jueves, 29 de agosto de 2013

Otra vez la guerra justa

         
    
Es un ejercicio escolástico. Pero no es inútil. El belicismo lo resuelve todo con la violencia de la guerra, de la misma forma que el antibelicismo se opone radicalmente a cualquier guerra. Ambas posiciones suelen ser peligrosas en política, por lo que no es ocioso contar con criterios para saber cuándo se puede hacer la guerra legítimamente, con la razón moral y legal a la vez.
Desde que terminó la guerra fría, cada una de las declaraciones de guerra que hemos conocido, especialmente aquellas en las que han participado los países europeos junto a Estados Unidos, han merecido el control de los criterios de legitimidad, que suelen resumirse en seis puntos: 1.- debe estar al servicio de una causa justa; 2.- la intención debe ser recta; 3.- siempre como último recurso; 4.- con notables posibilidades de éxito en la obtención de los objetivos; 5.- con proporcionalidad de medios y de violencia para evitar el mal mayor que la ha suscitado; 6.- con autorización y cobertura legal internacional.
Los reunían la primera guerra de Irak, que declaró y organizó Bush padre; la campaña de bombardeos aéreos contra los talibanes en Afganistán, lanzada por Bush hijo en respuesta a los atentados del 11-S; y los bombardeos de la OTAN sobre Libia, dirigidos ‘desde atrás’ por Obama y desde delante por Sarkozy y Cameron, para detener la ofensiva de Gadafi contra la resistencia a su régimen.
No los reunía la campaña de bombardeos contra la Serbia de Milosevic en la llamada guerra de Kosovo, lanzada por Clinton y crucial para la liberación e independencia del pequeño país; y tampoco la segunda guerra de Irak de Bush hijo, ambas por falta, al menos, de resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Lo que interesa ahora es determinar si sería un caso de guerra justa un ataque contra Bachar el Asad por el uso de las armas químicas, tal como ha amenazado Obama. Sabemos de antemano que faltará la resolución del Consejo de Seguridad, gracias al derecho de veto de Rusia y China, pero a la vista de los antecedentes sería perfectamente posible que se siguiera el modelo de Kosovo y se buscara una legitimación supletoria como en aquel caso, que ahora deberían ser la OTAN y la Liga Árabe.
Pero no sería suficiente. Una intervención en represalia por el uso de armas químicas exige, en primer lugar, garantizar que la responsabilidad efectiva es de Bachar el Asad, y en segundo y todavía más importante, que servirá efectivamente para destruir el arsenal o impedir la repetición de los ataques. Un ataque que tuviera un objetivo meramente de castigo, sin garantía alguna sobre los efectos que ocasionaría en el país y en la zona, ni siquiera se contempla en el análisis de la guerra justa, aunque falla ostensiblemente en la exigencia de proporcionalidad y correspondencia de medios y fines.
Tampoco entraría en el caso de la guerra justa si el objetivo fuera mantener la autoridad del presidente Obama y preservar la capacidad disuasiva de la superpotencia, cuestiones que solo suscitan los analistas pero no suele estar en boca de los políticos.
Que todavía no se reúnen las condiciones en el caso de Siria lo ha puesto en evidencia el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, cuando ha pedido más tiempo para las inspecciones y para la diplomacia. La guerra todavía no es el último recurso, y no lo es, sobre todo, porque hemos dejado pasar dos años y medio antes de desenfundar, sin que entre tanto se haya hecho apenas nada para frenar a El Asad.
Hará bien Obama en aplazar una decisión que puede meterle en un berenjenal todavía peor que el de Irak.
(En tres ocasiones anteriores he tratado el tema de guerra justa, dos de ellas con Gadafi, aquí y aquí, y una tercera a propósito de Siria e Irán, aquí).
 

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