SIRIA Y LA LEY DE ANTÍGONA
Emilio Nouel
El filósofo André Glucksman, quien fuera militante maoísta en los tiempos del Mayo francés del 68, después de abandonar las ideologías totalitarias con las que simpatizaba, hace pocos años escribió: “No se me puede seguir prohibiendo la entrada a la casa de mi vecino si éste está matando a sus hijos con un hacha (…) Cuando un régimen somete a su población al suplicio, las sociedades felices tienen el derecho a intervenir”.
Esta justificación moral para la injerencia en un país en el que su gobierno está perpetrando horrendas masacres, prácticas genocidas y todo tipo de desmanes contra su propia población, se ha topado con los defensores a ultranza del principio soberanista, muy caro al derecho internacional tradicional.
Así como en su momento la limpieza étnica que el régimen del serbio Milosevic llevó a cabo contra los kosovares, encontró quienes enarbolaran el sacrosanto principio de la soberanía externa, como coartada para impedir cualquier acción correctiva de la comunidad internacional, hoy vemos también a algunos blandir el mismo expediente para obstaculizar una iniciativa colectiva en el marco de las Naciones Unidas, frente a la matanza de alrededor 100 mil sirios que ha provocado la mafia de Bashar Al Assad por casi 2 años, y la cual ha alcanzado su máxima expresión en la utilización reciente de armas químicas (1.429 muertos, 426 niños entre ellos).
Obviamente, el principio soberanista esgrimido en el caso sirio, constituye sólo una fachada detrás de la cual se esconden los verdaderos intereses geopolíticos y económicos de actores internacionales que están detrás de la dictadura corrupta siria. El realismo pérfido, como siempre, en acción.
Rusia y China, negados a un acuerdo en el seno del Consejo de Seguridad que busque frenar la matanza, están simplemente defendiendo posiciones frente a los que son sus adversarios en el ámbito internacional. La carnicería al interior de Siria, no los conmueve, miran hacia otro lado, no consideran importante tomar medidas al respecto.
En una de las tragedias de Sófocles, Antígona, se plantea el conflicto entre la ley del Estado y la ley natural. Antígona optó por esta última al enterrar a su hermano según los ritos religiosos, a pesar de que el rey Creonte lo había prohibido. Antígona, llevada ante aquel, alega que las leyes de los hombres no pueden imponerse a la ley divina. Ella será condenada a muerte por defender un principio.
El principio de soberanía que impide la intervención frente a los desafueros que cometen los gobernantes es la ley del Estado, el derecho internacional, y el principio moral que obliga a intervenir en los casos de delitos masivos de lesa humanidad es la ”ley divina” por la que muere Antígona.
Lo que nos muestran hoy los medios, a través de diversos reportajes, sobre los horrores de la guerra civil siria, no nos puede dejar indiferentes.
¿Está justificado moralmente no hacer nada para parar tanto espanto?
En el caso que nos ocupa no sólo se trata de una violación reciente a normas sobre el uso de armas químicas. Son transgresiones a principios morales universales y normas internacionales que han tenido lugar por muchos meses, ante la mirada fría de quienes tienen el poder para poner coto a estos desafueros.
No se nos escapa lo complejo de la situación de lo que pudiera suceder no sólo en Siria sino en su entorno inmediato y las repercusiones en el planeta.
La reacción variopinta ante estos hechos bochornosos es una mezcla preocupante. Hay víctimas de la intimidación al lado de los simples cobardes. Están los que defienden intereses crematísticos y los que hacen cálculos políticos.
Pero están también los que sienten el deber moral de tomar decisiones más allá de los frías apreciaciones cuantitativas, las amenazas y los riesgos.
La reacción variopinta ante estos hechos bochornosos es una mezcla preocupante. Hay víctimas de la intimidación al lado de los simples cobardes. Están los que defienden intereses crematísticos y los que hacen cálculos políticos.
Pero están también los que sienten el deber moral de tomar decisiones más allá de los frías apreciaciones cuantitativas, las amenazas y los riesgos.
De allí que cualquier intervención tiene que ser bien sopesada.
Compartimos la idea de que hay que parar, como medida prioritaria, la matanza. Dolorosamente, eso costará más vidas, pero no pareciera haber otro camino a estas alturas del conflicto. Ojalá ese sufrimiento dure muy poco.
A partir de allí habrá que inducir un proceso de negociaciones, sobre el cual no estamos seguro adónde conducirá. Sólo esperamos que sea para bien de ese sufrido país y del mundo.
A partir de allí habrá que inducir un proceso de negociaciones, sobre el cual no estamos seguro adónde conducirá. Sólo esperamos que sea para bien de ese sufrido país y del mundo.
EMILIO NOUEL V.
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