Plinio Apuleyo Mendoza
Ajenos a los cantos de sirena, los colombianos en su inmensa mayoría vislumbramos con estupor y algo de zozobra lo que pueda ocurrir en tan solo unos meses. Me refiero, por supuesto, a las elecciones presidenciales y al proceso de paz. Nada está claro.
Sí, es muy probable que el presidente Santos asuma la aventura de su reelección. Tiene a su favor el poder con todas sus mermeladas y la ausencia de un contrincante definido y fuerte. Además, esgrime a su favor realizaciones logradas en sus tres años de gobierno, muy bien envueltas en alardes publicitarios, a veces tan exagerados como hablar de que está en camino de lograr para el país una segunda independencia.
Pero, y es un pero muy grande, todos estos fuegos mediáticos se apagan para el ciudadano corriente cuando este descubre que promesas lanzadas en temas tan vitales como la salud, la justicia, las pensiones o la seguridad no se han cumplido. Todo lo contrario: la corrupción sigue boyante y las manos de las Farc paralizan carreteras y desatan toda clase de paros y protestas.
Esta última realidad explica por qué en las encuestas el 60 por ciento de los colombianos (dos de cada tres) no apoya la reelección de Santos. ¿Por quién entonces votarían cuantos quieren el cambio? Tampoco está claro.
A primera vista, la gran fuerza opositora del gobierno es el uribismo. Tiene a su favor la alta popularidad de Uribe. Pero –y aquí también hay otro gran pero–, esta corriente carece de la herramienta vital de un partido (el Centro Democrático no lo es aún) y, por lo pronto, de un candidato ya definido.
Además, por valiosos que sean los precandidatos uribistas, su puntuación en las encuestas es modesta, pues la popularidad de Uribe no es fácilmente endosable. Pacho Santos, el mejor ubicado en ellas, tan sólo alcanza un 31 por ciento; los demás, Óscar Iván Zuluaga, Luis Alfredo Ramos y Carlos Holmes Trujillo, oscilan entre el 24 y el 21. De ellos, el escogido en marzo en una consulta popular solo dispondría de mes y medio para que sus sondeos de popularidad, hoy insuficientes, se conviertan en carta de triunfo. No nos engañemos, sus giras como precandidatos tendrán escaso cubrimiento mediático. Y en Colombia, no lo olvidemos, lo que no se divulgue en prensa, televisión o radio pasa desapercibido.
Si por estas razones el candidato uribista no pasa a la segunda vuelta, esta última opción bien podría quedar en manos de una tercería, integrada por la izquierda con el eficiente apoyo de las Farc y de su Marcha Patriótica.
Pero la más inquietante incógnita del próximo año es el proceso de paz. La inmensa mayoría de los colombianos se opone a que queden sin castigo los delitos de lesa humanidad. Pero las Farc no van a reconocer responsabilidad alguna en este punto. Siguiendo los pasos de la manera como cesaron los conflictos armados en Guatemala, El Salvador y varios países africanos, van a considerar como un inamovible cesar la lucha armada sin tener que afrontar sanciones penales. Y, si ello no se admite, nos exponemos a que se prolongue indefinidamente el terror que hemos vivido desde hace cincuenta años. Desde luego, son inadmisibles otras exigencias de las Farc expuestas en La Habana por Iván Márquez, encaminadas a modificar el Estado a su antojo y obtener un reparto del poder que les permita incluso control sobre medios de comunicación.
Entonces, ¿qué va a ocurrir? No lo sabemos. Tampoco es claro el camino que vaya a seguir el país tras las elecciones de mayo. ¿Santos reelecto? ¿Pacho presidente? ¿O cualquiera de los otros aspirantes: Luis Alfredo Ramos, Óscar Iván Zuluaga, Carlos Holmes Trujillo, Marta Lucía Ramírez, Lafaurie, Navarro Wolff, Clara López, Peñalosa o Sergio Fajardo?
Cualquier cosa puede ocurrir. Ahí está la zozobra.
Plinio Apuleyo Mendoza
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