Paso a paso hacia la derrota final del kirchnerismo
Por CARLOS MALAMUD
(Especial Infolatam).- El pasado domingo 11 de agosto se celebraron en Argentina las PASO (elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias) de cara a los comicios legislativos nacionales del 27 de octubre próximo. Si bien, teóricamente, lo único que había en juego era la selección de los candidatos, en la práctica las cosas iban por carriles muy diferentes, toda vez que la mayoría de los aparatos partidarios ya habían escogido a sus representantes. Al mismo tiempo, ésta fue la primera vez que pudieron votar los mayores de 16 años, una reivindicación en la que el oficialismo había puesto demasiadas expectativas para revalidar sus opciones de triunfo, aunque los resultados electorales no se vieron sustancialmente afectados por este hecho.
El domingo 11 eran mucho lo que había en juego, si bien en términos reales no iba a cambiar nada más allá de lo simbólico, algo que en política importa mucho, y todavía mucho más en el “relato” populista construido por el actual gobierno. En primer lugar, las malas expectativas iniciales, especialmente en la decisiva provincia de Buenos Aires, llevaron a Cristina Fernández a “nacionalizar” la elección, pese a su matriz eminentemente provincial. Dada la escasa entidad de muchos de sus candidatos, buena parte producto de su decisión indiscutible, ella situó su rostro en el sitio más grande y visible de los carteles electorales. Y, tras los resultados de las internas, ella será quien recoja toda la amargura del rechazo popular.
Para algunos, como La Nación, fue la más espectacular derrota del kirchnerismo en los más de 10 años que lleva en el poder. Para otros, como el oficialista Página 12, ahora se trata únicamente de mirar hacia octubre, aparentemente reconfortados por la desunión de la oposición y por el hecho determinante, desde su punto de vista, de que el Frente para la Victoria (FPV), la marca oficialista, fue la que recibió el mayor número de votos en todo el país. Algo normal si se tiene en cuenta que fue la única fuerza que presentó candidatos en todas las circunscripciones, pero que no garantizan una reválida de los resultados ni en octubre de 2013 ni, menos aún, en octubre de 2015.
En segundo lugar estaban en juego las escasas opciones que a esta altura de su segundo gobierno le quedaban a Fernández para aspirar a una nueva reelección, tras la oportuna reforma constitucional. Como reconoció un destacado militante de Carta Abierta, uno de los principales referentes intelectuales del kirchnerismo, esta posibilidad ya es cosa del pasado. También lo ha admitido así Horacio Verbitsky, uno de los periodistas de “cámara” de la señora presidente, para quien el protagonismo presidencial se mantiene intacto, al punto que “ella” seguirá siendo la gran electora en 2015. Ahora bien lo que subyace en este análisis es el reconocimiento más claro de que las opciones de Fernández para ser la cabeza de cartel presidencial han pasado definitivamente a la historia.
En tercer lugar estaba en juego el destino de la provincia de Buenos Aires, el más importante distrito electoral argentino, por el número de electores allí presentes. También, porque allí se ponía en juego el futuro de un nuevo y prometedor liderazgo peronista, alternativo al kirchnerismo, el de Sergio Massa, intendente (alcalde) de Tigre, un municipio de la provincia. Massa revalidó con su triunfo buena parte de las expectativas puestas en él y se convirtió en uno de los más serios candidatos presidenciales para dentro de dos años.
Y si bien el gobernador Daniel Scioli mantuvo su lealtad a prueba de los mayores desplantes con la presidente, y fue el que hizo posible una derrota digna del oficialismo, su futuro político es más incierto que nunca. De hecho, él también fue derrotado junto a la señora.
Si bien la mayor parte de los analistas pronostican una lucha enconada entre dos facciones peronistas (el kirchnerismo versus los antikirchneristas), no se puede descalificar a priori cualquier otro resultado, ya que, como recordó Carlos Pagni, las elecciones presidenciales en Argentina se celebran a doble vuelta y no habría que minusvalorar la conformación de un bloque de centro izquierda impulsado por radicales, socialistas y otras fuerzas progresistas.
De todos modos, y sin duda alguna, ésta ha sido una dura derrota para Cristina Fernández, que habrá que confirmar en las legislativas de octubre. Si el resultado se mantiene, o se agravan las malas noticias para el kirchenrismo, estaremos al comienzo del fin de su reinado político. A diferencia de Venezuela dónde la pregunta de si habrá chavismo sin Chávez puede tener sentido, en Argentina es una cuestión imposible. Fuera del poder no hay futuro para el kirchnerismo, más allá de los ensueños voluntaristas de La Cámpora y otros grupos semejantes que hoy apoyan el rumbo del gobierno kirchnerista.
Es verdad que de aquí a octubre las cosas pueden cambiar, que el oficialismo puede reconquistar parte de sus feudos perdidos y el favor popular, pero salvo un vuelco radical, bastante impensable, no hay dudas de que el final de la última experiencia populista en Argentina está cerca. Se comenzará a ver en los próximos meses y semanas con el goteo de deserciones que tengan lugar dentro del peronismo, que irán vaciando al kirchnerismo de sus principales apoyos y de cuadros y dirigentes de todos los niveles, comenzando por algún que otro gobernador. Todo esto terminará convirtiendo a la presidente, más allá de sus odios y temores, en un pato cojo y a su movimiento en una reliquia de tiempos pretéritos.
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