lunes, 4 de julio de 2011

ODIO, COMPASIÓN Y POLÍTICA

Enrique Ochoa Antich

La principal victoria de ese modo peculiar –militar, fascista, comunistoide– de entender la política que es el chavismo, la principal y la más íntima de todas, consiste en convertirnos a quienes lo adversamos desde el campo de la democracia en sus iguales, en rebajarnos al odio y la intolerancia, ésos que combatimos como forma de gobierno. La enfermedad de Hugo Chávez es ocasión propicia para subrayar este peligro.

Los totalitarismos fascistas y comunistas, en su delirante creencia de haber aprehendido la esencia misma de la realidad toda, y por tanto autoconvencidos de encarnar la única verdad verdadera, otorgan a sus adversarios la inapelable condición de enemigos.

Enemigos de clase, enemigos de la patria: burgueses, pequeño-burgueses, judíos, etc. A ellos se les declara un "justificable" odio histórico: si yo y sólo yo soy la Historia, el Pueblo, la Patria, la promesa de un porvenir sin clases, sin pobres, sin injusticias, sin exclusiones, ¿cómo no odiar a quien es culpable de todas nuestras miserias pasadas y, además, osa interponerse entre nosotros y ese futuro esplendoroso que nos espera?

Odio a la oligarquía, odio a los escuálidos (chavismo dixit), odio a todo aquello que en la Venezuela del "socialismo" de siglo XXI tenga el más remoto rasgo de puntofijismo.

Ocurre entonces que del otro lado algunos reaccionan con un odio igual pero al revés. Reflejo especular de la intolerancia chavista, algún extremismo opositor parece celebrar la enfermedad del tirano, sin ser capaces de separar al ser humano que combate con la muerte del político, del hombre público cuya acción ha destruido al país.

Son los mismos –poquísimos, por fortuna– que creen que luego de cancelado el fenómeno chavista ha de imponerse una razzia contra todo aquél que se proclame partidario del fallido proyecto.

Algún psiquiatra durante los juicios de Nüremberg, observando y escuchando a los antiguos jefes nazis, definió a la maldad lapidariamente: es la carencia de compasión.

Formo parte de quienes –mayoría clamorosa del noble y heroico pueblo opositor– se niegan a concederle al chavismo ese último trofeo: el de convertirnos en algo semejante a lo que él pregona.

Así que desde esta columna lamentamos la enfermedad del Presidente y añoramos por su plena recuperación. Que no sea vencido por la muerte. Que sean los votos de un pueblo libre y soberano los que lo saquen del poder. Que nunca más el rencor, el odio y la intolerancia se adueñen del alma de la patria.



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