Ramón Guillermo Aveledo
Quien vio la película de Florian Henckel "La vida de los otros", Oscar 2006, sobre el uso de la policía omnipresente para intereses privados de los jerarcas del régimen, tal vez no sabía que lo viviría.
Mucho se ha dicho de las palabrotas de borrachito alzado de un diputado oficialista en su discurso parlamentario. Esa vergüenza no es revolucionaria. El hemiciclo fue escenario de grandes parlamentarios de izquierda. Caudaloso Domingo Alberto, elocuentes Teodoro, Freddy o Pompeyo, divertido Moleiro, combativo Ortega Díaz, culto Mujica y la dialéctica de los viejos comunistas, dura en Eduardo y razonada en Gustavo y Farías. Lo que presenciamos carece de parentesco con esa historia. Evoca el malandraje y, ¡oh ironía!, su apellido es de Manual de Urbanidad.
Pero si un hecho grave se hizo evidente en la tristemente recordada sesión de la Asamblea, es la privatización de la seguridad del Estado para uso partidista. Los diputados del Psuv usaron material, real o forjado, presuntamente hallado por la Dirección de Inteligencia Militar en el allanamiento a la casa de un dirigente de nuestros comandos de campaña el 7 de agosto. El 13 fue el escandaloso debate parlamentario y el 16 la denuncia del allanado ante la Fiscalía, por parte del mismo diputado que mostró en la Cámara lo "incautado".
El libreto es del Minint cubano, mentor de nuestros espías, especialista en asesinato de reputaciones. El repertorio incluye rumores, documentos falsificados, agentes infiltrados entre opositores para cometer alguna acción que facilite encausarlos o desprestigiarlos, como puede leerse en el libro El otro paredón. El abuelo teórico de la apropiación partidista de la policía venezolana y sus métodos es la tenebrosa Stasi, ministerio de seguridad interior de la extinta RDA.
En 1982, al condecorar a Erich Mielke, arquitecto y director de aquella sofisticada máquina de vigilancia, persecución y muerte, Ramiro Valdés recordó "con inmensa gratitud la ayuda brindada por usted en los primeros años de fundada nuestra institución".
La Stasi era "el escudo y la espada" del partido, así lo proclamaba orgullosamente su insignia. El partido es el Psua, Partido Socialista Unido de Alemania. Curiosa coincidencia. ¿Por qué el Psuv, dos décadas después de la caída del Muro, asume ese nombre infame? La realidad, esa terca rebelde, va dando la respuesta. El incauto que crea que tal abuso será "solo contra los políticos", delira.
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