Eduardo Fernandez
Caracas, 9 de agosto de 2013
Apreciado Amigo Gustavo Coronel
Te escribo unas líneas porque creo en el diálogo. Y aunque con frecuencia no coincido con tus opiniones, admiro el coraje y la convicción con que las expresas.
Quisiera decirte que no me siento ni “súper-civilizado” ni mucho menos “en olor de santidad”, pero sí creo con profunda convicción que la paz es mejor que la guerra y que el diálogo es mejor que la confrontación. Y en esta posición tan elemental y tan sencilla me siento muy cerca del Papa Francisco.
El diálogo por cierto, para ser auténtico, tiene que estar fundado en la verdad y en la justicia. Jamás he propuesto nada que se parezca a esconder la verdad acerca de los graves errores y de los crímenes que se han cometido en este país en los últimos años. Y jamás he propuesto un diálogo que signifique una política de perdón indiscriminado. Pero sí me interesa más tratar de resolver esta terrible situación que cobrar por daños pasados que ya no tienen remedio.
Siempre he creído y sigo creyendo que la Paz y el diálogo son mejores que la guerra y la confrontación, no sólo por razones de principios y de mi formación y por la modesta experiencia acumulada en muchos años de actividad política, sino por razones prácticas: creo que a través del diálogo y del encuentro, como aconseja Su Santidad, se logran más eficientemente los objetivos que queremos alcanzar.
La breve experiencia democrática que hubo en Venezuela entre 1.945 y 1.948 fracasó tan rápido porque no hubo diálogo. En cambio, la experiencia democrática que se inició en 1.958 duró cuarenta años, porque sí hubo diálogo. Esto intenté explicárselo al Presidente Chávez en la oportunidad en la que converse con él, y lamentablemente no pude convencerlo. La cultura del diálogo ha estado ausente de la política de quienes asumieron el poder a partir de 1.999. ¡Qué lástima! Era una gran oportunidad para que Venezuela aprovechara la inmensa riqueza petrolera para construir un país moderno como tú y yo lo soñamos.
Quiero decirte Gustavo, que yo tengo mi conciencia muy tranquila, aunque mi corazón muy angustiado, por todo lo que estamos sufriendo y por todo lo que vamos a sufrir, si los venezolanos no somos capaces de entender que la paz es mejor que la guerra y que el diálogo es mejor que la confrontación.
Tengo la conciencia tranquila porque siento que, en cada momento que creí que estábamos tomando un camino equivocado. Cumplí con mi deber de alertar a los venezolanos. Por ejemplo, yo hice todo lo posible por convencer a mis compatriotas de lo inconveniente que resultaba repetir en la Presidencia de la República a Carlos Andrés Pérez y a Rafael Caldera. Esas segundas presidencias impidieron los cambios que las circunstancias requerían.
Yo me opuse, con riesgo de mi vida, al intento de golpe de estado del 4 de febrero de 1.992. Fui el primer venezolano que apareció ante la opinión pública condenando en términos enfáticos, categóricos e inequívocos aquel atentado contra la Constitución. Hasta allí duró mi vigencia política. La opinión pública premió a quienes conspiraron contra la Constitución y a sus cómplices y en cambio castigó severamente a quienes nos opusimos a la violencia y aconsejamos que en una democracia los problemas debían resolverse con votos y no con balas. Con diálogo y no con violencia. Ha sido mi prédica siempre.
Tengo mi conciencia tranquila, Gustavo, porque yo me opuse a la elección de Hugo Chávez en 1.998 y le rogué a mi partido que no cometiera el disparate de estar proponiendo para la presidencia a figuras muy queridas, pero que el país no percibía como presidenciales.
Tengo la conciencia tranquila porque me opuse con todas mis fuerzas a la convocatoria de una Asamblea Constituyente en 1.999, que lo único que buscaba era asegurar el poder absoluto en las manos de un Presidente con antecedentes golpistas. Recuerdo que entonces advertí que aquella convocatoria era inconstitucional, innecesaria, inconveniente, imprudente e inoportuna. Creo que tuve toda la razón. Distinguidos venezolanos que ahora merecen tu reconocimiento, como Jorge Olavarría, ayudaron a que se cometiera ese error gravísimo del cual se derivaron todos los demás.
Tengo mi conciencia tranquila Gustavo porque nunca voté por ningún candidato del oficialismo, ni siquiera en aquella elección en que se presentaron como candidatos los dos jefes más importantes del golpe del 4 de febrero. Chávez y Arias Cárdenas. En esa oportunidad, por primera y única vez en mi vida, preferí abstenerme. Consideré inaceptable para mi conciencia tener que escoger entre dos golpistas, uno supuestamente bueno y otro malo.
Tengo mi conciencia tranquila porque en enero del año 2.003, en medio de una situación extremadamente conflictiva que estaba despedazando al país, acepté una invitación del Presidente de la República para dialogar y no fui a decirle frases amables, sino a proponer fórmulas que podrían haber contribuido a resolver el conflicto. En esa reunión estuvieron testigos tan calificados como Monseñor Baltazar Porras, para entonces Presidente de la Conferencia Episcopal venezolana, Monseñor Ovidio Pérez Morales, importante figura del clero, y dirigentes políticos como Teodoro Petkoff e Hiram Gaviria.
Tengo mi conciencia tranquila Gustavo, porque cuando el disparate del 11 de abril fui a Miraflores y tuve oportunidad de decirle, a todo el que quería oír, empezando por el propio Carmona, que el decreto que se iba a presentar era una locura absoluta y que el país iba a rechazar, como en efecto lo hizo, esa aventura revanchista.
Tengo mi conciencia tranquila porque en los pocos medios de comunicación social a los que tengo acceso, siempre he cuestionado, sin estridencias pero con profunda convicción, los errores políticos, económicos, sociales, culturales y éticos que son imputables al actual gobierno. También he criticado, con la discreción que imponen las circunstancias, los errores en que a mi juicio ha incurrido e incurre la oposición.
Tengo la conciencia tranquila porque en la coyuntura electoral del año 2.012 asomé mi nombre para dirigir a la alternativa democrática, convencido de que al país le convenía una candidatura de amplitud, de diálogo y de entendimiento y tuve el buen juicio de hacerme a un lado cuando advertí que el sentimiento prevaleciente iba en otra dirección.
Tengo mi conciencia tranquila porque durante todos estos años, he logrado mantener vivo un Centro de Políticas Públicas llamado IFEDEC en donde intentamos, con limitadísimos recursos, contribuir a la formación de nuevos líderes, que sean mejores que nosotros y que puedan prepararse para servirle a Venezuela en un futuro próximo de convivencia democrática. En IFEDEC procuramos enseñar política, economía y ética que tanta falta hacen en la Venezuela actual.
Tengo mi conciencia tranquila porque cuando estuve en las alturas del poder o en la arena de la lucha, procuré servir siempre con integridad y sin violencia.
Y porque siempre he creído que la Paz es mejor que la guerra y que el diálogo es mejor que la confrontación.
Recibe un cordial saludo de tu admirador y amigo.
Eduardo Fernández
@EfernandezVE
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