domingo, 10 de julio de 2011

MIRÁNDOSE EL OMBLIGO
Por Héctor Abad Faciolince | 6 de Julio, 2011

Cuando uno va todos los días al mismo café, o

al mismo bar, es grato que al llegar el mesero

nos diga, más que preguntarnos, “¿Lo de siempre?”

y sin tener que decir de qué se trata, en la barra

aparezca el tinto, el capuchino, el ron o el aguardiente,

aquello que nos gusta para saludar el día o despedir la

noche. Y quizá que nos entregue, además, una copia

de nuestro periódico favorito. Que el tipo sepa lo que

nos gusta no es molesto; no lo sentimos como una

intromisión en nuestra vida privada, sino más bien como

una deferencia.

Otra cosa es que Google, Yahoo News y Facebook

sepan lo que nos gusta y nos ofrezcan cada día, como

un camarero fiel a nuestra mente rutinaria, “lo de siempre”.

Si bien este buscador, esta cadena de noticias y esta red

social no son personas, sino algoritmos en una máquina,

esas máquinas han sido programadas por personas y por

empresas que están interesadas en darnos algo (pues si

no, no las usaríamos), pero también en recibir algo de

nosotros: información sobre lo que nos gusta, e, indirectamente,

sobre lo que somos.

Según Eli Pariser, autor de The Filter Bubble, en ese espacio

democrático y aparentemente muy abierto de la red, están

apareciendo unas especies de burbujas (generadas por

nuestros propios clics y por la memoria de los sitios que

más usamos) que pueden producir, poco a poco, una

especie de “lobotomía global”, de mentes encerradas

en la repetición neurótica de sus mismas rutinas. Los

resultados de nuestras búsquedas están prefabricados

para nosotros mismos. Si uno viaja mucho y entra con

frecuencia en páginas de agencias de viajes, cuando hace

una búsqueda de “Grecia” no le saldrán las protestas que

hay en ese país, sino planes de excursiones por las islas

griegas. Una burbuja filtrada, diseñada específicamente según

nuestro historial de búsquedas.

Esta información “personalizada”, que

aparentemente nos ayuda a seguir con

fidelidad nuestros intereses, lo que genera,

a la larga, es una limitación de la libertad. Según

Yonchai Benkler, citado por Pariser: “tenemos la

ilusión de ser los dueños de nuestro destino, cuando

la personalización puede producir una especie de

determinismo de la información, en la cual los clics de

nuestro pasado determinan lo que veremos en el futuro (…),

una especie de

círculo vicioso”. No estamos viendo todo el abanico de

opciones, sino unas pocas, para decidir lo que queremos

leer y la información que queremos recibir.

Soy un novato de Twitter y algo parecido he empezado a notar

allí. La gente tiende a seguir y a ser seguida sólo por sus “similares”.

El mismo Twitter te sugiere que sigas a “similares a ti”: por profesión,

ideología, tipo de seguidores. Si alguien se fija a quiénes sigue el

expresidente Uribe, por ejemplo, verá que prácticamente sigue

solamente a los “similares a él”, ideológicamente, incluyendo

a varios que son mucho más papistas que el Papa. Por mecanismos

así es que Pariser señala el peligro de que nos quedemos “aislados

en una red de uno solo”. En vez de estar abiertos a un mundo

de estímulos distintos, la red personalizada nos puede

convertir en egocéntricos que se embelesan en la contemplación

permanente del propio ombligo. Porque no sólo están

personalizados nuestros patrones de consumo, sino también

nuestros patrones ideológicos y de pensamiento.

Es grave que vivamos en la pura retroalimentación del ego,

en una burbuja de mutuos elogios. Tener enemigos, contrincantes

ideológicos, es, en realidad, una bendición. Son los antagonistas

los que te dicen, con toda la brutalidad del caso, cuándo la

estás embarrando, y así nuestros enemigos son nuestros mayores

aliados involuntarios: es a ellos a quienes les debemos la

imagen más precisa de nuestras deformaciones y defectos.

Si nos limitamos a leer y a seguir a nuestros similares, y a

repetir (por cuenta de algoritmos de la red) nuestros patrones

ideológicos de lectura, caeremos en un grave empobrecimiento

como ciudadanos críticos y pensantes.


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