Si hay algo característico de las revoluciones comunistas es el doble mensaje de sus comienzos al querer ocultar que son comunistas, probablemente porque saben dos cosas. Una, que el pueblo y la población en general que se va a someter al experimento social desconocen plenamente del tema y menos lo que les espera y, otra, que solamente sus líderes y artífices saben de qué se trata, principalmente que esas ideas solamente prosperan por la fuerza, como se ha demostrado en todas las experiencias revolucionarias de nuestro tiempo.
Dos pruebas de este comportamiento ya están en la historia. El cambio radical, se podría decir, que han experimentado esos modelos políticos con una rápida o lenta conversión a su modelo contrario, esto es el capitalismo a todo dar. Garantías a la propiedad y la inversión privada y uso de las fuerzas del mercado son los nuevos regentes del sistema, precisamente todo lo que atacaron en sus comienzos idílicos. Los casos emblemáticos el de la China, Vietnam y, por supuesto, poco a poco y a escondidas el cubano.
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LA AGUJA DEL DIALOGO
DIEGO BAUTISTA URBANEJA |
EL UNIVERSAL
Después de quince años de haber experimentado la presencia de un avasallante líder carismático, los precios petroleros más altos de nuestra historia, el control más absoluto de todos los poderes del Estado, un vasto imperio de medios de comunicación a su servicio, un apoyo regional poco menos que incondicional... el proyecto político de Hugo Chávez y sus sucesores no ha avanzado ni un milímetro en respaldo popular. Al contrario, ha retrocedido unos cuantos.
Eso debería indicar por sí mismo algo en lo que se ha insistido: el fracaso del proyecto en cuestión. Simplemente, no resultó. Es de suponer que entre sus personeros habrá muchos que se resistan a admitir tal evidencia y que preferirán pensar que lo que hace falta es un último esfuerzo, un último envión de represión y control para tener de una buena vez la vía libre para la implantación de un modelo de cosas al que esta sociedad se ha resistido con una tenacidad admirable. Me temo que, entre otras cosas, un pensamiento así está detrás de la estrategia que ha escogido el Gobierno para enfrentar la reciente ola de protestas.
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