Milagros Socorro
Cuando creíamos haber oído todas las excusas para amanecer en cama distinta a la de la esposa, viene Nicolás Maduro con que él va por las noches al Museo Militar y se queda a dormir ahí, junto a los restos de Chávez. Esperemos que no se ponga de moda esta extravagante coartada y la den los (y las) embusteros en jurar que han pernoctado en la Capilla del general Crespo.
De esta fábula, la segunda mayor agraviada es Cilia Flores, abandonada por un marido que a las pocas semanas de la boda descuida el tálamo “bastantes veces”, a decir del fugitivo, en favor del lugar donde sale el espanto. No es, por cierto, muy considerado con la desposada. Pero el mayor agraviado es el país, obligado una vez más a tolerar las ridículas ocurrencias de un gobernante cuya idea de sus conciudadanos es la de una peña de supersticiosos que no esperan sensatez, soluciones, examen serio de los graves problemas que enfrenta la Nación y su análisis en el seno de las instituciones correspondientes, sino cuentos de aparecidos.
Es comprensible que la primera reacción ante esta sandez sean las risas y el choteo. Pero el análisis nos confirma que la necedad encubre -mal- el desprecio de Maduro (prenda de la herencia que lo puso en el poder) por un país abrumado por contrariedades que podrían aliviarse, cuando no resolverse, con un poco de voluntad política y de diligencia. En lugar de eso, lo que se le arroja son estos saldos de nigromancia, prueba, insisto, de la falta de respeto a un pueblo que no merece semejante degradación.
En la misma actitud de recochineo, Maduro ha dicho que “pedirá poderes especiales a la Asamblea Nacional para reformar leyes que permitan combatir la corrupción”; y no contento con eso, confía declarar un estado de emergencia nacional.
¿Acaso la corrupción campea por falta de leyes? ¿Carecen, la Constitución, a los reglamentos y las normas, de instrumentos para evitar y castigar el asalto a los haberes de la república? Por supuesto que no. Y, sin embargo, este gobierno, secuela del régimen instaurado por el golpista del 92, ha hecho un auténtico saqueo de los dineros públicos. Todo esto a la vista del país, que ha sido testigo del enriquecimiento de funcionarios y chavoburgueses cuyas inmensas fortunas, privilegios y dispendios son conocidos o están siendo aireados, sobre todo por la prensa extranjera, que tiene en estos nuevos emires un blanco de interés y curiosidad.
Para asombro de Venezuela, cuando Maduro habla de corrupción no se refiere a quienes han tenido acceso a los recursos de la república y han hecho un uso espurio de ellos, ¡sino a quienes no han tenido cargos públicos ni administrado presupuestos del Estado!
La prensa nacional y extranjera habla abiertamente de un gobierno bolivariano dividido en carteles (uno de los cuales encabezaría el propio Maduro; y otro, la desdeñada recién casada, para no abundar en las mafias que, es comidilla generalizada, responden a Rafael Ramírez, Diosdado Cabello y otros capitostes de la revolución). Pero el blanco de Maduro es la “putrefacción total desde el punto de vista humano, espiritual, ético, de quienes dirigen la derecha venezolana”. Las bandas de enanos morales de las que está rodeado y con las que a veces también pasa la noche no están en su radar de detección de la corrupción. Según la citada alocución de Maduro, el latrocinio del régimen no es corrupción, las trazas de los lujos de la familia de Chávez no es evidencia de trajín con fondos públicos; los miles de millones que han sido desviados de las inversiones en el territorio nacional para engordar las cuentas de los cómplices cubanos, nicaragüenses y bolivianos, eso no es corrupción; los aviones privados de los presidentes de la Asamblea Nacional, no son productos del asalto al erario; las cuentas de ex ministros, generales y gerentes de empresas estatales en paraísos fiscales, esas no dan certidumbre del desfalco sistemático al que este gobierno de 15 ominosos años ha sometido a Venezuela.
Para Maduro y sus cómplices (como antes lo fue para el galáctico difunto), corrupción no son sus crímenes sino es la suma de acciones que terminarán por empujarlos a la cuneta de la historia, un destino que está jurado.
Las leyes contra la corrupción que pide Maduro serán para la represión, la persecución y el avasallamiento a las fuerzas democráticas. Serán, como él, leyes grandotas, pesadas y vacías. Inútiles.
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