Nos damos el lujo, con este cambio, de que Vizcarrondo sea el sobrero de la saga. Perozo lesionado. Y el otro momento épico: Arango, el capitán, herido en su tobillo izquierdo.

La salida en camilla fue un susto colectivo. Pero vuelve. Vuelve a la cancha cojeando, pero vuelve. Es Rey quien lo recibe con un grito —o soy yo quien lo imagina— y se pone en evidencia sobre los hombros de quiénes está el peso del ahora. La experiencia, los jugadores añejados. Todo empieza a tener un hermoso sentido: los balones de Rey a Arango y de Arango a Salomón Rondón no son triangulaciones, sino resúmenes de lo que hoy estamos contemplando. Avances verdaderos.

El juego siempre es alegórico. Todo lo que sucede en la cancha es un eco de lo humano, de lo verdadero. A nosotros —los de afuera, los del grito— nos toca la memoria: no dejar que se disuelva nuestro de-dónde-venimos ni el dónde-podemos-llegar. El otrora delantero del Mallorca que tuvo que sustituir al incomparable Samuel Eto’o haciéndole los centros al muchachito que en El Cairo hizo goles que creíamos imposibles. Eso aunado a que el apotegma de “las cosas pueden hacerse bien” no nos encandile es una de las más grandes lecciones de nuestra selección. Siempre yendo por más. Esta vez sin la suerte de nuestro lado.

Suerte, sí. Aunque Villar pase a finales como uno de los mejores porteros de la Copa América 2011, lo hace sin épica. Suerte guaraní, sí. En el intento de dejar entrar a Santacruz y con eso ponerle más experiencia a su once, el Tata —director técnico de Paraguay— pierde el cambio pues su héroe va herido de un muslo. Arango —el nuestro, nuestra humilde leyenda— juega cuarenta y cinco minutos y cojea los noventa y los ciento veinte. Es Héctor en Troya, peleando hasta el final y con los dioses en contra, mientras Aquiles no existe. O, mejor dicho, mientras Aquiles es un fantasma invisible capaz de mover los travesaños y robarnos los laureles.

A veces el lado contario no tiene sino eso: los dioses y la suerte. Así se han ganado guerras, repúblicas y copas. Ni siquiera en el fútbol hay garantía de justicia.

4. Volver a tierra. El fútbol es poderoso y ha sido capaz de poner en evidencia nuestras potencias, que van desde la ira mal llevada y criticable —algunas reacciones en contra de Hugo Sánchez o Daniel Faitelson fueron tan bajas o más que los excesos cometidos por ellos mismos— hasta la posibilidad de ver traducido en un aplauso la unión completa de una nación separada por tensiones políticas. Pero lo dicho: el fútbol es otra cosa. Y hay fútbol.

Esa selección que está todavía llorando los penales más injustos —no temo ser subjetivo— de esta edición de la Copa América ahora es garra y esperanza posible. Perdonen que me repita: el juego siempre es alegórico y todo lo que sucede en la cancha es un eco de lo humano, de lo verdadero. Se ha vuelto un hábito repetirnos que sólo el efecto vinotinto ha sido capaz de unir regiones que parecían irreconciliables. No hablo de bandos políticos. Hablo de la posibilidad de enorgullecerse más allá del paisaje. Hablo de ver el talento y el tricolor puestos a la misma altura. Hablo de vernos llegar, de a poco, a un nivel de presencia deportiva que puede convertirse en nuestra nueva imagen exterior, muy superior a muchos otros íconos con los cuales se asocia nuestro gentilicio.

Así como como las selecciones latinoamericanas mundialistas tienen su propia personalidad, la Selección Nacional de Venezuela puede aprender de lo arduo del camino recorrido y convertirse en un referente de humildad y avance, de futuros posibles, de cambios que sólo pueden darse en el tiempo y después de sopesar errores que den lugar a los aciertos.

Volver a la realidad no es olvidar. Hay que inventariar lo aprendido. Sólo sabremos de verdad que algo ganamos, que algo debemos estar ganando, si no permitimos que la desmemoria nos aparte de la suma de estos muchachos a quienes tenemos que agradecerles tantos goles como virtudes han subrayado en nosotros. Que la política y las urgencias no mermen estas lecciones, como si sólo se tratara de fútbol y no de entereza y esperanza. Ya no somos el niño que soñaba con anotar un gol con su selección. Eso ya lo logramos. Ahora somos el que sueña un país que progresa, que crece parejo y junto a él. Somos más. Somos nosotros. Somos los mismos.

Gloria al bravo once.

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