RICARDO COMBELLAS
EL UNIVERSAL
El diálogo que nos ayude como pueblo, si no a solucionar totalmente si por lo menos, y ya es bastante, a canalizar la grave crisis que vive Venezuela por los senderos de la convivencia pacífica, está sembrado de obstáculos. De entrada requiere una mediación de buena fe, que a estas alturas tiene que ser internacional, para más añadidura y a mi modesto entender la Iglesia Católica, dirigida por el Papa Francisco a través de un representante directo, de su absoluta confianza y bajo su única dirección. Exige dicha mediación como requisito previo un sincero examen de conciencia y un propósito firme de enmienda de parte fundamental pero no únicamente del gobierno, es más, del régimen en su conjunto, pues se trata de una crisis sistémica que desborda una problemática sencilla de gobernabilidad.
Una condición sine qua non del diálogo está en el talante tolerante que tienen que manifestar los participantes. Para su logro debe cambiarse el vocabulario, abandonando las malas palabras, su procacidad, agresividad y violencia, su carácter despectivo y burlón, y asumirse un lenguaje sencillo y decoroso, que no hiera innecesariamente al contrario, lo cual no desdice de la contundencia argumental ni el ardor con que se defienda la pretendida justeza de las respectivas posiciones.
La hoja de ruta del diálogo es la Constitución, sus valores, principios y reglas, cuya primera prueba de fuego está en la renovación de las ramas del Poder Público hoy planteadas: la rectoría del CNE, el Contralor General de la República y los magistrados del TSJ cuyo período se encuentra vencido. De la transparencia de los nuevos nombramientos, su real independencia y autonomía del Poder Ejecutivo, así como de su efectivo carácter no partidista, dependerá en buena medida el éxito del diálogo y su consecuente negociación.
El espinoso tema de la legitimidad del presidente Maduro constituye un factor decisivo que no puede desecharse fácilmente, pues los llamados "radicales" han elevado en demasía la temperatura del asunto. He sostenido y sigo sosteniendo que Maduro es el Presidente legítimo de los venezolanos; goza de legitimidad de origen y la voluntad de diálogo, manifestada en obras y actitudes, si se da el caso, fortalecerá su legitimidad en la acción de gobierno. En suma, esto dependerá, a mi entender, de los resultados que produzca el diálogo en acciones y decisiones gubernamentales. Igualmente, el régimen debe reconocer la legitimidad de la oposición democrática, es decir la que actúa dentro del canon constitucional. Las actitudes extra constitucionales de algunos, proclives a la insurrección violenta, no pueden aspirar, si no son expresamente abandonadas, a participar del diálogo. El diálogo parte del reconocimiento del "otro", gracias a la deliberación convertido en "nosotros", hijos de la misma patria, adversarios que dejamos de ser enemigos. Asimismo el régimen no puede pedir a la oposición adhesión al llamado "Plan de la patria", es decir el programa de gobierno 2013-2019, y no sólo por sus componentes socialistas claramente anticonstitucionales, sino también porque la oposición en un régimen democrático tiene todo el derecho de objetarlo y rechazarlo, siempre que sea dentro de las reglas de juego establecidas por la Constitución.
¿Quiénes serán los interlocutores del diálogo? De parte del régimen el presidente Maduro, directa y personalmente, aunque en la parte operativa pueda contar con la colaboración del Vicepresidente Ejecutivo, así como del resto del tren ejecutivo. Maduro debe garantizar la unidad de mando en su condición de Jefe del Estado, por lo cual debe rendir cuentas de su actuación a todos los venezolanos, a los que debe servir, y no exclusivamente a su parcialidad política. El Presidente debe demostrar liderazgo personal e institucional, despejando cualquier duda sobre interferencias extrañas a su mandato constitucional. Nada de diarquías ni de confusa compartimentación del poder, que obnubilen y obstaculicen la transparencia del diálogo. Para la oposición democrática la interlocución es tarea nada fácil. La división entre "radicales" y "moderados" es inocultable, y se expresa en visiones estratégicas distintas, ni mucho menos en la actualidad resueltas. Si no se resuelven con prontitud el diálogo nacerá con dificultades que en el camino no serán fáciles de encauzar, amén de sus consecuencias negativas para todos.
La alternativa al diálogo es la violencia, el odio, la "guerra a muerte", la guerra civil. Ninguna mente sensata desea panorama tan oscuro para Venezuela. Los obstáculos señalados y muchos más son superables, siempre que a nuestros compatriotas los guíe la elevación de espíritu, la justicia, la solidaridad y la paz.
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