Jorge Edwards
La Segunda
Noto que asoma un germen de debate constitucional en la vida política chilena y, teniendo en cuenta matices y derivaciones, no me parece mal. Al fin y al cabo, criticamos la falta de ideas, la visión corta, la ausencia de proyectos de nuestros políticos en acción, y ahora resulta que se esboza, en vísperas electorales, muchas veces con simplismo, un tema de fondo. No creo que lo debamos eludir, sacarle la vuelta, para decir las cosas con palabras criollas. Es la posibilidad de una revisión radical de nuestro sistema, con proyecciones que son válidas para todo el mundo hispánico; de una salida de la rutina en los debates actuales. Eliminar los lugares comunes habituales, evitar las ideas rutinarias, no masticadas, no bien analizadas, sería un progreso evidente, un cambio de atmósfera.
Dicen por ahí que seguimos gobernados por la Constitución de Pinochet, y esto es uno de los lugares comunes más pegajosos de nuestra convivencia. Ahora que empiezo a preparar mi retiro definitivo de la diplomacia, me propongo estudiar esa Constitución, contra la que voté en 1980, artículo por artículo. Y me propongo analizar las reformas constitucionales de comienzos de este siglo y ver hasta dónde llegaron. ¿Es mejor una Constitución nueva, flamante, que un instrumento viejo reformado, parchado? Muchos creen que la respuesta es fácil, pero es mucho menos fácil de lo que parece. Las constituciones no son como los automóviles, ni siquiera como las casas, a pesar de que tienen un carácter de refugio, de hogar mental y jurídico. ¿Hay que partir de cero a cada rato, hay que refundar de cuando en cuando, hay que cambiar de domicilio? Vicente Huidobro creyó que había refundado la poesía universal con su teoría del creacionismo, pero se equivocó medio a medio. Ahora bien, equivocarse con una teoría poética no es tan gravecomo equivocarse con una doctrina constitucional. En esta última materia es obligatorio andar con pies de plomo.
En mis años juveniles, creo que la pasión literaria me impidió hacer estudios constitucionales más serios. Entré bastante en los temas, leí a Montesquieu, a Rousseau, a unos cuantos ingleses, sin omitir manuales de don Gabriel Amunátegui, ensayos de Mario Góngora y de Alberto Edwards, recuerdos de José Victorino Lastarria, textos de José Vasconcelos y de Octavio Paz, que no eran del todo ajenos al asunto, pero pienso desde hace rato que no fue suficiente. Cuando llegué a la escuela de asuntos públicos e internacionales de la Universidad de Princeton, en los Estados Unidos, becado para hacer estudios de postgrado, le dije a uno de mis profesores que tenía el propósito de hacer lecturas literarias. Lea a los padres fundadores, a los Founding Fathers, me contestó el profesor Stein, porque todo eso es literatura en estado puro.
Ahora estoy convencido de que el profesor Stein, director de la cátedra de Instituciones americanas, tenía mucha razón. El jurista y después Presidente John Adams había demostrado en los hechos que las constituciones sólidas sirven para proteger a las mayorías y también, y quizá sobre todo, a las minorías. Hubo un incidente grave, enMassachusetts , hacia fines del siglo XVIII: una turba enardecida, partidaria de la independencia, atacó a un pequeño grupo de soldados ingleses, quienes tuvieron que recurrir a sus armas de fuego para salvar la vida. El incidente causó la muerte de tres o cuatro personas y Adams , contra la corriente, defendió en el proceso a los ingleses y obtuvo su absolución. Los soldados estaban defendidos por el derecho de la época, usaron sus armas en defensa propia, y Adams, discutido y criticado en un primer momento, fue comprendido y apoyado al final.
Es una lección simple, pero convendría mucho que la tengamos en cuenta. Una Constitución no se hace para apoyar a un solo lado de la sociedad. Es un instrumento jurídico de convivencia, de entendimiento mutuo, de acuerdo de las grandes mayorías y de garantía, llegado el caso, para las minorías. ¿Se puede suprimir una Constitución con una mayoría que es por definición transitoria? La legitimidad de origen puede provocar dudas, pero una mayoría ocasional promueve otra situación ilegítima. Pensemos un poco. ¿Qué sucedería si cada mayoría electoral dictara una Constitución nueva? ¿Dónde quedaría la antigua y justamente famosa estabilidad chilena, la de nuestro Estado de derecho, la de nuestra república en forma? Para conocer estas cosas hay que detenerse, y hay que tomar un tiempo para estudiar estos delicados asuntos, sin perder el tiempo ni reventarse los pulmones. Lo demás es facilismo y es simplismo. Chile fue una república interesante, un país maduro, que se distinguió en el conjunto regional, y ahora tiene que levantarse de su siesta y recuperar esta condición. Si la votación binominal es tan nefasta como dicen por ahí, habría que derogarla, pero reconozco que todavía no alcanzo a entender el problema plenamente. Y creo que el voto para los chilenos en el extranjero hay que consagrarlo ya, sin mayores trámites. En mi calidad de chileno en el exterior, me siento con derecho a votar.
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